_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿La "tercera vía" a la desigualdad?

En el último número de Politique cuenta Philippe Maslière que en la cumbre franco-británica de Londres en noviembre de 1997, el primer ministro británico Tony Blair elogiaba ante el presidente francés, Jacques Chirac, los méritos de una economía "desregulada" y "flexible". Chirac, perplejo, pasó a describir una economía de corte intervencionista. Ante la insistencia de su invitado, Jacques Chirac comentaba lo divertido de la situación: que un conservador tuviera que defender un modelo socialdemócrata moderado frente a un primer ministro laborista. Los términos del debate abierto en la UE por Blair pueden encontrarse en esa anécdota. ¿Se trata de un conservadurismo con rostro humano, simple sucedáneo del thatcherismo? O, ¿podemos encontrar en la política laborista el germen de un proyecto radicalmente innovador entre lo que Blair denomina la vieja izquierda estatalista y el libre juego del mercado de liberalismo conservador? Deudor del término y la idea de Bill Clinton, Blair define los contornos de su tercera vía entre la vieja izquierda socialdemócrata y la nueva derecha liberal conservadora. Seducidos por la idea política del centro radical de Giddens, los think-tanks laboristas buscan el punto geométrico de un movimiento modernizador de centro que pueda sentar las bases de una nueva economía mixta en la cual un nuevo Estado democrático completará sus funciones de poder público. La tercera vía de Blair tiene, sin embargo, dificultad en aparecer como un proyecto original. Críticas como las de Roy Hattersley en The Guardian apuntan que se trata de un proyecto vago, que imagina una variante de liberalismo social de la Fabian Society. Según otras, como las de David Marquand en Prospect, se trata de una tentativa audaz de construir una corriente democristiana. Esta hipótesis no carece de fundamento. Blair ha subrayado que su compromiso político en el Labour está determinado por su fe cristiana. Cotidianamente el primer ministro pone en práctica los principios de lo que podemos denominar un comunitarismo cristiano insistiendo sobre el aspecto fundamental para la integración social de las comunidades de base entre las que destaca la familia. En el plano social y económico, las desigualdades crecientes de renta a las que conducen las nuevas formas de acumulación capitalista, la globalización, no parecen conmocionar demasiado a los dirigentes del New Labour. En tiempos del thatcherismo, el New Labour apostó por el discurso y el ideal del capitalismo emprendedor y cosmopolita, que conoció su apogeo en Gran Bretaña a principios del XIX. Como los conservadores, el gobierno de Blair estimula a los self-made meritocrats que se enriquecen sin tener que solidarizarse físcalmente con los menos favorecidos, dado el compromiso electoral de que las tasas impositivas no serían revisadas al alza. Visto el nivel de deterioro avanzado de los servicios públicos en Gran Bretaña, tras dos decenios de retirada masiva del Estado, la posición de los neolaboristas parece surrealista. Paddy Ashdown, el líder del partido liberaldemócrata, acusa al Labour Party de haber dado la espalda a sus objetivos históricos de redistribución de la renta. Los liberaldemócratas proponen, por el contrario, un esfuerzo fiscal de los contribuyentes con el fin de restablecer el nivel de los servicios públicos de sanidad, enseñanza y transporte en plena decadencia. Esta propuesta ha permitido al tercer partido británico mejorar su situación electoral y ser considerado por los mass media como más de izquierda que el laborista. En España, una reclasificación similar vería a CiU a la izquierda del PSOE. El laborismo británico fue el partido de los trabajadores hasta hace poco. Se trataba de una formación unida orgánicamente a los sindicatos, que defendían una concepción de la justicia social desde políticas de imposición progresiva y de redistribución de la renta; con los socialdemócratas suecos, austríacos y alemanes, el Labour ha sido una de las variantes más logradas del modelo socialdemócrata europeo de posguerra. Tras la llegada de Blair a Downing Street, las relaciones entre el gobierno y los sindicatos han sido distantes por no decir inexistentes. Dos importantes decisiones gubernamentales, se encuentran en fase de elaboración: la introducción del salario mínimo y la reposición de derechos de representación sindical en las empresas. Para su estudio, el gobierno se reunió con representantes de la patronal y de los sindicatos, pero la fecha para la puesta en práctica del primero, el Mínimum Wage, ha sido pospuesta sin día fijo. Presionado por la patronal, Tony Blair abriga dudas a la hora de comprometerse, pues el contenido radical de la medida podría asustarla. Mientras tanto sigue siendo legal en Gran Bretaña pagar unas dos libras (unas 500 pesetas) por hora a un trabajador no cualificado y despedirlo sin preaviso ni compensación económica, si el contrato dura menos de dos años. ¿Qué pueden hacer los sindicatos? La práctica desaparición de derechos de representación sindical causada por la política de Thatcher no parece figurar en la agencia de Blair, pues no se apresura a tomar las medidas de reposición de derechos. El efecto desmovilizador sobre los trabajadores no se ha hecho esperar. En las elecciones municipales celebradas el pasado mayo, la tasa de participación en Gran Bretaña alcanzó a duras penas el 30%. Al norte del país, zona tradicionalmente fuerte en voto laborista es donde la apatía electoral ha sido más elevada. Los spin doctors del New Labour dicen que la abstención indica un alto nivel de satisfacción entre los trabajadores respecto al gobierno, porque si no, los votantes hubieran sancionado al neoliberalismo. Esta sociología electoral cínica no toma en cuenta el hecho de que al estar la oferta política británica reducida a tres formaciones, una de derechas y dos de centro, millones de electores de izquierdas se han refugiado en la abstención. Las clases medias y medias-altas tienen el sentimiento de que el gobierno neolaborista se desinteresa de su suerte, si bien la falta de una alternativa política a la izquierda del Labour los anclará a él en el caso de movilizarlos de nuevo. El neolaborismo de Blair ha supuesto una transformación tal de la estrategia del Labour Party, que ocupa un sitio aparte en la socialdemocracia. Menospreciando a los socialistas franceses, estimando que no tiene nada que aprender de los suecos, austríacos y alemanes, se encuentra en perfecta sintonía con Clinton. En una entrevista con motivo de su visita a Washington, Blair lanzó un duro golpe a la socialdemocracia europea al ignorar la II Internacional y proponer una nueva de centro-radical. Las intenciones de esta internacional-bis se parecen a su programa electoral de inspiración liberal de 1997, y el eje de dicha estrategia pasa por unas relaciones privilegiadas con Clinton y Cardoso, presidente del Brasil. Podemos así comprender el mosqueo de sus colegas europeos. Era del todo esperable esta reacción, pues desde una perspectiva europea lo lógico es preguntar si la actual singladura del New Labour no le aparta de lo que cabe esperar de todo proyecto progresista: una apuesta permanente por más igualdad social.

Josep María Felip es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_