_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No lo estropeen, por favor

La celebración de elecciones primarias es la iniciativa política más importante que ha adoptado el PSOE en esta década. La decisión de Almunia de someterse a ese examen democrático y la determinación de Borrel de competir en serio con él han conjurado, de momento, una larga sequía de credibilidad y una interminable secuencia de descrédito. Ambos gestos han tenido más espesor político que ocho años de retórica sin sustancia y estrategias sin norte. Contra todo pronóstico y desmintiendo el cuchicheo de regencia y sucesión protagonizado por los notables del partido, se ha abierto de pronto un horizonte de expectativas realmente inédito. Para empezar, la reacción provocada por las primarias entre propios y extraños confirma que lo que de verdad esperan los ciudadanos del PSOE es su propia regeneración interna. La lección es clara: el crédito del partido aumentará en proporción a la cantidad y calidad de iniciativas que desde fuera y desde abajo sean percibidas como reformadoras de su funcionamiento. A despecho de otras medidas presentadas como innovadoras, ésta es la única que ha suscitado interés y entusiasmo. ¿Por qué? Muy sencillo; los ciudadanos han intuido que las primarias pueden ser una oportunidad para reconciliarse con la política, una actividad que consideran básica y a la. que, sin embargo, son profundamente desafectos.La fuente de la desafección hacia los partidos hay que encontrarla en la impotencia de los ciudadanos para condicionar, siquiera mínimamente, una actividad que financian, que se realiza en su nombre y que insensible a sus demandas deviene cada vez más un mercado, en beneficio en primer lugar de sus propios gestores y de su clientela, pero motambién de consorcios de poder no político que se disputan el control de tan preciado territorio de caza. Más que una competición que favorece a terceros, los ciudadanos en general, la política se proyecta como un atajo de excepción para la promoción personal y para la acumulación de poder e influencia; objetivo que uniforma a quienes ponen el ojo y la mano sobre tan importante esfera de la interacción social. Y puesto que la política se convierte en un horizonte profesional sin re torno, el precio moral de la voluntad de permanencia y de poder se rebaja considerablemente, la calidad de la vida asociativa se degrada, la financiación se hace insaciable y a la postre la actividad política queda atrapada en un sin fin de problemas personales pendientes.

Lo que esperan los ciudadanos de las primarias es que al desapoderar a las cúpulas de los partidos de algunas de sus competencias Y aumentar las oportunidades de decisión de afiliados y seguidores no atrapados en su promoción personal por los lazos con aquéllas, se frene la lógica autoreferencial y la espiral endogámica que domina la vida pública y que ha desvitalizado los mecanismos de la responsabilidad política y el control democrático. Tan pertinentes son estas expectativas ciudadanas como fundado el temor a que una vez más puedan frustrarse. En primer lugar, quienes pueden desarrollar estas reformas tienen que optar entre aceptar los riesgos inherentes a un programa de innovación rentable para el colectivo o desvirtuarlo para preservar la actual renta de situación, o sea el status y la posición de poder de ellos mismos y de sus allegados políticos. Los precedentes no permiten ser muy optimistas y lo que hasta, ahora se ha hecho es fagocitar las referencias reformistas vaciándolas de contenido y dejándolas sin mordiente transformador, como en el caso de la asignación de puestos por cuotas. En segundo lugar, los partidos, en parte por definición y en parte por vicio, tienen una democracia y legalidad internas de naturaleza demediada: en su interior no opera el control de legalidad, ni hay mecanismos fiables de garantías para.los derechos individuales y procedimientos; no existe lógicamente división,de poderes y el pluralismo deviene por lo común actividad no ya fraccional sino de facción, como diría Sartori. Además, a estas alturas es para desconfiar de que el gobierno de los hombres -en este caso los miembros de los aparatos de los partidos- pueda suplir con acierto las carencias del gobierno de las leyes. Para disipar sospechas y evitar la tentación de que a los patrones políticos "se les vaya la mano" en su afán por controlar el proceso y de ese modo el hallazgo de las primarias termine en un gran fiasco, sólo se me ocurre una salida de futuro: el control externo; encomendar a las juntas electorales, o a un organismo análogo habilitado a tal fin, la garantía de los requisitos de legalidad, imparcialidad e igualdad propios del procedimiento democrático, con independencia de las competencias del ámbito judicial.

Hace unos años, cuando daba vueltas a estos asuntos con Manu Escudero y Miguel Ángel Quintanilla, este último, medio en broma y medio en serio, solía terciar en la discusión diciendo que habría libertad y democracia en el interior de los partidos el día en que éstos alcanzasen como mínimo el millón de afiliados y los participantes en las asambleas locales fueran tan numerosos que hubiera que celebrarlas en los polideportivos de los pueblos y en los estadios de las grandes ciudades. Tal hipérbole en favor del principio democrático de inclusión es muy expresiva de la necesidad de romper el círculo oligárquico que ahoga la democracia interna en los partidos. No nos engañemos, mientras los que toman parte en el proceso de decisiones sigan siendo una pequeña minoría, el voto será en una gran proporción un voto de trueque por el que se permuta lealtad a cambio de gratificaciones particularizadas y personales. La única salida viable es tratar de diluir las fronteras entre esa minoría que dentro de los partidos goza de muchas oportunidades de elegir y condicionar las decisiones y esa otra gran mayoría de seguidores a los que por todo incentivo político sólo les cabe votar en la competición entre los distintos partidos. De ahí que ya entonces en Diez propuestas para la reforma del PSOE (EL PAÍS de 22/7/93) propusiéramos la celebración de primarias no sólo entre afiliados sino también abiertas a los seguidores del partido, creándose a tal fin un censo público de simpatizantes a los que se les reconoce el derecho a participar en las deliberaciones programáticas, en la aprobación anual de la gestión de sus órganos locales y en la selección de los candidatos electorales.

Por último, supongamos que los dirigentes de un partido, venciendo contra todo pronóstico el muy mentado efecto Lampedusa, están dispuestos a incorporar cuantos mecanismos de control sean necesarios para garantizar la absoluta limpieza del desarrollo de las primarias y brindan además la oportunidad de participar a sus simpatizantes. Quedaría aún un último requisito para que la planta de las primarias termine prendiendo: la generalización del procedimiento al conjunto de los partidos y su regulación por ley. De lo contrario, su crecimiento se producirá en el movedizo terreno de la legalidad interna de los partidos; no parece equitativo que las organizaciones más sensibles a los requerimientos democráticos sean las que soporten más constricciones y resulten penalizadas en su capacidad de maniobra.

Es cierto que con las primarias el PSOE ha dado algo más que un golpe de efecto; ha estimulado de nuevo la sensibilidad de bastantes "políticos de vocación" sumergidos por el lastre de una política poco saludable y que ha sido para muchos una verdadera pesadilla. Esperemos que este atisbo de resurgimiento no quede en un agradable sueño. Y como eso depende ahora de los "políticos de profesión", terminaré con un ruego: no lo estropeen, por favor.

Ramón Vargas-Machuca Ortega es profesor de Filosofia Política.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_