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EE UU, entre dos locuras

Republicanos conservadores y cristianos fundamentalistas nos han obsequiado, durante los últimos doce meses, con un increíble espectáculo que ha hecho que se detenga prácticamente la actividad política en Estados Unidos. La razón, como todos los lectores de prensa no pueden evitar saber, es que el "sexo ilícito" en la Casa Blanca y después el que Clinton faltara a la verdad, bajo juramento, en su testimonio relativo a numerosos aspectos de su ajetreada y variada vida sexual, han desembocado en un proceso para su destitución como presidente. En lo sucesivo denominaré este proceso Locura I, para diferenciarlo de un tipo todavía más peligroso de Locura, clase II (farisaica fiebre de los misiles).Hasta la invasión de Kuwait en 1991, Sadam Husein era "nuestro bastardo", por utilizar el mote que el presidente Franklin D. Roosevelt puso supuestamente al dictador nicaragüense Somoza. Sadam había utilizado gas venenoso contra su propio pueblo, pero era un buen cliente de muchas de nuestras empresas multinacionales químicas y de armas, y estaba en guerra con nuestro enemigo "fundamentalista" de Irán. La estabilidad de su régimen nacional se basaba en la supresión total de la libertad política, pero no más que en el caso de muchos gobiernos designados como "amigos" en Oriente Próximo y África. Naturalmente, la invasión de Kuwait era inaceptable para todo el mundo: para la corrupta familia real y la población oprimida del país invadido, para los intereses petrolíferos de los mundos árabe y occidental, para todos los países pequeños preocupados por los vecinos más grandes y, por consiguiente, para la comunidad internacional en general. El presidente George Bush fue capaz de crear una coalición militar bajo los auspicios de Naciones Unidas. La operación Tormenta del Desierto obligó a Sadam a devolver Kuwait, pero Bush se abstuvo prudentemente de destruir el régimen en sí. Si Sadam hubiera sido derribado podría haber habido serios problemas con los kurdos y otras minorías disidentes en Irak. Por consiguiente, Sadam siguió siendo, al menos en potencia, "nuestro bastardo", a pesar de haberse sobrepasado a sí mismo con el intento de anexionarse Kuwait. Antes y desde la invasión de Kuwait, Sadam ha hecho esfuerzos constantes para lograr la categoría de potencia nuclear, química y biológica. En 1980, un bombardeo aéreo israelí destruyó una instalación nuclear iraquí prácticamente finalizada. Naturalmente, la acción era ilegal y fue debidamente condenada en un tono de lo más farisaico por congresistas de varios Estados cuyos proveedores de armas siguieron, a pesar de todo, haciendo negocios con "nuestro bastardo" en Bagdad.

Después de la operación Tormenta del Desierto, las Naciones Unidas impusieron a Irak una compleja serie de sanciones, zonas de exclusión en las fronteras norte y sur e inspecciones de armas encaminadas a controlar la actividad de las industrias de guerra y los laboratorios científicos iraquíes. La cooperación iraquí con el proceso nunca fue especialmente cordial y en los siete años transcurridos desde la guerra del Golfo no hay duda de que Sadam ha seguido fabricando y almacenando diversos tipos de armas mortíferas, químicas y bacteriológiicas, y de que ha hecho todo lo posible por ocultar los resultados obtenidos por los inspectores de la ONU (que recientemente han sido acusados de espionaje). En esos mismos años, Estados Unidos ha seguido desarrollando sus armas de precisión y también ha continuado desarrollando su particular obsesión con Sadam como una amenaza extraordinariamente maligna y mundial. Lo cual me lleva al fenómeno de la Locura II, que consiste de un componente científico objetivo y un componente ilusoriamente engañoso y subjetivo.

