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La policía revela que la mujer de Móstoles fue asesinada por su marido de una brutal paliza

La última paliza que Bernardo M., de 33 años, supuestamente propinó a su esposa, María Belén R. G., de 25, fue mortal. No ocurrió en la vivienda conyugal, como otras veces, sino en un descampado de Móstoles (196.500 habitantes). Fue el jueves y, según la policía, el presunto agresor se acobardó al creerla muerta y pidió ayuda a tres conocidos -dos hombres y una mujer-, que pasaron ayer a disposición judicial acusados de encubrimiento. El matrimonio había iniciado el día antes los trámites de separación y era incapaz de acordar la custodia de sus dos hijos, de dos años y siete meses. Como en otros casos, la mujer había denunciado en varias ocasiones al marido (siete veces), pero no consiguió protección judicial.

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Siete denuncias y ninguna protección

Agentes de la comisaría de Móstoles encontraron el cadáver de María Belén en su casa, en la calle de Cerro Prieto, el jueves de madrugada. Les avisó un médico de urgencias que detectó múltiples contusiones y un orificio en el abdomen de la joven, ya sin vida. Aunque fue el marido, Bernardo M., quien llamó al facultativo, la policía sospechó de él de inmediato, debido a su lúgubre currículo de amenazas y palizas propinadas a la víctima.El acusado lo negó todo. Había pergeñado una coartada: estaba en su casa de Cerro Prieto, cuando una mujer le llamó desde una cabina telefónica para contarle que María Belén estaba gravemente herida en un descampado cercano a la estación de Renfe de El Soto. Según esa versión primera, alguien había atracado a la joven, por lo que Bernardo corrió a recogerla y la trasladó hasta su domicilio. Allí telefoneó a su abogada, que le recomendó que avisara al médico.

Los agentes de la Policía Judicial y Científica de Móstoles, así como del Grupo de Homicidios de la Brigada Provincial, echaron abajo la treta del sospechoso: no existe ninguna cabina telefónica en la zona donde María Belén fue agredida. Bernardo rectificó sobre la marcha y, fingiendo una confusión, aclaró que le avisaron por el telefonillo del portal. Segundo error, según la policía, ya que el descampado donde supuestamente estaba la víctima esa noche dista casi dos kilómetros del domicilio conyugal.

El detenido fue aún capaz de inventarse una tercera coartada: tres gitanos secuestraron a María Belén después de agredirle a él. Sin embargo, los agentes no encontraron un solo rasguño en el cuerpo de Bernardo.

Entre tanto bandazo argumental, los investigadores reconstruyeron las últimas horas de vida de la víctima. Averiguaron que el miércoles por la mañana ella y su marido estuvieron en el juzgado para tramitar la separación y volvieron a discrepar sobre la custodia de los niños. La víctima, recién llegada de su tercera estancia en la casa mostoleña de acogida a mujeres maltratadas, había logrado que la Comunidad tutelara a los pequeños de manera temporal. Quería alejarles de las palizas que ella sufría y por las que había denunciado en siete ocasiones a su cónyuge.

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Nueva luz

La necropsia arrojó una nueva luz para el esclarecimiento de la verdad. El forense certificó la existencia de innumerables contusiones en el cadáver, tierra y hojarasca entre el pelo, así como un agujero en el abdomen de María Belén, que podría ser de bala. Esta hipótesis se sustituyó luego por la de un objeto punzante, al no encontrarse ningún proyectil en el cuerpo de la víctima.La pista fundamental en las pesquisas policiales fue un nombre, Reginaldo, que los agentes encontraron al dorso del documento de separación matrimonial. El papel apareció hecho trizas en el domicilio, junto a la camiseta agujereada de la joven.

Los investigadores localizaron el viernes a Reginaldo B. B., de 32 años, cuya declaración les llevó hasta Pedro Kanga P., de 41, y su esposa Beatriz K., de 28. Los tres fueron detenidos como supuestos encubridores de la muerte de María Belén.

La policía logró disipar así las últimas sombras de la película de los hechos. Según sus conclusiones, Reginaldo acudió a casa de Bernardo, quien, nervioso, le confesó que había apaleado a su mujer y creía que estaba muerta. Al poco se presentaron en la vivienda Pedro y Beatriz, y todos salieron en la furgoneta de Pedro rumbo al descampado. Allí recogieron el cuerpo moribundo de María Belén y volvieron a casa. La joven falleció en el sofá y los testigos empezaron a discutir cómo deshacerse del cadáver; una de las sugerencias fue enterrarlo, pero no prosperó. El trío de encubridores, sin antecedentes penales, negó haber cometido delito alguno.

Bernardo acumulaba cinco antecedentes, el más reciente en febrero del año pasado, por irrumpir con violencia en el centro de acogida donde se refugiaba María Belén, quien rechazaba la protección del manto familiar, por no exponer a sus padres y hermanos al peligro. "Él nos pegaba también a nosotros si tratábamos de defenderla", comenta José, hermano de la víctima. La familia de la joven ha presentado en los últimos meses una decena de denuncias contra Bernardo, por amenazas, insultos y agresiones. Los escasos recursos económicos del matrimonio y los ocho hijos, hermanos de María Belén, frenan la decisión de asumir la tutela de los dos hijos de la fallecida. "Una hermana de la víctima, con mejor situación económica y trabajo estable, sería la única candidata para quedarse con ellos", dice la concejal de Mujer de Móstoles, Beatriz García, del PSOE.

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