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49º FESTIVAL DE BERLÍN

Claude Chabrol da un baño de inteligencia a los rutinarios corsés del género policiaco

La actriz Shirley MacLaine y el director Otto Preminger reciben el homenaje de la Berlinale

ENVIADO ESPECIALShirley MacLaine recibió ayer, como culminación de la sección Retrospectiva, que comparte con la obra completa de Otto Preminger, un homenaje multitudinario de la Berlinale. No hubo, en cambio, mucho entusiasmo, sino más bien tibieza, en la acogida de El corazón de la mentira, probablemente porque Claude Chabrol enfría con un baño de inteligencia el calor artificial de los corsés del cine policiaco tradicional, llevando el género a su propio molino, a su idea de la vida en Francia, de su gente y de sus más oscuros comportamientos.

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Shirley deslumbra

Desde que en 1958 arrancó su cine con El bello Sergio y Los primos, la obra de Claude Chabrol no ha dejado de evolucionar, y hoy es uno de los pocos cineastas procedentes de la nueva ola francesa que no dejó su imaginación atrapada, varada y fosilizada por estériles ataduras con la pista de despegue de este vuelo colectivo. A caballo entre los años sesenta y setenta, de La mujer infiel a El carnicero, el cine de Chabrol se adentró en territorios tradicionalmente trillados por la ficción genérica del cine policiaco. Pero con la particularidad de que encerraba la intriga del thriller en una atmósfera y en un mundo distanciados de las convenciones del género, atípicas o heterodoxas en él: el universo provinciano y rural, la atmósfera de la pequeña y media burguesía francesa, cuyos complicados y mezquinos entresijos mentales y morales fueron sometidos por el cineasta a un despiadado análisis en forma de vapuleo.En 1988, después de una década algo confusa, indecisa e imprecisa, Chabrol recuperó aquel intransferible pulso firme con el mazazo de la formidable Un asunto de mujeres, donde además abrió de par en par el talento de una actriz excepcional, Isabelle Huppert, que volvió a multiplicarse cinco años después, en 1995, en su cara a cara con una gran colega suya, Sandrine Bonnaire, que frente a la cámara de Chabrol multiplicó sus registros en otro, quizá más refinado aún, trabajo de carcoma en los andamios y las ortopedias ideológicas de la farsa de la paz social francesa y, por analogía, occidental.

Es el mazazo de La ceremonia, donde Chabrol recuperó aquel incatalogable esquema de thriller que ahora, tras la pausa de reconfortante cinismo cómico de No va más, renace plenamente en El corazón de la mentira, con frescura inaudita, como si hubiera sido inventado mientras se hacía este filme, que es un nuevo trabajo de matemática demolición de la impostura en que viven las clases medias rurales y provincianas en Francia y, por extensión, en todo Occidente. Una pequeña ciudad de la costa bretona es esta vez el marco de una intriga, cuyo enigma sirve a Chabrol de bastidor para tejer los hilos de una inteligentísima indagación dentro de la mala fe y la turbada conciencia -siempre resuelta en un apaño o arreglo cómplice y culpable- de las clases sociales medulares que sostienen el optimismo -para Chabrol, un bálsamo ideológico- sobre el que se construye la jungla escénica del capitalismo salvaje, en un instante que el cineasta considera preludio y presagio de luchas de clases atomizadas, interiorizadas, pero cada día más exasperadas.

Si el martes, en Esto comienza hoy, Bertrand Tavernier entró bisturí en mano, con un sobrecogedor poema pedagógico, en el avispero del silencio de la clase obrera francesa, Chabrol se pringó ayer hasta el cuello en el barro del susurro, agónico, de la burguesía periférica de su país. Y el cine francés, a través de la mirada de dos de sus clásicos vivientes, vuelve a ocupar el luminoso carril abierto por Jean Renoir en su edad dorada jacobina. El desconcierto de mucha gente al final de la proyección de El corazón de la mentira, título que lo dice todo, estaba más que fundado.

Luego, los perplejos pusieron otra vez en orden sus esquemas, estropeados momentáneamente por el golpe de ácido escéptico de Chabrol, con un amable cara a cara con Shirley MacLaine. Sigue siendo una caricia a los ojos ver sonreír a esta mujer con sacos de años a la espalda y, sin embargo, todavía dueña de aquel guiño travieso de niña mala. Algunas estupendas películas suyas acompañan en la Retrospectiva a la obra completa del vienés Otto Preminger, aquel genio que echó a andar en el escenario de la Volksbühne berlinesa de Max Reinhardt y acabó regalándonos milagros como Laura, Anatomía de un asesinato y Porgy y Bess, filme que clausurará el domingo esta magnífica Berlinale.

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