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Tribuna
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Tolerancia cero

Celebramos el Día Internacional de la Mujer bajo la admonición de la Unión Europea de que 1999 sea el "Año europeo contra la violencia hacia las mujeres". Las cosas van rematadamente mal cuando es necesario recordar incesantemente lo que ocurre. En casa, más de 700 denuncias por malos tratos en nuestra Comunidad durante el pasado 1998 y el 1999 parece empecinado en irle a la zaga. Fuera de casa, también distintas gradaciones del horror que van de la común paliza hasta la segregación más lacerante practicada en algunos países islámicos. No es sólo en Afganistán en donde se cometen a diario atropellos. Sólidas monarquías sin guerras o desórdenes en los que ampararse, mantienen sin ruido un estado de violencia institucional sobre las mujeres sin que enrojezcamos al consumir su gasolina o al venderles las lámparas y muebles que ornamentarán sus palacios. La violencia contra los más débiles se ejerce para dar salida al odio que la desigualdad, la diferencia, el otro en fin, origina en quien se siente extremadamente debilitado en sus posiciones de amor y de razón. ¡Qué le vamos a hacer! No creo que vayamos a poder erradicar la violencia, ni contra las mujeres ni contra nadie, en su totalidad, pero el esfurzo que las democracias occidentales han realizado, con todas sus imperfecciones, persigue algo de este orden y eso está muy bien. Y lo persigue dotándose de mecanismos legales, de recursos sociales que impidan que esa posición de violencia se convierta en un acto de violencia. Y si el acto se llegara a cometer, puede recurrir a las leyes para proteger a las víctimas y castigar a los culpables. Verdades de perogrullo. Pero sucede que estamos muy lejos del nivel de "tolerancia cero" en todos los estamentos sociales para todas aquellas prácticas que, por muy acostumbradas y viejas que sean, son reprobables. Cuestiones de índole interna en el funcionamiento de una pareja son todavía objeto de la normal consideración vistas desde fuera. Estamos de acuerdo en que no se debe ejercer la violencia pero... no es tan fácil. Y tanto. Recientemente he tenido ocasión de escuchar, con motivo del juicio celebrado en París a una curandera maliense y a 23 madres y tres padres de muchachas sometidas a la ablación de clítoris, palabras de comprensión hacia la ablación tomando como referente de partida las tradiciones que condenan a las muchachas no mutiladas a una vida al margen de la comunidad y del matrimonio. El pueblo dowayo que vive en las montañas del Camerún practica con sus jóvenes varones una circuncisión a lo bestia en la que se pela literalmente el pene "para no oler a mujer". A la mayoría, el pene les continúa sirviendo como órgano multifuncional que es, pero a otros, la abominable operación les deja estériles cuando no impotentes. La Sharia tiene un reglamento estricto para aquellos que incumplen las leyes divinas y no es infrecuente que a un ladrón se le ampute una mano en la plaza pública o que a un turista despistado, una botella de güisqui en Jartum le pueda suponer 50 latigazos. Pero no espero encontrar la menor tolerancia si esas amputaciones o acciones violentas contra otro tuvieran lugar en las afueras de Valencia o en un suburbio parisino. No creo que las personas compresivas con las prácticas tradicionales por muy aberrantes que sean, se mostraran dispuestas a tolerar que a un varón se le cortase la mano derecha en la cocina de cualquier piso por meterla en la caja fuerte. Se esgrimiría la ley como límite a la tradición y punto. Pero sin embargo, ese nivel de "tolerancia cero" que saludaríamos en el caso de que un muchacho camerunés fuese torturado de esa manera, no aparece tan nítidamente reflejado cuando la accion violenta recae sobre el cuerpo de una mujer. Tanto relativismo cultural me resulta sospechoso. Tanta prevalencia de las costumbres, cómplice. Porque, qué razones hay para menear la cabeza contrito ante prácticas ajenas a nuestra cultura pero intrínsecamente malvadas, sin denunciarlas como lo que son y lanzar soflamas indignadas por el incremento de la violencia doméstica en España. ¿Razones culturales? ¿Tolerancia llevada hasta sus últimas consecuencias? La especie humana ha realizado sus conquistas culturales y ha acrecentado su capacidad para la compasión haciendo un esfuerzo continuo para triunfar sobre las pulsiones más elementales y destructivas. Y las sociedades, y los organismos que las representan, han consensuado una serie de mínimos en los que estamos de acuerdo, al menos sobre el papel: esclavizar, violentar, torturar, son acciones a erradicar sin remilgos en todas las sociedades del mundo. Si no nos ponemos de acuerdo en que el punto de partida es ese, no sé qué se puede esperar como no sea el más absoluto de los cinismos. Esto vale para mí, pero no para otro. No se trata de entrar a saco en Níger, o en Senegal o en Malí -también en el Camerún- para acabar con el asunto. No se trata de ir todos los días casa por casa vigilando que las parejas no se peguen. Ni piso por piso de emigrantes en los que vivan niñas de corta edad. Se trata de que quienes vivimos bajo el Estado de derecho, que significa, entre otras cosas, que hemos reconocido tácitamente que el único que tiene potestad para ejercer la violencia es justamente el Estado, nos sintamos amparados por él sin olvidar nuestras responsabilidades individuales, responsabilidades que implican no permitir que el ejercicio de la violencia en nuestro entorno, si se produce, queda impune. Incluida la posibilidad de que niñas emigrantes estén siendo sometidas en nuestro país a torturas y mutilaciones. No sé si ese respeto a las tradiciones más perversas provendrá de que parte de ellas se han parecido peligrosamente a las nuestras. Algunas perviven en forma de hombres violentos que odian con tanto furor que sólo otra forma de violencia podría detenerles. Y la mayoría, arraigadas y ocultas en esos gestos casi inapreciables de permisividad para con conductas inadecuadas, por más que no constituyan delito. Trabajar por conseguir el grado de "tolerancia cero" hacia las conductas que mancillen el cuerpo de otro ser humano es la única manera de vivir, éste y todos los años. Pero si de la "tolerancia cero" hacemos relativismo, bienvenido sea este 1999 si gracias a él, Europa impulsa con medidas legales más respeto por la dignidad de las mujeres. Al menos por todas las mujeres que viven en nuesro continente.

Carmen Botello es periodista.

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