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LIGA DE CAMPEONES CUARTOS DE FINAL (VUELTA)

Marea blanca

El equipo de Heynckes, en un partido magnífico, golea al Bayer Leverkusen y se clasifica para semifinales

Santiago Segurola

El Madrid emergió de su estado de debilidad para brindar una vibrante noche de fútbol. Lo hizo en un momento de abatimiento de su hinchada, que celebró llena de felicidad el regreso de su equipo al lugar que le corresponde. Con un juego que reunió la calidad, la fantasía, la precisión, el orden y la voluntad, el Madrid destruyó al Bayer, que hizo un papelón. Sólo resistió el portero Heinen, convertido en un cúster circunstancial frente a la marea madridista.Para un equipo que gasta fama de distraído, el partido era de altísimo riesgo para el Madrid. Su inconsistencia en los últimos tiempos ha sido superlativa. Con estos antecedentes, el encuentro se recibió en un clima de pesimismo, desmentido posteriormente por la espectacular actuación del Madrid, que, por fin, estuvo a la altura de la categoría de sus estrellas. Aunque la incertidumbre pesó más de lo necesario durante el primer tiempo -el portero Heinen desactivó una por una todas las oportunidades- el Madrid consiguió reunir un buen sentido colectivo del juego con la distinguida aportación de varios jugadores. La mejoría se apreció también en el capítulo táctico. Por primera vez en mucho tiempo el Madrid apretó de firme en la presión, juntó las líneas y anticipó. De una tacada ofreció todo aquello que ha desestimado en los últimos meses.

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Todos brillaron

El Madrid eligió la generosidad. Dirigió el partido con tanta autoridad como falta de precisión para resolver las numerosas ocasiones que tuvo en el primer tiempo. El desequilibrio entre los dos equipos resultó brutal, y pudo pensarse que el Madrid terminaría por entrar en una crisis de ansiedad. Pero el fútbol fue justo en esta ocasión. Recién comenzado el segundo tiempo, el gol Karembeu eliminó cualquier duda.

El primer tiempo fue un monólogo madridista. Jugó con una soltura inhabitual y generó las ocasiones suficientes para dar puerta al Bayer Leverkusen, que se produjo en Chamartín como lo que es: un equipo de tercera línea. Su proyección ofensiva fue inexistente y su cinturón defensivo apenas resistió las numerosísimas llegadas madridistas. Pero consiguió sobrevivir en la primera parte y, por tanto, mantener al Madrid en una situación incierta, resuelta en el arranque del segundo. El tanto de Karembeu sirvió para dar carácter oficial a la considerable distancia que separó al Madrid del Bayer, que estuvo a punto de recibir una tunda. El juego sólo siguió una dirección: hacia la portería de Heinen, el único potable de su equipo. Desde la lógica no cabía más resultado que la victoria del Madrid por aplastamiento. Sólo en el primer tiempo estuvo a punto de concretar seis oportunidades en el área del Bayer: un mano a mano de Raúl con el portero, una proeza de Mijatovic que no pudo cerrar Karembeu, una excelente estirada de Heinen ante un remate de Raúl, un error de Morientes en el último metro y la vaselina final de Mijatovic, prodigiosa por el toque, por la precisión y por la naturalidad. Pero Heinen volvió a actuar con seguridad.

Resultaba sorprendente la transfiguración del Madrid, convertido de manera inopinada en un equipo sólido, punzante, con criterio y recursos. Frente al Bayer se activó el sistema nervioso del equipo y el sentido general de la responsabilidad. Nadie se quedó fuera del partido, nadie se borró. Todos lo ganaron. La conclusión no dejó dudas: enchufado y firme, el Madrid está en condiciones de ganar la Copa de Europa.

La gente entendió enseguida que su equipo le ofrecía nuevas claves. Por primera vez en mucho tiempo se produjo la conexión en Chamartín. El equipo daba a su hinchada lo que quería y la afición respondía con entusiasmo. Quedaba únicamente el trámite de los goles. Cuando Karembeu conectó su espléndido cabezazo en el primer gol, el partido se convirtió en una fiesta. Uno a uno, los jugadores sacaron lo mejor de su repertorio: Hierro se impuso en la defensa como en sus mejores días, Sanchis se empleó con astucia, agresividad y clase, Roberto Carlos barrió la banda izquierda, Redondo interpretó con solvencia su papel en el eje del equipo, Mijatovic desbordó casi siempre, y Raúl regresó a su estado anterior. De nuevo fue el jugador activo y astuto, capaz de meter en problemas a cualquier defensa. Si no marcó, se debió más a la espléndida actuación de Heinen que a otra cosa.

La suma de todos los factores acabó por conducir al Madrid a un estado feliz e imprevisto. El equipo alcanzó el mejor nivel de juego de los dos últimos años. Frente al Bayer reunió la fantasía y la excitación, consiguió goles y el público lo agradeció con un estallido de alegría. Un partido que llegaba en medio de la aprensión, desembocó en una noche espléndida, una noche que permite rescatar a un equipo que se había instalado en la mediocridad.

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