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Tribuna
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Hay que hacer algo

Hace ya algún tiempo que muchos ciudadanos, pasada la confianza, en la alternancia y la regeneración necesarias, empezamos a preguntarnos y a sospechar que nuestros actuales gobernantes se confunden o quieren confundirnos sobre sus intenciones. Y que reemplazan una sensibilidad de la que evidentemente carecen por una permanente indignación, mal disimulada, con profusión de actores y de gestos ante cualquier síntoma de inquietud sobre sus maneras, sus formas, sus estéticas, y sus actos. Perplejidad, incluso bochorno a veces, desde sus propias filas. Preocupación democrática para muchos otros.Sí. Ya sé que se ha dicho casi todo sobre Las Ventas. Pero es que no se callan. Sorpresa, inquietud o indignación, lo cierto es que del desdichado Festival por la Paz y la Libertad, en memoria de nuestro Miguel Ángel Blanco, se pueden destacar bastantes elementos discutibles, corno han resaltado numerosas personalidades y todas las fuerzas políticas menos una.

Pero a mí, como a muchos, nos ha sorprendido todavía más que la preparación, el desarrollo o los incidentes de aquella noche, concretados en el abucheo a dos personas (por no hablar la lengua del impe-rio y por recitar unos versos que no eran de Pemán), las reacciones posteriores de los máximos responsables del evento y de su partido.

Estética preocupante cuando los organizadores, desde su partidismo creciente y descarado, mientras se siguen endeudando y lanzándose a aventuras digitales, mientras convierten al "ente- en una combinación de máquina propagandista y de bazofia, nos insisten en que "disculpan y piden respeto" desde la "libertad de expresión" a los que abuchean e insultan. Estética preocupante cuando sus padrinos políticos piden "que se felicite a los organizadores" por el empeño en "unir a las dos Españas". Estética preocupante cuando se aplauden a sí mismos en el Congreso con resoluciones hedonistas por el .bonito trabajo de romper la unidad de los demócratas en lo que se ha dado en llamar el espíritu de Ermua. Gracias y felicidades. Mejor hubiera sido para todos que dejaran el espí-ritu donde y como estaba en vez de tratar de reencarnarlo en un "festival macareno" que restó y dividió en vez de sumar y multiplicar.

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Nuevamente, como cada vez que se les deja, sospechosas y preocupantes estéticas trasnochadas que vienen del túnel de los tiempos y que creíamos olvidadas, para recordarnos y alertarnos de que -detrás del "todos en fila que aquí mando yo", adornado por la inefable dosis de blanca, falsa y acartonada sonrisa, se esconde la ética de una política que divide al país en lo fundamental, de nostálgicas montañas nevadas, banderas al viento, que volverán victoriosas a la primera mayoría suficiente y tras unos tiempos de recogida penitencia.

Porque el "mando yo" se comparte, con rabia y a regañadientes, con otros responsables con mando en plaza. Y puesto que su limitado pero respetable poder en esas plazas les da poder en todas las demás, viene siendo hora, en

nombre de la convivencia, de decirles que no vaya a ser que a fuerza de pelotones de cabeza, hacia la meta del euro, se nos olvide lo esencial para disfrutarlo, que es la libertad, la tolerancia y el amor a nuestra diversidad, construida de la suma de las identidades que la componen.

Porque estamos preocupados y conscientes. Y mi plural no es mayestático ni partidista. Preocupados por esta derecha que, primero acomplejada e insegura, se descubre con los días como intolerante y arrogante. Preocupados por los que les apoyan desde el multiúso concepto de la estabilidad. Escoger entre la gobernabilidad de lo posible o el gobierno de los derechos y de las libertades es la principal de las decisiones para un demócrata. Porque nunca la libertad fue una "anécdota" ni un tema "sin importancia". Y estamos preocupados también por los restos de una izquierda que le hace el juego y comparte la intolerancia divisoria y dogmá-tica de expulsiones y disciplinas en vez de la cultura de la pluralidad, abierta e innovadora.

Por todas estas razones hay que hacer algo. Y cuanto antes. No podemos permitir que la suma creciente de discursos perdonavidas e intolerantes conviertan la España plural en un campo de ultrasures enfrentados. Ni dejarnos deslizar por la resbaladiza pendiente de la insensatez, tan contagiosa, a la que se nos empuja desde demasiados foros y medios de comunicación, por demasiado tiempo ya como para no pensar, sin paranoias pero sin vendas en los ojos, que es eso lo que se pretende. Remontar la convivencia es extremadamente más difícil que destruirla. Se hace a veces a contracorriente y bajo la dialéctica insultante de los exaltados. Hasta que pasa lo que cuenta Brecht. Y, entonces, algunos se arrepienten. Y la mayoría nos hundimos en el fango sangrante del enfrentamiento.

Vayamos, pues, pensando en hacer algo, juntos y aparcando diferencias, antes de que nos privaticen del todo la democracia, en nombre, eso sí, de la libre competencia.

José María Mendiluce es eurodiputado.

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