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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

La metamorfosis

Vinieron toros con la estampa propia de su encaste, embestidores y fuertes y, mediada la corrida, se metamorfosearon en borregos. La afición estaba desolada. Ver para creer. Los toros de Cebada Gago respondían a la confianza que los aficionados habían depositado en ellos: nada aparatosos, desde luego, pero musculosos, proporcionados, astifinos, limpios de lámina y guapos de cara. Porque uno no es vaca, que si no...

Salían, y la afición ya tenía pie para comentar lo que toda la vida de Dios en habiendo toros. Del que abrió plaza, que si era bravo o no tanto. Se discutía por ello: que si tomó entregado la primera vara; que si se soltó en la segunda...

Había unanimidad respecto a la encastada boyantía del animal, que tomó la muleta con repetida fijeza. Manuel Caballero le administró una faena importante y de esto se discutía también. Importante por no amilanarse ante la recrecida embestida, ofrecer el medio pecho -que decían los clásicos-, echarse pronto la muleta a la izquierda y cuajar dos tandas de naturales. No tan importante por cambiar a los derechazos, ponerse en plan pegapases, volver a los naturales ya sin templanza ni ajuste.

Cebada / Caballero, Tato, Liria

Toros de Cebada Gago, bien presentados, cuatro primeros poco bravos pero encastados, resto inválidos y aborregados; 6º, sobrero, en sustitución de un inválido, sin trapío y más inválido aún.Manuel Caballero: estocada delantera (oreja); bajonazo (aplausos). El Tato: media atravesada trasera caída (silencio); estocada (petición y vuelta). Pepín Liria: estocada corta y rueda de peones (ovación y salida al tercio); estocada (aplausos y saludos). Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. 8ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Hablaba de toros y de toreo la afición, como toda la vida de Dios en habiendo toros; no de la vergüenza que da cuando sacan borregos. Del concepto del toreo se hablaba. Un torero con sentido lidiador a ese toro le habría seguido toreando por naturales hasta poner la plaza boca abajo. Y a matar.

Los toreros modernos lo entienden de otra manera; creen que acumulando pases ganan triunfos, y lo que consiguen es ponerse soporíferos. La mayoría de los taurinos de esta hora, que no saben de la misa la media, les equivocan con sus consejas. Se les oye decir: "Ese toro tenía 20 pases más". Bueno, ¿y qué? ¿Una corrida de toros es un tentadero? ¿A qué pases se refieren? El toreo es hondo y conlleva riesgo. Y una vez dominado el toro ya no hay más pases que dar: la faena está hecha. Torero de muchos pases es El Tato. Muchos pases en cuanto a la cantidad, no en cuanto a la variedad. El segundo toro, manso ante el caballo, devino dificultoso y estudiaba la afición la lidia que procedía aplicar y dónde. El Tato lo entendía a su manera: siempre los mismos pases y en un único lugar de los medios, sin intentar otras suertes ni llevarse al toro a distinto sitio por si podía mejorar el trasteo.

Un tercer toro excelente tuvo Pepín Liria que lo toreó con aquellas tosquedades que hubieran sido admisibles de salirle un barrabás. Los enganchones se sucedían, la pastueña embestida no le aquietaba el ánimo ni le ponía en esa receptiva situación que agradecen las musas. De repente se colocó de espaldas, pegó un circular, empalmó dos pases de pecho, se descaró en plan comando suicida, y las musas huyeron despavoridas.

El cuarto toro trajo muchos problemas. Manso declarado, recibió cinco puyazos y aún daba guerra. Manuel Caballero intentó derechazos y naturales mas el toro los tomaba sin fijeza y llegó a tirarle un hachazo, por lo que resolvió abreviar. Y fue entonces cuando se acabó la corrida.

Se acabó la corrida porque debió de producirse una mutación astral y sobrevino la metamorfosis. Extrañamente, el quinto toro estaba inválido. Y los demás, también. No sólo estaban inválidos sino que parecían borregos. Acaso ovejas. La afición, que había estado hablando de toros, ahora cambiaba impresiones acerca del ganado lanar.

Después de un toro que tomó cinco varas, un toro que rodaba por la arena los aficionados no lo podía admitir. Sí El Tato, que incluso abusó, al suyo lo molió a derechazos e izquierdazos dentro de su estilo habitual -citar medio tumbado, largar tela, meter pico- y consiguió que parte del público bilbaíno le pidiera una oreja, finalmente no concedida. El presidente tuvo en cuenta tanto a quienes la pedían pegando gritos, como a quienes no la pedían, que constituían la mayoría silenciosa.

El sexto estaba inválido y volvió al corral. El sobrero era un impresentable especimen, anovillado y cuernifofo, cojitranco y pusilánime, al que Pepín Liria pretendió hacer faena, pero se desplomaba a cada pase. ¿Los toros de Cebada Gago metamorfoseados en borregos? La afición no pudo soportar semejante frustración y unos se rasgaban las vestiduras mientras otros encendían cerillas para quemarse a lo bonzo.

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