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Una oportunidad para los partidos políticos

Algunos han calificado el proceso de primarias iniciado por el PSOE como operación de imagen. Otros lo interpretan como resultado de la crisis profunda de ese partido. Ambos juicios me parecen muy condicionados por prejuicios y no están exentos de malicia, aunque el segundo expone un hecho real: los partidos políticos (y no sólo el PSOE) pasan por una situación de crisis. Para corroborarlo, basta recordar los múltiples conflictos internos en todos los partidos o acercarse a las encuestas de opinión: en todas ellas la confianza de los ciudadanos en los partidos y la valoración de sus líderes es muy baja. Este fenómeno no es exclusivo de España, más no por eso deja de ser preocupante, en primer término para los propios partidos. Por eso no resulta inútil cualquier intento de renovación. En este punto, si somos rigurosos, hay que admitir que destaca el PSOE, aunque aún sean muy confusos los pasos dados y más aún los resultados. Tal vez sin desearlo por completo, el camino abierto con las primarias puede conducir a un cambio sustancial en la organización del PSOE y, si así fuera, tendrá consecuencias en los demás partidos, como ha sucedido en otras ocasiones cuando se ha producido un cambio en este punto. Los partidos políticos surgieron en el siglo XIX como meros comités electorales. A medida que se fue afirmando el Estado liberal adoptaron la forma de agrupaciones de cuadros, es decir, de personas notables por su influencia social o por su poder económico. Así se organizaron los partidos liberales (conservadores o progresistas) que protagonizaron la vida política decimonónica. En el último tercio del siglo XIX surgieron los partidos socialistas europeos. Desde ese momento, y con más claridad desde las primeras décadas del XX, los socialistas introdujeron un nuevo modelo: el "partido de masas", basado en la adhesión de un amplio número de ciudadanos que, mediante su afiliación, hallaban un cauce, hasta entonces vedado, para participar activamente en la política. Este modelo ha presentado diferentes tipos, según se trate de partidos socialistas, comunistas o fascistas, y al final ha sido adoptado por los partidos burgueses tradicionales. El crecimiento económico y el desarrollo de los medios de comunicación han producido, en la segunda mitad de nuestra centuria, un cambio general en el modelo de "partido de masas", hasta desvirtuarlo. En nuestros días la máxima preocupación de todos los partidos políticos estriba en mostrarse ante los ciudadanos, mediante los medios de comunicación, como organizaciones estables, bien estructuradas y capaces de competir con éxito en el mercado electoral. Los partidos políticos, al estilo de cualquier empresa, pugnan por aparecer en el mercado (el de la opinión pública y, en último término, el electoral) de la forma más airosa y convincente posible. Se entiende que tal cosa se consigue cuando el partido aparece (la apariencia es fundamental) sólidamente organizado. Esto implica que la dirección del partido, el "aparato", mantenga un control férreo sobre los afiliados. Los miembros de un partido quedan reducidos a la condición de comparsas de las decisiones del "aparato", el cual a su vez debe estar encabezado por un líder dotado de la suficiente credibilidad en su seno como para dirigirlo sin oposición. El líder es el principal "vendedor" del partido y el valedor supremo en el momento clave, el de las elecciones. Cuando éstas llegan, el líder abraza, besa y sonríe, se muestra inagotable e ingenioso, ofrece una imagen agradable y en sus apariciones públicas debe cuidar hasta el último detalle (si es preciso se falsean incluso sus fotografías). El líder, en suma, debe mantener la apariencia de calidad suprema para lograr el triunfo de su partido en el mercado de las elecciones. Lo que actualmente ocurre en el PSOE como consecuencia de las primarias introduce un elemento de confusión en tal manera de entender la organización de los partidos. El PSOE se ha encontrado, de pronto, con dos hipotéticos líderes: Almunia, al que correspondería el liderato "tradicional", y Borrell, que ha alcanzado otro tipo de liderazgo. A todos nos ha sorprendido esta circunstancia, y en particular al propio PSOE. La sorpresa podría reproducirse en ayuntamientos y comunidades autónomas. ¿Qué hacer en tal situación, calificada en los medios de comunicación como "bicefalia"? Los integrantes del aparato, tanto los del PSOE como los de otros partidos (estos últimos no han perdido ocasión para pronunciarse al respecto, entre otras cosas porque perciben que el proceso puede afectarles antes o después), han apuntado de inmediato una solución: la celebración de un congreso extraordinario para clarificar a quién corresponde el liderazgo real, ya que no conciben el partido de otra forma. Es la solución arcaizante, la que surge de la concepción actualmente en crisis. Creen que sin el líder único y sólido el partido no será apto para competir en el mercado. Otros estiman que un congreso extraordinario es operación arriesgada, por su hipotética incidencia negativa en la venta del producto llamado "partido político" y confían en que el tiempo resuelva el problema. No se deciden, por tanto, a actuar. Simplemente, confían en el golpe de suerte (en cualquier momento se definirá el auténtico líder) o en los errores del partido que desempeña el papel de principal adversario político. Al margen de estas propuestas, el hecho es que en el PSOE ha surgido una situación nueva que, bien aprovechada, podría ser el comienzo de una auténtica renovación en su seno y, de paso, pudiera influir en otros partidos, inaugurando un nuevo modelo. El desarrollo sin temores, con todas sus consecuencias, del proceso de elecciones primarias implica, en primer término, el debilitamiento del "aparato", pues éste quedará reducido a la condición de órgano administrativo al servicio de la política, perdiendo su carácter de único protagonista en la orientación política del partido. El líder tradicional, a su vez, pierde poder, pues los afiliados pueden revocarlo en las primarias. De esta forma se despeja el camino para que los militantes adquieran el protagonismo político real. Para ello, sin embargo, no basta con las primarias. Habría que dar más pasos. Éste es el gran reto para las actuales ejecutivas de los partidos y, en particular, para la del PSOE. Ha llegado el momento de abandonar viejas formas y armarse de imaginación para facilitar el cambio exigido por los ciudadanos. Las ejecutivas deberían atreverse a extender las primarias a los simpatizantes y electores, para de esta forma adquirir la máxima legitimidad en la opinión pública. Además, tendrían que arbitrar procedimientos complementarios para propiciar la participación política. Se requiere, en suma, un cambio sustancial en la manera de entender el papel de las ejecutivas de los partidos y la desaparición del férreo control ejercido por unos cuantos dirigentes. Si un partido, tal vez el PSOE, se decidiera a caminar por esta vía, la afiliación adquiriría pleno sentido, pues el ciudadano constataría que es posible la deseada renovación.Emilio La Parra López es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante.

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