Triunfo en la intimidad
Como nuevo cauce expresivo para vencer a la obsolescencia creativa, algunos rockeros de relumbrón se presentan ante audiencias minoritarias sin la coartada que les proporciona su condición de multivendedores y condenados al disfraz comercial del gran aparato escénico y promocional. El canadiense Bryan Adams ha escogido a su vez para esta gira, en la que visita pequeñas salas en grandes capitales con audiencias de pocos cientos de espectadores, una puesta en escena a lo Police de la primera época: en formación de trío, vistiendo los músicos ropa exclusivamente blanca -color escogido también para instrumentos y amplificadores-. Naturalmente, su situación de triunfador en radiofórmulas le posibilitaba un público tremendamente joven y entregado al repertorio.Lo cierto es que el interés que se le puede negar al Adams facilón y horterita de las bandas sonoras, al eterno pupilo de Springsteen con estribillos de estadio de fútbol, se ve sensiblemente aumentado cuando se le puede apreciar en las distancias cortas. Acompañado de sus dos compinches, destiló un rock cervecero en el que la deuda con Hendrix se hizo patente en varios tramos del concierto. Su arenosa voz encontró el contrapunto ideal en la excelente guitarra de Scott y la sólida batería de Curry, mientras se iban sucediendo los archiconocidos éxitos -Summer of 69, Heaven o I'm ready...- en medio del juvenil delirio de los asistentes. Fue un triunfo en la absoluta intimidad. Mejor así que de la otra manera.
Bryan Adams
Bryan Adams (voz y bajo), Keith Scott (guitarra) y Mike Curry (batería). Sala Caracol. Madrid, lunes 22 de febrero.
Babelia
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