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Crítica:CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un privilegio

No exageran algunos tenores señeros como Alfredo Kraus o Luciano Pavarotti al afirmar que Jaime Aragall posee "la voz más hermosa del mundo". Escuchar su timbre carnoso, su fraseo cálido y su forma de modular a la antigua usanza es un privilegio. No siempre logra sacar a flote sus mejores cualidades, pero cuando supera nerviosismos, miedos escénicos y otras menudencias, la experiencia lírica que transmite es inigualable.En un recital de Aragall hay que estar en un grado de concentración absoluta. Como en una faena de Curro: cuando menos se lo espera uno, ya tenemos dibujada media verónica de ensueño. Las frases magistrales conviven en Aragall con las triviales, y no siempre la ligazón es exacta, pero cuando salta la magia -y ayer saltó en varios momentos- uno recoge oro puro.

Jaime Aragall

Piano: Amparo García Cruells. Obras de Caldara, Marcello, Rossini, Verdi, Tosti, Pennino, Cilea, Bellini, Curtis, Puccini y Tagliaferri. Teatro Real. 13 de febrero.

Después de unos comienzos titubeantes y algo planos en canciones de Caldara y Marcello, Aragall hizo un Rossini muy estimable aunque sin chispa, y un Verdi correcto pero tenue, para alcanzar en Tosti -especialmente en L'ultima canzone- una plenitud vocal como raras veces se escucha. Era un canto elegante, de melodía larga y envolvente, con un toque melancólico, de sueños posibles o imposibles, a los que la gracia alada de las notas imprimía dulzura y voluptuosidad. La atmósfera era evanescente y a la vez cálida. Insuperable.

Una voz desde la sala gritó poco después "así se canta", lo que pareció desconcertar al tenor que, tras desaparecer unos instantes entre bastidores, entonó un Lamento de Federico, de Cilea, muy irregular.

La segunda parte discurrió sin sobresaltos. Todo fue mucho más sosegado, hasta amistoso. El tenor se encontraba cómodo, gustándose, y así brindó unos Bellini y unos Puccini de magnífica línea, aunque sin alcanzar en ningún momento el hechizo de los Tosti. Cuando mejor estaba cantando dentro de esta segunda parte, al final de Piscatore e Pusilleco, un inoportuno teléfono móvil alteró el idilio.

Fue, en cualquier caso, un gran recital prorrogado con tres propinas: un magnífico Ay, ay, ay, como homenaje a Fleta, y una canción napolitana más en su sitio que la inevitable romanza de La tabernera del puerto. Le pedían entre vítores que cantara La Bohéme, y el tenor respondía que sería una locura, con ese aire sencillo que le caracteriza. Amparo García Cruells aportó, desde el piano, inteligencia, compenetración y gran sentido melódico.

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