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Tribuna
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La patronal

Miguel Ángel Villena

Hace algunos años un empresario valenciano que dirigía una pequeña firma, líder de su sector en Europa, confesaba desde su despacho de un pueblo de l"Horta que había llegado a donde había llegado, a pesar de las organizaciones patronales. "Nunca he estado afiliado a ninguna entidad empresarial, ¿para qué?", concluía este emprendedor industrial cuyo nombre prefiero mantener en secreto. No es el único caso, ni mucho menos, de empresario de éxito ajeno a los tejemanejes de una de las burguesías más desastrosas de España. Porque al margen de los sesudos libros de los historiadores sobre la estrechez de miras de nuestros burgueses autóctonos, el empirismo suele funcionar como un buen termómetro. Si ustedes recuerdan, a mediados de los ochenta Vicente Iborra, una antiguo presidente de la Confederación Empresarial Valenciana, tuvo serios problemas con los tribunales que finalmente lo condenaron por un escándalo de tarifas en los aparcamientos de los aeropuertos españoles. Aquellos años fueron desoladores para el orgullo patrio porque además el Valencia Club de Fútbol descendió a 2ª División por primera vez en su historia. Pueblo acostumbrado al individualismo y poco dado a identificaciones colectivas, aquellos dos acontecimientos no provocaron mayores amarguras ni desvelos. Pero hace unos días otros ex dirigentes patronales, José María Jiménez de Laiglesa y Luis Espinosa, han vuelto a ocupar primeras páginas en los periódicos y carpetas de sumarios en los juzgados. Sin entrar en aquello que resuelvan los tribunales, habrá que comenzar a pensar en una cierta maldición, en un estigma o quizá en una tónica. Como las desgracias nunca vienen solas los problemas de Jiménez de Laiglesia y Espinosa vuelven a coincidir con una nefasta racha del Valencia. Algunos patronos triunfadores suelen decir, siempre en voz baja y en privado, que los puestos de relumbrón están reservados para burócratas y no para auténticos empresarios. "Los industriales de verdad estamos trabajando", apostillan.

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