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El biscúter

Debido a un pequeño desarreglo localizado en el hipocampo, resulta que yo tengo una memoria prodigiosa. Más aún: para ciertas cosas, linda con lo sobrenatural, al punto de remontarse como un águila y posarse en parajes insólitos; por ejemplo, el útero materno. Muchas personas, sin embargo, creen esto imposible, y lo siento por ellas, pero no está en mi mano convencerles, y menos cuando no dispongo de pruebas que verifiquen mi historia. En fin, lástima por ellas, y también por la ciencia, porque yo estaría dispuesto a entablar negociaciones, y quién sabe si a dejarme analizar en el laboratorio a un precio razonable.No obstante, tengo entendido que mi, caso no es tan infrecuente como cabría suponer, y confío en que mis colegas de remonte se sientan mejor al saberse acompañados. Esta gente convendrá conmigo en que el útero es un alojamiento extraordinario, además de barato y tranquilo, y en que no, hay lugar más confortable en el mundo. El de mi madre, en concreto, tenía forma de campana invertida y en él hacía un calorcito la mar de agradable. Por allí, volando entre sus fluidos, brillaban burbujas de color anaranjado (el dato hay que tomarlo con cautela, ya que soy daltoniano) y a través de sus paredes penetraba una luz muy suave que aliviaba en parte la penumbra. Se vivía bien en este sitio: braceando, en paz con la existencia, sin grandes sobresaltos, dormitando horas y horas. En muchos aspectos, se parecía al interior de un ovni; pero nací, lamentablemente, y quizá debido a lo terrible del golpe, he olvidado por completo mis primeras semanas de vida.

Sea como sea, del útero pasé al hogar mundano, a Villaverde, a una fábrica en la que mi padre construía unos ascensores estupendos, porque nunca se caían. En aquel recinto pasé los tres primeros años de mi vida. Allí empecé a caminar, a sentirme desconcertado y a prepararme para la era adulta, lo peor que puede sucederle a uno en esta vida.

Recuerdo un jardín, un huerto y unas meriendas a base de pan y chocolate, y recuerdo también unos veranos con muchas tormentas y una piscina en la que sólo podían bañarse los hijos de los ingenieros, y no los de los obreros, que debían desteñir o algo parecido. El lugar era como una base militar autosuficiente, donde también había una fundición, una carpintería y una zona de viviendas, entre ellas la mía, con un patio rectangular donde pronto aprendería a manejar un biscúter de pedales. Dicen las malas lenguas que yo, aposta, atropellaba a mis hermanos con él, pero increíblemente no recuerdo un detalle tan señalado; sí recuerdo, en cambio, haber oído que una vez se cayó un obrero al horno de la fundición y que de él no quedó ni una partícula, por lo que fue necesario enterrarle dentro de un enorme paralelepípedo de hierro. Franco nos visitó en cierta ocasión, pero no me dejaron verle.

Y así, hasta que un día mi padre cambió de trabajo (palas excavadoras, esta vez), hicimos la mudanza y aterrizamos en Madrid capital, en una casa normal, con pisos y letras, donde precisamente había tres ascensores construidos en nuestra fábrica de Villaverde. Nunca supe si aquello fue un guiño del destino, o un adiós al revés, pero lo cierto es que a partir de entonces el pasado dejó de interesarme y, en consecuencia, lo abandoné a su suerte. No era gran cosa, desde luego, sólo tres años, pero eso no justifica mi actitud canallesca.

Y luego pasaron los meses, los lustros, los decenios, casi 40 años, en suma, hasta que hace unas semanas, a través de la televisión, he vuelto a tropezar con mis orígenes: ahí estaba la casa, la fábrica, la carpintería, el huerto, la fundición, el complejo entero; pero estragado, sucio, desprotegido, en verdad muy enfermo. Ahora, a este lugar lo llaman la vieja fábrica de Boetticher y Navarro", y ya no se construyen allí ascensores. No hay luz eléctrica, ni agua corriente, ni techos, ni parterres, ni patio donde manejar un biscúter de pedales. Ahora es un refugio para desesperados que, a causa del frío, encienden fogatas y se les van de las manos. Estas personas no tienen dinero y no pueden vivir en otro sitio, en una casa, por ejemplo; aunque sí tuvieron útero, curiosamente, con su clima perfecto y su rancho garantizado. No cabe duda: les fue mal naciendo.

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