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La división en la derecha francesa pone en peligro sus posibilidades en los comicios europeos

La renuncia de Séguin a liderar a los gaullistas los deja sin cabeza de cartel electoral

Por una de esas bromas que depara la historia, el 30º aniversario de la definitiva retirada política del general Charles de Gaulle (28 de abril de 1969) casi coincidió con la explosiva dimisión, el pasado 16 de abril, de Philippe Séguin al frente del partido gaullista, el RPR (Unión para la República). Séguin era quien mejor encarnaba la dimensión social del gaullismo, su tradición de independencia y sus grandes proyectos, es decir, la Seguridad Social para todos, el abandono parcial de la OTAN para seguir controlando la force de frappe nuclear y aventuras tecnológicas como el avión Concorde.

Pero Séguin había liderado la campaña del no a Maastricht y eso, según algunos, le convertía en un candidato imposible para encarnar una lista de unión de la derecha para las europeas.Durante dos años, Séguin ha intentado poner orden en el RPR y dotar al partido de un programa que no sea la mera conquista del poder. Ha fracasado. ¿Por qué? Entre otras razones, porque nunca ha sido adoptado como verdadero jefe por un partido dividido en mil clanes que se odian entre sí. Los tecnócratas de Juppé, los soberanistas de Pasqua, los reformistas de Balladur, los liberales de Sarkozy, los corruptos de Tiberi, o los legitimistas de Pons y Debré sólo tienen en común el querer mandar. Han defenestrado a Séguin como antes defenestraron a Juppé y ahora, en septiembre, según sean los resultados de las europeas de junio, defenestraran a Sarkozy.

Bandazos del presidente

Tradicionalmente el RPR ha sido el gigante de la derecha francesa. La incapacidad para renovarse, las luchas internas y el oportunismo y los bandazos de su líder, un Jacques Chirac que entre 1981 y 1988 fue ultraliberal de boquilla para transformarse, entre 1993 y 1995, en paladín de la lucha contra "la fractura social", han vaciado el RPR de cualquier idea. Séguin creía tener algunas, pero su puesta en práctica chocaba con los intereses de Chirac y su casi exclusiva preocupación por hacerse reelegir presidente de la República en el 2002.Séguin no ha podido ser líder de la oposición -le era imposible criticar el Tratado de Amsterdam, lo sucedido con el Banco Central Europeo o la sumisión francesa a la OTAN en Kosovo, por ejemplo- porque eso significaba enfrentarse a Chirac y a su necesidad de una cohabitación tranquila con Jospin. Chirac quería ser el líder de toda la derecha, tener tras de sí un "partido del presidente" para alcanzar luego una "mayoría presidencial" que permitiese a la derecha recuperar el control del Ejecutivo y del legislativo. Nada parece hoy más lejos de su horizonte. La Unión para la Democracia Francesa (UDF), más centrista, liberal y europeísta, encabezada por François Bayrou, se presenta por separado a las europeas y los sondeos le auguran un 10%. Y no sólo eso: Charles Pasqua, que no ha sido expulsado del RPR, acudirá a las elecciones con lista propia en nombre de la defensa de la soberanía nacional y las encuestas le atribuyen entre un 8% y un 13% de los votos. Y en un futuro no muy lejano habrá que contar también con un Séguin con recuperada libertad de actuación.

Cuando hace pocos meses el ultraderechista Frente Nacional (FN) se dividió en dos, la derecha francesa se puso a soñar con recuperar el poder. La mera existencia de un FN captando entre el 12% y el 15% de los sufragios suponía para el RPR y la UDF perder entre 50 y 70 escaños. La dimisión de Séguin y las aventuras solitarias de Bayrou y Pasqua dejan a Chirac en manos de un RPR que quizás no supere en junio el 16%, una "mayoría" tan encogida que no augura nada bueno para su presidente. Además, el FN aprovecha la guerra en los Balcanes para encabezar la protesta contra la OTAN, "el imperialismo americano y el eurofederalismo". Ironías de la historia: un nieto del general, otro Charles de Gaulle, es el número dos de la lista del FN fracción Le Pen.

La dimensión nostálgica

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Signifique lo que signifique, el gaullismo -¿un estado de espíritu emanado de la grandeur pasada? ¿Una voluntad populista con tendencia a sobrevolar ideologías y clases sociales? ¿Una determinación patriótica que reclama la independencia de Francia en el mundo?- continúa impregnando nostálgicamente la vida política francesa. La dimisión de Séguin ha dejado, pues, ese misterioso patrimonio en manos de la alternativa gaullista más acusadamente anacrónica representada por el antieuropeísmo militante del antiguo ministro del Interior Charles Pasqua, si bien en su versión soberanista, de rechazo al pensamiento único y al dominio norteamericano, encuentre igualmente su asiento en el discurso republicano de izquierda del actual titular de Interior y líder de MDC (Movimiento de los Ciudadanos), Jean-Pierre Chevènement.La desustanciada campaña electoral europea del RPR-DL (Democracia Liberal) amenaza con convertirse en una proclama continua de "apoyo" y "adhesión" al presidente Jacques Chirac, en un recordatorio permanente de que sus candidatos gozan de los parabienes del jefe de Estado. El problema para el partido gaullista es que el muy popular presidente de la República no concurre a estas elecciones, pero su resultado sí puede afectarle. Es decir, no puede ganarlas pero sí perderlas.

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