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Memorias

LUIS DANIEL IZPIZUA Dice Arnaldo Otegi que la Constitución y el Estatuto están agotados. También he podido leer hace unos días que el programa Irale de euskaldunización del profesorado está agotado. No se escucha otra palabra en el país: todo está agotado. Y he llegado a la conclusión de que también yo debo de estarlo, así que he decidido escribir mis Memorias. Y estoy encantado. Jamás hubiera sospechado que la vida de uno, puesta así en papel escrito, pudiera alcanzar tamaño esplendor. Me las leo y las releo, y no dejo de reprocharme el haber dejado pasar tanto tiempo antes de conocer a alguien tan interesante. Yo, la verdad, me consideraba,y me sigo considerando, un tipo bastante anodino, de forma que me cuesta creer que ese tipo formidable que exuda mi pluma sea yo. Sin embargo, nació en la misma casa, año, día y hora que yo, y acudió a las mismas cafeterías. Hasta llevó el mismo bañador amarillo limón con el que yo intenté competir con el sol veraniego una temporada. ¡Que tiempos! Pues bien, ese bañador, que en mi memoria verdadera se retuerce rojo de vergüenza, se integra maravillosamente en las Memorias en el paisaje que sirvió de marco a mi encuentro con... Permitan que mantenga el misterio, pero ese plastón de seductor macarra de mi memoria verdadera se me ha convertido, gracias al acontecimiento del que mi vergüenza lo disociaba, en algo así como la pared amarilla de la Vista de Delft, que tanto admiró Marcel Proust. Y qué decir de aquella frase que profirió uno conversando con un amigo. Puesta así, a pocas paginas de la infancia, lo convierte a uno en un Saint-Just. Y es que las Memorias nos dan la tribuna pública que siempre nos faltó. Por allí desfilarán luego todos nuestros prohombres, porque, ¿quién no ha tenido ocasión de degustar pintxos hombro con hombro o de estrechar la mano a la mayoría de ellos? Ventajas de vivir en un país pequeño: cualquiera puede parecer Metternich en cuanto coge la pluma. Aunque lo mejor son los amigos. Los pone uno a pasear por sus Memorias y adquieren trazas de seres mitológicos. Mi amigo futbolero, por ejemplo. Siempre lo consideré un tipo normal, pero al destacar su hecho diferencial se me ha transformado en un ser inenarrable. Solía salir de su trabajo con tiempo escaso para llegar a la hora al estadio. Así que se enchufaba para disfrutar por la radio de los momentos previos al encuentro y echaba a correr como un poseso para llegar a tiempo al partido. Corría lleno de excitación por calles, plazas y avenidas, pero, como el personaje de Kafka que jamás podrá llevar a su destino el mensaje del emperador, mi amigo nunca conseguía llegar al estadio. ¿Qué por qué no lo conseguía? No tengo ni idea. Pregúntenselo ustedes a Kafka. Aunque éste tampoco les dará una respuesta, ya que, por más que se empeñen algunos en darles un sentido, sus relatos son como la plenitud de Dios caminando hacia su insondable ausencia. Pero mi amigo insistía, todavía insiste.Y cuando atraviesa pleno de excitación el umbral de su casa -adonde sí suele llegar- dicen que su mujer se lo agradece. Sobre todo cuando entra gritando: ¡hemos ganado! La vida, ya ven, suele necesitar esas carreras en el vacío para merecer la pena. Aunque no sé para qué les hablo de fútbol, si a mí no me gusta. Como dejo bien claro en mis Memorias, me parece más chic el lanzamiento de martillo. Es una maravilla ver girar a esas masas musculosebáceas, convertidas así casi en ánforas jónicas, y comprobar luego cómo todo su esfuerzo se deshace en la nada de un golpe seco lejano e inútil. Le hacen reflexionar a uno sobre el ser y la nada, el cuerpo y el espíritu, la masa y el vacío. Imposible gritar después, cuando uno llega a casa, ¡hemos ganado! Hay que prepararse un martini y elegir el disco adecuado para entrar a un bailecito susurrante y quedón. Un escenario adecuado para ir olvidando que la vida agota cantidad, y acabar comprendiendo que, además de este país, existe otro país y está en el mismo sitio. Sin Arnaldos Otegis, ni Irales, ni agotadores martilleos sobre un final sin principio. Ocurre como en mis Memorias, en las que yo estoy encantado de conocerme,y en las que mi país, el de ustedes, brilla espléndido, hermosísimo.

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