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Sarajevo cura sus heridas

La capital de Bosnia-Herzegovina trata de superar mediante las urnas el trauma de la guerra

ENVIADO ESPECIAL, Las elecciones generales de este fin de semana en Bosnia-Herzegovina suponen un paso más en el camino de la normalización del país, casi tres años después del acuerdo de Dayton, que puso fin a la guerra de 43 meses. En la capital, Sarajevo, se entremezclan aspectos de una ciudad confiada y al tiempo se palpan las heridas de la guerra, tanto en los edificios como en las gentes que sufrieron el asedio durante tan largos meses.Caravanas de propaganda electoral del Partido de Acción Democrática (SDA), el del presidente de Bosnia-Herzegovina, Alija Itzebegovic, seguro ganador entre la comunidad bosnia musulmana, recorrían ayer las calles de Sarajevo con altavoces a toda potencia con música oriental que invita a cimbrear la cintura.

En la zona peatonal, más discretos, los del Partido Socialdemócrata (SDP) repartían en sus tenderetes la quincalla de propaganda electoral al uso en Occidente: desde cajas de cerillas hasta pegatinas o bolígrafos con el inevitable anagrama y lemas.

A pesar de este ambiente de normalidad, las heridas de la guerra son palpables en Sarajevo. Al lado del aeropuerto, todavía destartalado, se tropieza el viajero con un campo minado, rodeado de una banda de protección para los artificieros encargados de desactivar las minas.

En las oficinas del sinfín de organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales con sede en la ciudad cuelgan carteles que advierten contra el riesgo de salirse de las carreteras y de caer en terrenos minados. A derecha e izquierda de la tristemente celebre avenida de los francotiradores se elevan los esqueletos de cemento renegrido, edificios en ruinas con hierros retorcidos y boquetes por todas partes.

Al lado del estadio de Sarajevo, una pradera donde antes de la guerra había dos campos de fútbol quedó reconvertida en cementerio, ante la falta de espacio para enterrar a los muertos en los habituales. La carretera separa, más allá de la muerte, a los caídos de las diferentes religiones: musulmanes, de un lado, y del otro, los ortodoxos y católicos. En esta mañana de final de verano, una mujer rubia enlutada, de unos 45 años, deposita unas flores frescas en una tumba donde una lápida dice que allí reposan los restos de Edib Mehmedovic, que vivió poco más de 21 años, entre el 5 de marzo de 1973 y el 9 de mayo de 1994. La mujer casi acaricia la tierra y arranca con mimo alguna que otra mala hierba. Tras unos instantes de recogimiento y plegaria sigue hacia otra tumba, la de Vasvija Gluho, que vivió 62 años, entre 1932 y 1994. A duras penas contiene las lágrimas la mujer al explicar que Edib era su único hijo, y Vasvija, su madre. Los dos murieron en la guerra en el plazo de una semana. El día 9 de cada mes pasa siempre a renovar las flores de la tumba del hijo y la de su madre.

Al lado de los jardineros que cuidan el cementerio se encuentra de palique Abid, de 50 años, que antes de la guerra se ganaba la vida como panadero en Ravna, un pueblo cerca de Sarajevo, que tras la división del país en dos entidades territoriales quedó en la República Serbobosnia. Abid se quedó sin trabajo y sin casa, porque él, serbio musulmán, no se atreve a volver a su pueblo, donde los serbios viven en mayoría. Explica Abid que, incluso después de la paz de Dayton, francotiradores mataron a un vecino y él no ha vuelto por su casa, a tan sólo 40 kilómetros de Sarajevo: "Nunca nadie podrá volver. Antes vivíamos bien con los serbios, pero los vecinos de entonces ya no están. Son otros". Se muestra Abid nostálgico de los tiempos en que el dictador comunista Tito gobernaba en lo que entonces era Yugoslavia: "Con Tito se podía vivir. Sin Tito, nada. Con esta democracia, nada".

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La nostalgia de Tito se advierte en diversos puntos de Sarajevo. Su imagen cuelga de muchos locales públicos. Incluso la calle donde se encuentran las oficinas del alto representante de la comunidad internacional, el diplomático español Carlos Westendorp, lleva el nombre de Mariscal Tito. No deja de ser curioso en un país que abjuró hace ya más de 15 años del comunismo y cuyo presidente, Izetbegovic, pasó varios años como preso político del régimen titoísta.

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