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Última entrevista a Diana de Gales

“La prensa es feroz”

Lady Di explica las razones que le impulsaron a encabezar campañas mundiales contra el sida

Diana de Gales en el yate de la familia Al Fayed siete días antes de su muerte, en 1997.
Diana de Gales en el yate de la familia Al Fayed siete días antes de su muerte, en 1997.Stephane Cardinale (Getty Images)

"Ella era algo más que un princesa hermosa; ahora, muchos sentirán no haberla tomado más en serio". Así habló ayer Annick Cojean, la periodista francesa que realizó en junio la última entrevista con Diana Spencer. Su contenido causó un importante escándalo en las filas del Partido Conservador británico. Este es su texto.

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En esta ocasión, la anfitriona es ella. Y este papel le conviene, confiere a sus gestos mayor soltura y desliza en su mirada azul turquesa destellos de felicidad. La princesa está en su palacio de Kensington, relajada, independiente. Sin duda es el único lugar donde no corre el riesgo de ser el objetivo de las cámaras. Lleva un vestido corto y sin mangas, a juego con el color de sus ojos. Sobre todo, parece libre y esta naturalidad es una sorpresa en alguien a quien el protocolo recomienda llamar madam (señora).

La princesa tiene cajones llenos de fotografías. Pero es la selección que hemos realizado la que le interesa enseguida. No son fotografías a hurtadillas, privadas, íntimas, sino fotografías conocidas de un personaje público que, al dirigir su atención sobre un problema social o una causa humanitaria, han reforzado el mito de una princesa que tiene un gran corazón. Diana las mira una por una, proporcionando cada vez, con entusiasmo, la explicación de las imágenes: dónde, cuándo, con quién... "Presto mucha atención a la gente", comenta. "No hay nada que me transmita más felicidad que intentar ayudar a los más desvalidos (...) Cualquiera que esté desamparado me llamará y yo acudiré, allí donde esté".

¿Qué explicación hay que dar? No es ni coquetería ni una imagen calculada. La fotografía de un niño en Pakistán le conmueve "porque es auténtica"; esa es la razón. Aquel día de febrero de 1996, rodeada de padres de otros niños enfermos, la princesa sentía que estaba en su lugar. Su emoción no era fingida, su recogimiento era profundo.

La fotografía es el testimonio de una experiencia humana, no de una obligación oficial. "En el fondo, es un instante privado durante un acto público. Una emoción privada que una fotografía convierte en comportamiento público. Curiosa conexión. Sin embargo, si pudiera elegir, es en este tipo de ambiente en el que me siento en perfecta sintonía, en el que prefiero ser fotografiada".

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Privado, público... ¿Dónde está la frontera? La princesa siembra la confusión pulverizándola, introduciendo el lado privado en la esfera pública. Dicho de otro modo, cargando de afectividad y de emoción los deberes y las funciones de su cargo. Ya no hay caparazón. El empeño es sincero. La gente lo advirtió desde el primer día, cautivada por su compasión y su complicidad instantánea con el ciudadano de la calle. A los políticos y príncipes les gusta mucho menos.

Vean sus gestos con la abuela bosnia que aprieta junto a su corazón, con un hombre enfermo de sida al que sostiene la mano durante largo tiempo entre las suyas, con esa niña angoleña con una sola pierna que sienta sobre sus rodillas. Da besos, acaricia, abraza. "Sí, les toco. Creo que todo el mundo lo necesita, sea cual sea su edad. Colocar la palma de la mano sobre una cara amiga, supone entrar en seguida en contacto, comunicar ternura, señalar la proximidad. Es un gesto que me resulta natural, que surge del corazón. No es premeditado".

Sus arranques han hecho fruncir el ceño a la familia real en numerosas ocasiones. El estilo Diana rompía esquemas. Sobre todo, cuando se hizo evidente que más allá de mostrar una imagen más moderna reflejaba otra relación con la gente la joven tuvo que contener sus impulsos y llegó a dudar de su propio papel. "De todos modos, desde el día en que entré a formar parte de esta familia nada podía hacerse con naturalidad".

Así pues, la gente fue la que poco a poco le dio confianza. Fueron los enfermos, los niños, los excluidos que visitaba con una asiduidad desconocida quienes la convencieron de lo adecuado de su planteamiento y de su don para relacionarse.

