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Siza

Siza, Alvaro Siza, el gran arquitecto portugués, ha construido un edificio en Alicante. Este edificio de Siza es una de las mejores obras de arquitectura moderna que pueden verse en la ciudad. Decir esto no es gran cosa, desde luego. Alicante no es una ciudad que destaque por su arquitectura moderna. Durante los últimos 30 años, aquí se ha construido muy mal. Con mucha prisa y escaso gusto. Sin embargo, no podríamos decir que no exista un pequeño patrimonio arquitectónico, obra de unos cuantos esforzados profesionales. En este pequeño patrimonio, la obra de Siza ocuparía, sin duda, uno de los lugares más significados. Tiene el edificio, que alberga las dependencias del rectorado de la universidad alicantina, un aspecto sobrio, muy elegante, de líneas rectas y grandes paños blancos, que le confieren un gran carácter. Si uno se toma la molestia de visitarlo con atención, advierte como la mayor preocupación del arquitecto ha sido establecer un diálogo preciso con el entorno. Es algo que ha logrado plenamente. En estos asuntos, el portu-gués es un maestro y su Centro Gallego de Arte Contemporáneo, en Santiago, una obra extraordinaria. A mí, esta construcción de Siza me trae a la memoria los conventos portugueses, silenciosos y abrasados por el sol. El edificio está cerrado por un alto muro y tiene, en su centro, un amplio patio al que se abren las dependencias. En este patio, Siza no ha consentido poner una nota de vegetación y se ha recubierto de albero. El efecto, cuando la luz incide sobre la tierra, es de una dureza impresionante. Amedrenta al espíritu. El interior de la construcción es austero, desnudo, con un punto de severidad que atempera la nobleza de los materiales. Los largos y enormes pasillos, desde donde se accede a los despachos y salas de reuniones, acen-túan el carácter conventual del edificio. Si uno de estos días yo tuviera que profesar como novicio o recogerme para unas jornadas de retiro, elegiría sin duda este edificio de Alvaro Siza, que tan bien se acomoda para esos menesteres. Muy distinto sería si hubiera de desempeñar aquí un trabajo de oficina, para el que el conjunto -me parece a mí- está menos dotado. Y es que Siza no ha sabido librarse de ese gran pecado de la arquitectura contemporánea que es la veneración por la forma. El resultado de su trabajo es brillante, pero olvida cosas tan elementales como que la mayoría de las personas prefiere trabajar con luz natural antes que hacerlo con luz eléctrica. Por otra parte, el exceso de puertas y cristales provoca en quienes trabajan en las grandes salas y despachos una sensación de desnudez, de incomodidad, de estar expuesto a los ojos de los visitantes. Algunas personas imaginativas han querido ver en esta diafanidad una imagen de la transparencia que, según ellas, debiera tener la administración pública. Como metáfora, no está mal, aunque convendría recordar a estas personas que no es a la administración a quien debemos reclamar transparencia, sino al poder. Y el poder ya se cuida de hurtarse a las miradas. En este caso, por ejemplo, retirándose a despachos más discretos y protegiendo sus puertas con cristal esmerilado.

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