_
_
_
_
_
EL GRAN SEDUCTOR DE LA CANCIÓN

Un camino directo al corazón

Ángel S. Harguindey

«Creo en lo que canto. Soy sincero. Si quieres ganarte al público, sólo hay una manera de conseguirlo: tienes que acercarte a la gente con sinceridad y humildad. Con esto no trato de impresionar a nadie; he descubierto -y cualquiera puede verlo en otros artistas- que cuando uno no se entrega al público no consigue nada. Ya puedes ser el intérprete más perfecto del mundo que el público es como las mujeres: si te muestras indiferente con ellas, no hay nada que hacer». Así comenzaba Frank Sinatra un artículo con motivo de su 80º cumpleaños, el 12 de diciembre de 1995, y que se publicó en EL PAÍS entre otros diarios del mundo.Es una definición rotunda y sabia del más importante de sus oficios, el de cantante, y no debe resultar extraña su referencia a las mujeres pues, como suele ocurrir entre los grandes artistas, es difícil deslindar vida y obra. En Sinatra es inconcebible la música y la vida sin las mujeres, como tampoco lo es sin ellas la obra y la vida de Pablo Picasso, por ejemplo. Títulos de canciones como I get a kick out of you, My heart stood still, Bewitched, bothered and bewildered, Strangers in the night, My way, New York, New York o L.A. is my lady no tendrían sentido sin la mujer como estímulo y destino.

Ciertamente Sinatra tuvo la enorme fortuna de poder elegir su repertorio entre los compositores de mayor talento, desde Cole Porter a Antonio Carlos Jobim, como también fue una inmensa suerte poder contar con directores musicales de la talla de Nelson Riddle o Billy May en esa fantástica etapa Capitol, pero es justo reconocer que sus interpretaciones de temas que fueron grabados por docenas de cantantes, antes y después que él, son absolutamente inconfundibles. La magia de su entonación, la forma de contar las historias y la atmósfera que consigue con su voz es lo que permite afirmar que «sus discos son el mejor acompañamiento que uno podría desear, especialmente para noches de sensibilidad exacerbada», como lo hizo Diego A. Manrique. Y así es: si ustedes se imaginan un anochecer caluroso en un jardín, con la dama de sus sueños o con el recuerdo de quien ocupó su corazón, la música más acorde podría ser, sin duda, una balada melancólica de La Voz , cualquiera de sus canciones para solitarios.

Hotel Felipe II de El Escorial en 1957. Interior noche. En el bar, Sinatra y dos personas más. El resto del equipo recuperaba las fuerzas tras una dura jornada del rodaje de Orgullo y pasión , de Stanley Kramer . Se sienta al piano y comienza a tocar y cantar suavemente. Pide un teléfono y llama a Madrid. Intercambia unas frases y sigue su particular concierto por y para el teléfono. Es un concierto privado que no tiene aspecto de acabar. Una hora después, y mientras Sinatra sigue desgranando canciones, aparece en el bar Ava Gardner con un abrigo de visón blanco y un sugestivo camisón. Se acerca a él con amor y se pierden los dos hacia la suite. Una secuencia real que habla del poder de seducción de un cantante y de los reflejos de una dama entregada. Lo contó en su día Enrique Herreros, testigo de la escena.

Sinatra ha muerto pero la estela de la sensibilidad y la belleza de sus canciones nos marcarán para siempre el camino que lleva directamente al corazón.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_