_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Garcés

Miguel Ángel Villena

En septiembre de 1973 una portada de la desaparecida revista Triunfo nos sobrecogió a todos los demócratas españoles. Sobre un tenebroso fondo negro aparecían unas grandes letras mayúsculas que decían, que gritaban más bien, Chile. Sobraban más palabras. Todos supimos que el país andino entraba en una etapa de lutos y duelos, torturas y represiones, un túnel aciago de la Historia. Aquellas imágenes de Augusto Pinochet, con gafas oscuras y gesto adusto, investido de terror y uniformado de militar, contrastaban con la inolvidable sonrisa del médico Salvador Allende. Para varias generaciones la figura de aquel socialista, que dio una lección de dignidad en su vida y en su muerte, nunca se borrará de nuestras memorias. "Más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor", fueron algunas de sus últimas palabras desde el asediado y calcinado Palacio de la Moneda, símbolo de una democracia pisoteada por las botas de los milicos. Todo esto explica la alegría que millones de personas hemos sentido en todo el mundo tras la decisión de los lores británicos de entregar a Pinochet a la Justicia. Pero detrás de los nombres insignes, como el de Salvador Allende, suelen esconderse apellidos anónimos. Por ejemplo Garcés, Joan Garcés. El dictador de Chile se refería así a este tenaz e inteligente abogado valenciano, a mediados de los años ochenta: "¡Qué lástima que no ejecutáramos a ese Garcés!" Asesor de Allende en su juventud, Joan Garcés salvó la vida casi de milagro y desde aquella estremecedora visión de una Moneda en llamas, debió juramentarse para perseguir a Pinochet hasta sus últimas consecuencias. Aunque muy pocas personas lo sepan, el abogado Joan Garcés ha sido uno de los artífices e inspiradores de un lento proceso que puede terminar con Pinochet sentado en un banquillo de los acusados. Y aunque esa deseable justicia no llegue a impartirse, Garcés y otros ya han conseguido que el mundo entero haya condenado a un repugnante dictador.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_