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Asesinado un hombre al dispararle su vecino un tiro en la cabeza

Francisco Javier F. M., El Molondro, falleció ayer en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Su vecino, Fernando C. J., Caracortada (40 años), apostado desde su casa, le había disparado dos tiros cuando bajaba del coche: un disparo le alcanzó en la pierna y otro le hizo un agujero en el cráneo que le produjo la pérdida de masa encefálica que le ha llevado a la tumba. La policía no ha determinado aún las causas del crimen aunque todo parece indicar que la pistola de Caracortada zanjó un ajuste de cuentas poco antes de la una de la madrugada de ayer. Los dos vecinos residían en el barrio de Cerro Blanco en Dos Hermanas (Sevilla), una de las zonas más conflictivas del pueblo. A sus 24 años de edad, El Molondro, con antecedentes penales, había sido detenido en 21 ocasiones por diversos delitos, entre ellos por tráfico de estupefacientes y antes de su muerte, había en vigor cinco órdenes de busca y captura contra él. Tras los disparos, un amigo del asesinado lo trasladó en su coche hasta el Hospital de Valme antes de que llegara la ambulancia y desde allí lo llevaron al Virgen del Rocío, donde falleció al ingresar con pérdida de masa encefálica. El supuesto asesino permanece detenido mientras se instruye el caso. En la calle Cerro Blanco, donde vivían ambos, nadie ha visto ni oído nada. Los vecinos hacían corros en la acera ayer por la mañana. Las familias se apiñaban al calor de las hogueras encendidas en calderos. "Nosotros no hemos visto nada, ni sabemos nada. No los conocemos, porque somos nuevos aquí", contaba un hombre que vestía cazadora de cuero y grandes anillos de oro en sus dedos. "Solo llevamos aquí tres días", corroboró una mujer. El resto de la familia no abría la boca. Miraban al suelo y se movían incómodos ante las preguntas. Un poco más allá, en otro corro, media docena de hombres bebían a morro de dos litronas. Sus declaraciones eran parcas y concisas. "No sabemos nada; nosotros, anoche [la madrugada de ayer], estábamos en las peleas de gallos". ¿Pero, conocían al fallecido, era un buen vecino? Un hombre de barba tupida baja la cabeza y dice entre dientes: "Que yo sepa, nunca se había metido con nadie". "Estábamos en la pelea de gallos", repite insistente el otro mientras señala con el brazo extendido un lugar indeterminado desde el que no podían haber presenciado el crimen. Los vecinos de este barrio nazareno, castigado por la droga y la pobreza y acostumbrado a sucesos como éste, no sólo guardan un silencio absoluto. No quieren tan siquiera indicar la casa desde donde se dispararon los tiros y abandonan la lumbre y la calle para refugiarse en el interior de sus viviendas cuando aparecen los fotógrafos.

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