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42º FESTIVAL DE VALLADOLID

Llegan las peliculas de Gong Li, Jeremy Irons, Wayne Wang y Atom Egoyan

Concursa 'Espejo', un nuevo prodigio minimalista del cine iraní

Se exhibieron ayer fuera del concurso dos de las grandes películas del año, que despertaron máxima expectación y entusiasmaron en los festivales de Cannes y Venecia. Una es Dulce porvenir, escrita y dirigida por el hombre que ha roto las fronteras del cine canadiense, Atom Egoyan. Y la otra se titula La caja china, que está protagonizada por la formidable estrella del cine chino Gong Li y por el eminente actor británico Jeremy Irons; escrita por el francés Jean-Claude Carriére y dirigida por el hongkonés -convertido tras Smoke en uno de los campeones de la escuela de Nueva York- Wayne Wang.

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Diluvio

Esta lluvia de nombres mágicos no defraudó y fue completada, ya en concurso, por Espejo, nueva pequeña obra maestra de la célebre escuela minimalista del cine de Irán. Dirige esta conmovedora película Jafar Panahi, que sigue las huellas de Abbas Kiarostami con una veneración que le da alas a la mirada y le hace entrar en el vuelo inconfundible del estilo de su maestro: una ficción imaginaria que de pronto se detiene y da un giro brusco en busca de la realidad, del documento; pero éste, a medida que avanza se va convirtiendo a su vez en una ficción, en otra ficción de signo distinto, la ficción de la realidad, que es más pronunciada en cuanto tal que la imaginaria. Lo real se hace así espejo de lo inventado, duplicándolo y transformándolo, mediante una mutación en su observatorio, que obviamente es la cámara cinematográfica, la mirada convertida en herramienta narrativa. Pero toda esta abstracción no es en Espejo algo discursivo o especulativo, sino una concatenación rotunda de imágenes concretas, el documento-poema del itinerario -divertido, esponjoso, vivísimo- de una niña perdida en las calles de Teherán que busca su casa. Nada más que eso, tan poca cosa se convierte en una aventura humana de gran calado, de irresistible magnetismo.De Dulce porvenir y de los complejos derroteros que ha emprendido -a partir de Exótica, filme en el que dejó a sus espaldas el fardo del hermetismo que antes le hacía abrupto, incómodo y casi impenetrable- el estilo de Atom Egoyan ya se ha hablado y se seguirá hablando mucho. Rescatemos ahora una impresión de urgencia que segrega esta notabilísima película: constatar que, pese asu acabamiento, ese estilo da muestras todavía de estar en proceso de formación, en vía de ahondamiento; y que esta autoexigencia formal de Egoyan es paralela a un progresivo refinamiento de los contenidos argumentales y poemáticos que maneja, pues éstos se sumergen y más tarde reaparecen como guadianas, como obsesiones que se ocultan en el subsuelo del celuloide y luego estallan inesperadamente en sus evidencias.

Y de La caja china, recordar que, después de su fomidable reducción a la sencillez de Smoke, el neoyorquino Wayne Wang emprende un retorno en forma de zambullida a su Hong Kong natal, donde creció y del que luego huyó, para volver ahora, cámara en mano, a recuperarle precisamente en los días de encrucijada que el pasado verano desviaron a la colonia del poder británico hacia el poder chino.

Wang construye la película sobre el bastidor de un estado de ánimo en el que se siente íntimamente concernido, y esto explica la sensación de fragilidad que despide la pantalla, el temor de que la armazón del filme puede venirse en cualquier momento abajo como un castillo de naipes, pero que no obstante se sostiene de arranque a final sobre una duración que, aunque cojea en unas leves arritmias cuyo origen es fácil diagnosticar, jamás decae y nunca cede ni un palmo de terreno a la facilidad y a la endeblez.

Y en el logro de esta solidez cimentada sobre un temblor o una fiebre interviene decisivamente -Wang es un cineasta de verdad, que por tanto no se apropia de las parcelas de autoría de sus intérpretes- el formidable triángulo creado por Jererny Irons, en otro de su personajes agonizantes, en los que ya es insuperable; Gong Li, representando con una contención, un poderío y una elegancia admirables su personaje esfinge, su imagen enigma de aristócrata china reducida a puta de colonia inglesa; y la desconocida en Occidente y portentosa actriz hongkonesa Maggie Cheung, cuya fuerza expresiva desconcierta y cautiva.

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