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Viento del este. Viento del oeste

JAVIER ELORRIETA Los hijos del Sol Naciente eran la invención por antonomasia y, además de vanguardia productiva, los ejecutores de las teorías que venían pregonando los sistemas de calidad en cualquier proceso productivo. Eran el paradigma para evaluar la aplicación de un sistema, que decía poner la satisfacción del cliente como objetivo del proceso. Pero al que un tratamiento cuasi religioso sobre esa teoría hacía el moderno milagro de conseguir, además del ahorro de costes y mejorar la calidad del producto, otros aprovechamientos más espirituales, como la fidelización del cliente y la felicidad del trabajador, haciéndole conseguir su realización a través del trabajo en equipo, etcétera. Se elaboraba un proyecto, se fijaba una misión, cuya referencia iconográfica solía ser un sol estático, que ni salía ni se ponía, dibujado al final de un camino de permanente búsqueda de lo que se llamaba, con infantil exuberancia de adjetivación, Calidad Total. Un directivo, para explicar la bondad del sistema, dijo que conseguía que el trabajador al levantarse, sabiendo que iba a la empresa a realizarse, le sobrevenía una inevitable sensación de felicidad. Lo que provocó, por la tan exagerada glorificación del asunto, que alguien apreciara en él una especie de profeta, y quien dentro de su contenida hilaridad, descubriera un farsante. La verdad es que aseguró su futuro. En el fondo, para algunos el colectivo tiene un uso instrumental, no lo perciben como sujeto destinatario de nada. El desarrollo de esas teorías ha tenido en el sector automovilístico un campo de pruebas fundamental para evaluar su proceso. Al menos hasta la eclosión del sector de la telecomunicaciones. De hecho la ponencia de experiencia de gestión práctica, en la puesta de largo de la Fundación Vasca de la Calidad, fue el presidente de Volvo quien la protagonizó. Peter Drucker, uno de los grandes gurús de la Economía, fue divulgado, durante su estancia en Bilbao hace unos años, con un largo artículo en dos días consecutivos titulado Los trabajadores con las manos atadas por la tradición, que contraponía los resultados de la industria automovilística entre empresas japonesas y estadounidenses, donde tanto en los ratios de unidades/mes como en minutos/hora efectivos, eran claramente favorables a los japoneses. Solamente por aplicar una segmentación de niveles o categorías funcionales más reducida. Qué decir de nuestra más insigne figura local, que tuvo el increíble y sin parangón espacio de toda una tarde de TV pública autónoma para hablar de su teoría. Manifestaba tener el mejor coche del mundo cuando estaba en una compañía, pero luego cambió ambas cosas. Su minuta por una charla de media hora, en una convención de comerciales, permitía comprar un buen automóvil sin recurrir ni al leasing ni a la financiera, al contado. Pero si los japoneses exportaron la práctica, fueron los estadounidenses quienes teorizaron previamente las diferentes técnicas de mejora de la gestión. Pero como en toda doctrina que se predica como la "buena nueva", puede tener efectos indeseados. En muchos casos el objetivo de reducción de costes, desprovisto de cualquier otra valoración social, es el único que se ha impuesto como definitorio en la gestión empresarial. El accionista prima sobre el cliente y el trabajador, sin definir márgenes razonables de beneficio y satisfacción. Pensando que el mercado, que si es cierto que tiene efectos reguladores, no lo es que él solo, por los mecanismos de la oferta y la demanda, tenga asumida con tanta lógica esa ley de la gravedad, como para que lo único que caiga por su propio peso sea el sentido común. Con el viento del Este vinieron, junto a las máquinas de fotografiar y la reducción de componentes, informaciones que visualizaban una estructura social y laboral que no entusiasmaba aquí. Nadie envidiaba a un japonés. Ahora vienen vientos de crisis. Inevitablemente se mirará más al Oeste. Algunos seguimos, con aferrada y extraña fidelidad a ciertos valores, con los ojitos puestos en el Viejo Continente.

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