Y fue de ellos de quienes, en momentos difícil es, sacó energías y casi una razón para vivir. "Me siento próxima a la gente, sean quienes sean. Por eso molesto en algunos círculos. Porque estoy mucho más cerca de los de abajo que de los de arriba y estos últimos no me lo perdonan. Porque tengo una relación verdaderamente estrecha con los más humildes. Mi padre siempre me enseñó a tratar a todo el mundo por igual. Siempre lo he hecho y estoy segura de que a Guillermo y a Enrique les ha servido de ejemplo".

Hay valores sobre los que la madre del futuro rey no transige. La que habla es una joven mujer decidida. Una princesa de 36 años que aún no sabe qué camino seguirá su vida. "Ser permanentemente el centro de atención me da una responsabilidad especial. En particular, la de aprovechar el impacto de las fotografías para transmitir un mensaje, sensibilizar al mundo sobre una causa importante, defender de terminados valores".

Sus obligaciones oficiales se han reducido con la sentencia de divorcio y sus intervenciones son producto exclusivamente de su propia elección. También en esto hace alarde de su libertad. "Nadie puede dictarme mi forma de conducta. Trabajo por instinto. Es mi mejor consejero". La lucha contra las minas antipersonas, el sida, la investigación contra el cáncer, las leproserías -la fotografía que la mostraba dando la mano a leprosos ha hecho más por la enfermedad que las campañas de prensa organizadas desde hace 20 años- siguen siendo sus prioridades.

Pero solo hay controversias, humillaciones y polémicas. Visitó un centro de gente sin hogar y le acusaron de poner en un aprieto al Gobierno conservador. Un gesto de ternura hacia un enfermo de sida (a principios de los años ochenta) y algunos conservadores vieron en ello una acto de indulgencia culpable de inmoralidad. ¿Su trato espontáneo en la India con unos intocables? Los viejos amigos del Imperio se atragantaron todos a la vez. ¿Su visita a Lahore, en el hospital fundado por Imran Khan, el marido de su amiga Jemina? La prensa recogió las acusaciones de Benazir Bhutto, que consideraba escandaloso el apoyo político que proporcionaba así a su anfitrión, considerado como un miembro de la oposición. ¿Su presencia en un quirófano de África durante un tras plante de corazón? Fue acusada de coquetería indecente, con los periódicos centrando la atención del público en una fotografía que la mostraba en primer plano, con una mascarilla de cirujano con los ojos maquillados.

"La prensa es feroz", afirma, "No perdona nada, solo va a la caza del error. Cada intervención es distorsionada, cada gesto criticado. Creo que en el extranjero es diferente. Me reciben con simpatía, me toman tal y como soy, sin juicios a priori, sin aguardar el paso en falso. En el Reino Unido es lo contrario. Y creo que en mi lugar cualquier persona juiciosa se hubiese marchado hace tiempo. Pero no puedo. Están mis hijos".

El episodio más chocante fue probablemente su viaje a Angola, a principios de este año. Des de tiempo atrás, la princesa había preparado este desplazamiento organizado por la Cruz Roja, dirigido a atraer la atención sobre el drama de las víctimas de las minas antipersonales (más de 70.000 angoleños) y apoyar la campaña mundial encaminada a su prohibición. Así pues, pudimos verla dedicando horas a escuchar los testimonios de jóvenes mutilados por las minas, de médicos, de desactivadores. Fue fotografiada llevando armadura y visera para atravesar un campo minado y seguir las operaciones de desactivación. Pero fue Londres quien desencadenó los titulares. Los medios conservadores desataron su furia.

"Es un cañón fuera de control", lanzó un diputado, de ocupación conde. "¡Es una ingenua, está mal aconsejada y es una completa ilusa!", afirmaba con conmiseración otro representante. "Sobre todo mal informada", se burlaba un portavoz que esbozó un dudoso paralelismo con Brigitte Bardot. "El tema es demasiado complicado para su bonita cabeza de pajarillo". Rara vez las críticas habían alcanzado tal grado. Nunca la misoginia había aparecido con tanta fuerza. El Gobierno mantuvo silencio oficial, pero su malestar era evidente. "La polémica echó a perder un día de trabajo, pero multiplicó por diez la cobertura de los medios de comunicación".

"Con el paso de los años, he tenido que aprender a situarme por encima de las críticas. Pero mediante la ironía. Las críticas me han servido para proporcionarme una fuerza que no pensaba poseer. Esto no quiere decir que no me hayan dolido. Pero me han transmitido la fuerza para seguir el camino elegido".

No era el asunto del beso en el yate lo que iba a obligarle a renunciar a mediados de agosto a viajar a Bosnia. El mensaje sobre el problema de las minas perderá fuerza, pero Diana demostrará que no le intimidan, que los paparazzi no rigen su vida y que sabe mantener el rumbo.

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