Lienzo exótico y colorista
Vargas Javier Vargas (guitarra), Bobby Alexander (voz), David Montes (voz), Fran Montero (bajo), David Sánchez (teclados) y Miguel Ángel Cap (batería). Roxy Club. Valencia, 22 de enero de 1999.Pocos artistas dicen tanto (y sin tapujos) a través de sus títulos como Javier Vargas. Bautizó su segundo álbum con el nombre de Madrid-Memphis para que a nadie le quedaran dudas acerca de su procedencia o, más aún, la de sus propias raíces musicales. Después vendrían Blues latino, Texas Tango y Gipsy boogie: un modo de facilitar el trabajo a quienes, a lo largo de su trayectoria, han deseado etiquetar una música amamantada por el blues, pero salpicada por multitud de referencias como el flamenco, el soul o los ritmos latinos. Así es la música de Vargas: un enorme lienzo pintado a orillas del Misisipí sobre el que, a partir de un croquis trazado a mano alzada, va añadiendo pinceladas exóticas, coloridas y coloristas que lo embellecen sin ocultar ni edulcorar su aroma o tonalidad original. También el título de su último trabajo, Feedback, resulta tremendamente sugerente. Hay que asistir, no obstante, a uno de sus conciertos para comprender su significado; comprobar en directo el mágico magnetismo que el blues (ingrediente fundamental de su discurso) ejerce sobre los músicos y su audiencia, o participar en ese fluido y prodigioso diálogo desde dos frentes (arriba y abajo del escenario) que acaban irremediablemente fundidos en perfecta comunión. Momentos emotivos hubo, pues, a raudales (con Spanish fly, Blues magic, Body shock, Buenos Aires blues o Changes), aunque fue, sin duda, en el momento en el que sonaron Make sweet love 2 U y Back to the city (con el público respondiendo fogosamente a las insinuaciones de Alexander, seducido por los abrasivos monólogos instrumentales de Vargas o acoplando soberbiamente sus palmas y taconeos al ritmo marcado por Miguel Ángel Cap) cuando se registraron dos de las instantáneas más emotivas de la noche. Una velada redonda.