Fijémonos primero en el componente científico. A mediados de 1998, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos llevaron a cabo, durante cuatro noches, ataques de misiles contra presuntos objetivos militares en Irak. Aquellos de nosotros suficientemente privilegiados como para ver el mundo a través de los ojos de CNN fuimos obsequiados con fotos aéreas debidamente etiquetadas por intérpretes gráficos del Pentágono. Pudimos ver cómo habían atacado edificios concretos sin devastar el área que les rodeaba. También pudimos ver imágenes de la televisión iraquí, que indicaba que la vida seguía como siempre, prácticamente sin interrupción, en la ciudad de Bagdad. Por consiguiente, Estados Unidos demostró que ya es posible, de hecho, atacar con exactitud un objetivo concreto sin ni siquiera cortar el agua y la luz a los vecinos. Si la capacidad de Sadam para lanzar armas nucleares, químicas y bacteriológicas fue o no "degradada", por usar el vocabulario del Pentágono, es una historia diferente y mucho menos cierta.

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El componente más importante de Locura II es el aspecto psicológico. Una de las razones de que Estados Unidos tenga tanto éxito en cuestiones económicas y tecnológicas es que es una nación de inventores de artilugios. Estados Unidos registra muchas más patentes per capita que ninguna otra nación sobre la tierra, y nada exalta más el corazón norteamericano que una solución tecnológica a un condenado problema de cualquier tipo: en el jardín, en la cocina, en la guardería o a la hora de tratar con nuestros Malvados Enemigos en el extranjero. Bombardeo con misiles de precisión a cargo de aviones supersónicos, que despegan desde cubiertas de portaaviones con todas las correcciones relevantes hechas para reflejar los efectos de las corrientes oceánicas, los vientos, y el camuflaje electromagnético o visual, de modo que los misiles aterrizan exactamente donde han sido dirigidos. Ningún avión caído, ninguna baja norteamericana y ninguna víctima en el punto bombardeado, al menos en comparación con cualquier otro bombardeo llevado a cabo en guerras pasadas.

La infantil euforia y la solemne hipocresía serían increíbles si no hubiesen quedado registradas también en las imágenes y voces de televisión. El presidente (que de joven se opuso a la guerra de Vietnam) anunciaba solemnemente que Sadam sería enteramente responsable del posible daño infligido a su pueblo; el secretario de Guerra (hoy en día llamado de "Defensa", pero rindo homenaje al hecho de que antiguamente los puestos del Gobierno se denominaban con más exactitud) señalaba solemnemente los mapas del Pentágono y anunciaba que la capacidad de Sadam para lanzar armas de destrucción masiva había quedado "degradada" hasta un grado imposible de especificar y por un periodo de tiempo imposible de especificar; varios portavoces militares declaraban tranquilamente que seguíamos reservándonos la "opción" de llevar a cabo ataques posteriores si Sadam no se portaba como debía; varios portavoces del Departamento de Estado y del presidente se refirieron a los ataques aéreos como "acciones de la ONU", como si no saltara claramente a la vista que sólo el Reino Unido apoyó los ataques militares del pasado diciembre y apoyará los que se amenaza con llevar a cabo con el futuro.

En lo que respecta a Locura I, el mundo exterior no puede hacer nada, excepto rezar. Pero una discusión franca por parte de los jefes de Estado y los portavoces diplomáticos de gobiernos que son razonablemente representativos de sus pueblos podría contribuir a paliar los efectos de la Locura II. Sadam Husein es una amenaza, pero de ningún modo una amenaza única. El poner fin a la propagación adicional de las armas de destrucción masiva es, en efecto, esencial y debe incluir el desarme sustancial de aquellos que poseen ese tipo de armas, incluida la Superpotencia Virtuosa. El mundo exterior debería poder expresar su debida admiración por los artilugios, reconocer los anteriores servicios prestados por los estadounidenses contra algunos dictadores agresivos y lograr avances en el programa de eliminación general de armas de destrucción masiva, un programa que es necesario para la supervivencia a largo plazo de la civilización humana.

Gabriel Jackson es historiador.

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