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Derechos enanos

E. CERDÁN TATO En Londres, la Corte Suprema le ha reservado al sayón Pinochet la licencia para matar, y lo ha pasado por la lavandería, para sacarle del pellejo toda la sangre de la inocencia. Pero no hay jabón, ni agua bastante para limpiar tanta infamia. Las manos del humilde que cantaba Víctor Jara tampoco han llegado esta vez al presidente del alto tribunal. Las manos del humilde, la carne hecha memoria de las víctimas, la fragancia entrañable de los desaparecidos, ni prescriben ni se detienen: en algún lugar de este planeta, un día, levantarán de la cama a la justicia, la sacarán del suntuoso sillón de su despacho, y la pondrán a trabajar al raso, sin peluca empolvada ni choteos. El lord que preside la Corte Suprema ha declarado impune al agusanado Pinochet: y a sí mismo, incompetente. Con un batido de viscosidades en la conciencia, ha convertido la histórica democracia anglosajona en una taberna para espadones, sicarios y saqueadores de los Derechos Humanos. Quizá ignore que, en 1941, Roosevelt y Churchill, redactaron un párrafo con palabras monosílabas, en su pronunciación inglesa, excepto una: "That all men in all the lands may live their lives in freedom from fear and want" (Que todos los hombres de todas las tierras puedan vivir sus vidas, libres del miedo y de la necesidad). Pero ese lord se postró ante la condición de ex jefe de Estado golpista del bárbaro, sin considerar la nutrida relación de crímenes contra la humanidad que se le imputan. Una justicia así no merece consideración: el respeto se lo debe a las víctimas del genocidio y a los pueblos argentino y chileno, y a otros igualmente atrapados en una operación de exterminio diseñada en los cuarteles de la inteligencia estadounidense. Cuando el miércoles, en numerosas ciudades españolas y europeas se celebraban concentraciones y vigilias; cuando el Parlamento andaluz y las Cortes Valencianas se pronunciaban contra el dictador; cuando tantas instituciones y organizaciones confiaban en la extradición de un bestiario con la guerrera llena de cruces, llegó la oscura noticia. Probablemente, disfrutaron los fascifiscales Jesús Cardenal y Eduardo Fungairiño, fascinados y hasta vampirizados por Pinochet. Cuidado, que en una noche de locura, con un individuo así, se puede perder facilmente la cabeza.

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