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Los suegros de Alejandro Sanz

Padres y abuelos de las 'fans' del cantante andaluz montaron guardia al final de sus conciertos

El patio exterior de la plaza de Las Ventas parecía en la noche del miércoles la salida de un colegio. Cientos de padres y abuelos esperaban nerviosos la salida de sus menores del primero de los dos recitales que Alejandro Sanz dio en el coso taurino.Mientras, en el ruedo, los adolescentes vibraban ante las embestidas musicales de su ídolo, ajenos a la espera de sus progenitores, que con caras soñolientas -era casi la una de la madrugada- miraban con impaciencia el reloj. "Mañana entro a trabajar a las seis de la mañana y aquí me tienes, esperando a que mi niña se enamore aún más de Alejandro", comentó con algo de celos el padre de una de las miles de jóvenes fans.

Otros, en cambio, aprovecharon el concierto para escaparse a cenar o a tomar unas copas con los amigos. "Somos un grupo de cinco matrimonios y todas nuestras hijas están ahí dentro, saltando, sudando y quedándose afónicas. Pero nos da igual, nos encanta que tengan aficiones tan sanas. Además, esto nos da la oportunidad de salir a disfrutar unas horas de marcha", reconoció María, madre de una joven de 14 años enamorada perdidamente del cantante andaluz.

En los corrillos formados por los padres no se hablaba de otra cosa: "Mi hija tiene el cuarto lleno de pósters de Alejandro, sólo piensa en él; hasta yo me sé las canciones de lo mucho que me las pone en casa. La verdad es que no me importaría acabar siendo la suegra de Alejandro", afirmó otra madre ante la atónita mirada de su marido.

Pero no sólo eran padres los que oteaban a través de la verja el interior de la plaza con la vana esperanza de localizar a sus hijas entre la multitud. Arturo, de 61 años, esperaba resignadamente sentado en un poyo a que su mujer, de 60 años, saliera del recital con su nieta. "Su abuela le había prometido que si aprobaba el curso la traería a ver el concierto. A mí esta música no me va. Yo soy más de El Fary y de Los Panchos, pero a esos conciertos mi nieta no quiere acompañarme. No entiendo por qué", se preguntó.

A la una y cuarto, el concierto llegó a su fin. La muchedumbre empezó a salir desordenadamente sorteando a los padres que, con los cuellos estirados como avestruces, intentaban encontrar a sus hijas. "Le he dicho que quedábamos aquí, Antonio. Tú controla que el coche no se lo lleve la grúa que yo me ocupo de localizar a nuestra hija", regañaba Manoli a su enjuto marido. La tensión del momento se reflejaba en la actitud de los progenitores, que intentaban que sus hijas los localizasen gritando su nombre. Los abuelos, más prudentes, se apartaban para dejar paso a los más jóvenes ante el temor de ser arrollados por la marea de entusiasmados fans.

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