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El centro liberal valenciano

El partido que nos gobierna está esforzándose por presentar nueva cara ante la ciudadanía. En la Moncloa, el cambio de MAR por Piqué es paradigmático. La caída del doberman Cascos parece que apuntala la operación. Aznar, desde les Platgetes, parece decidido a desprenderse del estilo y formas de derecha dura que ha caracterizado su gobierno desde el principio. Que la operación les salga bien y que la ciudadanía les compre el nuevo producto está por ver. Las encuestas por ahora son de una crueldad pasmosa: nunca un gobierno con la economía tan de cara había tenido tantos problemas para alzar el vuelo de la credibilidad. En tierras valencianas, la operación parece más difícil. Tan solo el pacto lingüístico se enmarca en una estrategia coincidente con la de la Moncloa. Pero, incluso en este asunto, la falta de convencimiento y de ganas de acabar la pelea por parte de la prensa afín a la Presidencia de la Generalitat, debería inquietar a los que desean al cambio de imagen. En los demás asuntos, en el fondo y la forma, el "centro liberal" no se ve por ninguna parte. El sectarismo y la mala educación campan por sus fueros. Sus portavoces son incapaces de resistir al insulto cuando alguien discrepa. Los grupos de intereses se han adueñado de la situación. Los enfrentamientos empiezan a hacer mella en la entrañas del partido. Sirvan como ejemplos cercanos, las discusiones urbanísticas entre ayuntamiento y Generalitat en la ciudad de Alicante o la desgarrada lucha -también entre Ayuntamiento y Generalitat- en el proceso de nueva concesión de las aguas potables en la de Valencia, por no hablar de temas patéticos como el del aeropuerto de Castellón. El viejo cliché de una derecha que vive por y para el negocio no sólo no se ha desterrado en nuestro país, sino que los valencianos asistimos asombrados a su cultivo sistemático hasta en los proyectos que podrían ser bandera unitaria como el de Terra Mítica. Son comportamientos de derecha antigua. Aquella que usa y abusa del presupuesto y del patrimonio públicos. Lejos están los slogans liberales de reducir el tamaño y la intervención del Estado que se planteaba cuando se estaba en la oposición. Ahora, el Estado está omnipresente: en las subvenciones, en las ayudas, en las privatizaciones, en las entidades financieras. Los responsables de la Generalitat, las diputaciones y los ayuntamientos, desde una discrecionalidad fuera de todo juicio, premian a los buenos y castigan a los malos. Como hacían sus padres en el régimen anterior. Pero, la pequeña gran diferencia es que ahora funcionan las urnas cada cuatro años. Hay prisa. Tanta, que se pierde con frecuencia la discreción. Demasiadas evidencias para contrarrestarlas sólo con campañas de imagen o con simples lavados de cara. El problema es de calado profundo. Hablamos de la opacidad en el uso de más de un billón de pesetas que manejan las administraciones valenciana, hablamos de tolerancia, hablamos de pluralidad en la radio y la televisión valencianas, hablamos de mil promesas incumplidas. Cuesta pensar que con acabar la N-III por Contreras está todo resuelto. Sinceramente, creemos que el presidente Zaplana aun lo tiene más difícil que el presidente Aznar para convencer al personal que representa el centro liberal.

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