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Como en casa

Muchas personas que ayer a mediodía tomaban un refrigerio en las terrazas del centro de L"Alfàs del Pi (La Marina Baixa) lucían en su solapa un lazo de colores blanco, rojo y azul marino. La insignia los distinguía como noruegos entre las sesenta nacionalidades que conviven en esta localidad, y el motivo de que proclamaran con orgullo su procedencia es que tal día como ayer, en 1814, su país se independizó de Dinamarca y votó una Constitución propia. Con 1.253 miembros censados, la colonia noruega de L"Alfàs del Pi es la más numerosa fuera de las fronteras del país nórdico. Este 17 de mayo contó con la presencia del primer ministro de Noruega, el democristiano Kjell Magne Bondevik, junto con su esposa, ataviada con el traje nacional. Otros años han asistido a esta fiesta, que en L"Alfàs se celebra desde hace 15, el ministro de finanzas e incluso el rey Harald V. Los noruegos obtuvieron su independiencia de forma incruenta y por eso, cuando la rememoran, no desfilan militares, sino niños. Básicamente, la fiesta es eso: un gran desfile que en Noruega congrega a millones de personas y en el que los niños tienen un protagonismo especial. Cada escuela cuenta con su propia banda de música y en Oslo el rey saluda a la multitud desde el balcón de su palacio y después da la mano a los niños que marchan ante él en fila india. Todo el mundo agita banderas nacionales y muchos van vestidos con el traje típico. Al final del desfile hay refrescos y helados gratis para los niños y barra libre de cerveza para sus padres, mientras los adolescentes montan la fiesta a su aire y los restaurantes hacen su agosto. En L"Alfàs el asunto quedó bastante más deslucido, puesto que de los que desfilaron apenas una decena se habían puesto trajes típicos. Eso sí, los cerca de 200 participantes le pusieron muchas ganas y, amenizados por la banda de la Sociedad Musical La Lira de L"Alfàs, desfilaron por la calle de Federico García Lorca entonando cánticos y gritando: "¡Hip, hip, hurra!", que es como ellos vitorean a su patria. Todos agitaban banderas y saludaban con cariño a su mandatario que desde el balcón del Consistorio enarbolaba a su vez un banderín con el cuerpo firme, pero el gesto sonriente. Cuando la comitiva se detuvo frente al Ayuntamiento, la banda tocó una melodía más solemne y todo el mundo se puso a cantar el himno de Noruega. Los niños trinaban con voz blanca y sus mayores daban el contrapunto con redondeado tono grave. Los hurras y aplausos dieron paso a los discursos de las autoridades. El alcalde de L"Alfàs del Pi, el independiente Antonio Fuster, ensalzó las constituciones de Noruega y España como textos hechos para la paz y puso a L"Alfàs del Pi como ejemplo de convivencia entre nacionalidades. Más que con su oratoria, el primer edil triunfó cuando felicitó a los noruegos en su lengua natal. Despertó aplausos y risas (bien intencionadas, pues su pronunciación fue buena, según los asistentes) a las que el primer ministro noruego dio continuidad al comenzar su discurso dando las gracias a Fuster en castellano. Algunos hurras más tarde, todos se dieron cita frente a la iglesia para tomar un tentempié y bailar algunas danzas regionales, a las que se sumaron Fuster y Bondevik. Éste estaba encantado. "He encontrado una pequeña Noruega en la Costa Blanca", dijo. También hubo espacio para la polémica. La agrupación socialista (a la que Fuster perteneció hasta que fue expulsado del partido el año pasado) no acudió al acto porque alegaba que no había sido invitada. El alcalde no quiso pronunciarse, pero fuentes de su nuevo partido, Agrupación Independiente Democrática de L"Alfàs (Aidda), aseguraron que sí se había invitado a los socialistas, pero no habían querido acudir. Ajenos a estos rifirrafes (al fin y al cabo, sólo 85 votarán en las municipales), los noruegos celebraban su fiesta grande bajo un sol que nunca luce tanto en su país. Ninguno reconoció sentir nostalgia de Noruega ni siquiera en un día tan especial.

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