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Tribuna
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La aporía anterrorista

Josep Ramoneda

Como acontece siempre que ETA mata, hemos oído solemnes actos de contrición de los partidos democráticos, promesas y juramentos de que no volverán a expresar sus diferencias en público, apelaciones a la unidad sin fisuras de las fuerzas democráticas e incluso amonestaciones a quienes se atrevan a opinar de lo que, según el coro de ritual, no debería ser materia de discusión pública. Como cada vez, las promesas no han resistido un sólo día. ¿Por qué? Porque son propósitos absurdos. No se debe permitir que el calendario criminal de ETA nos imponga una censura voluntaria. Si hay discrepancia entre los partidos democráticos, que se expresen, porque mucho peor es enzarzarse en cuestiones menores para evitar los problemas de fondo.La principal diferencia entre los partidos democráticos gira en torno a la cuestión del diálogo con ETA. Ciertamente, hay un acuerdo formal en el pacto de Ajuria Enea, suscrito por todos, que establece las condiciones en que el diálogo sería posible. Pero mas allá de lo acordado en el pacto de Ajuria Enea, en el momento presente hay dos estrategias claramente distintas. El Gobierno del PP, como ha explicado Mayor Oreja con esta forma sosegada de manifestarse que da mucha más confianza a la ciudadanía que los envarados discursos de su jefe, no contempla en las circunstancias actuales ninguna hipótesis de contacto o negociación. Mientras que el PNV sigue hablando de la necesidad de auscultar o tomar el pulso al mundo etarra, de seguir buscando caminos aunque de momento no lleven a ninguna parte. Me parece más que probable que si algún día podemos hablar del final de ETA será porque en algún tramo u otro del recorrido habrá habido alguna negociación. Pero hoy por hoy la cuestión del diálogo carece de sentido por una razón muy simple: por más que la propaganda batasuna o las almas bien intencionadas de las terceras vías nos quieran hacer creer lo contrario, ETA no tiene el menor interés en un diálogo que lleve a alguna solución. ¿Por qué? Porque ETA no tiene una fuerza suficiente en el País Vasco para ser alguien el día que deje de matar. ETA es en tanto que mata. En un escenario sin terrorismo, ETA y los suyos quedarían relegados a un papel estrictamente marginal. Si el diálogo es imposible porque ETA no quiere, queda la solución policial. Pero llevamos ya suficientes décadas como para dudar de la eficacia de esta solución, porque nunca ha logrado debilitar suficientemente a ETA como para que ésta tenga interés en negociar. Con lo cual la situación es aporética. Y la tentación de los partidos democráticos de especular políticamente con la violencia, difícil de evitar.

Muchas veces uno piensa que se precisaría de un Blair y de un Adams, dos personajes con coraje capaces de ir a contracorriente, para avanzar hacia una solución. Aunque tuviéramos un Blair es improbable que apareciera un Adams, porque ETA ni es tan fuerte como para apostar por un futuro sin violencia ni tan débil como para negociar su claudicación.

El PP es tan evidentemente víctima de ETA desde el asesinato de Ordóñez y, sobre todo, de Miguel Ángel Blanco, que debería abstenerse de hacer victimismo. El Gobierno del PP cometió un error al interpretar las manifestaciones de julio como un trampolín a partir del que cambiar las relaciones de fuerzas en el País Vasco, convirtiéndose en la pieza articular de una nueva mayoría frente al terrorismo. No se sabe cuál será la salida del conflicto vasco, pero si hay alguna, el PNV ocupará un papel central en ella. La tentación del PP de protagonizar en solitario la lucha antiterrorista ha sido aprovechada por ETA. En los últimos años, se había conseguido que el problema de ETA se convirtiera en un problema fundamentalmente interno a la, sociedad vasca, abandonando el eterno discurso del contencioso con el Estado español. Ahora nos encontramos ante un enfrentamiento directo PP-ETA. Quizás Aznar se haya dado cuenta del paso atrás que esto significa y quizás por eso busque apoyo en el PSOE, porque tiene que encontrar una salida a esta polarización entre la víctima (el PP) y el verdugo (ETA).

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