"¡Tata Julio, vives con más lujos que yo!"
La Conferencia Episcopal de Bolivia expulsa a un sacerdote español que ha denunciado las injusticias sociales
Siendo obispo, santo Tomás de Villanueva se azotaba en presencia del sacerdote que admitía sus errores, sus crisis o hasta sus escándalos porque decía, entre vergazo y vergazo, que esas faltas eran por su culpa, por no haber sido para él signo y luz en la vida. Julio Terrazas, presidente de la Conferencia Episcopal de Bolivia, amantísimo de la suntuosidad y el poder a juzgar por los signos y luces que irradian de su arzobispado en Santa Cruz de la Sierra, ni es ejemplo ni se flagela, y acostumbra a arremeter contra la crítica. Ha expulsado de su diócesis -y de Bolivia- al cura español Antonio Barco, de 46 años, cuyo pecado, sin propósito de la enmienda, fue denunciar las hipocresías de la jerarquía católica en el empobrecido país andino, su acomodamiento político y las injusticias sociales, bien conocidas por el padre diocesano pues vive entre quienes las sufren.El silenciamiento del cura de barrio, capellán de la cárcel de Palmasola, párroco de la iglesia de María Reina de las Américas, que agrupa a 14 barrios periféricos, y columnista del diario El Deber no ha pasado inadvertido entre aquellos que conocen su obra y la valentía demostrada en su ejecución durante más de cuatro años. En marchas callejeras, grupos ciudadanos y de derechos humanos, la feligresía y sus 16 monaguillos piden al arzobispo que reconsidere la medida. "Favor, querido monseñor, que se quede el señor cura, no hay otro como él", escribieron al presidente de la Conferencia Episcopal.
También lo hizo el reo, miembro de la Asociación de Sacerdotes Hispanoamericanos, cuya camiseta con la imagen del Che Guevara reconcome por ese oriente boliviano hígados y conciencias: "Vine lleno de ilusión. Trabajé con ganas y con ardor, con gusto, con alegría, aunque me echaste en cara ser un amargado y un resentido. Pregunta a la gente de mis barrios, pregunta a los presos. Tal vez te quiten la miopía de tu valoración".
Esta sería la respuesta del joven Enrique Cuevas, agente pastoral: "¿En qué ha sobrepasado el límite el padre? Si quieren callarle es porque sus críticas les dan miedo. Su poder, la vida que llevan, sus riquezas, están más lejos del Evangelio que los escritos del padre".
De visita en la casona del arzobispo, el prefecto de Santa Cruz de la Sierra se manifestó pasmado: "¡Tata Julio, vives con más lujos que yo!" El prelado explicó el origen de ese ornato: "El Señor se lo da generosamente a sus hijos".
¿Acaso los pobres, a los que dices pastorear, no son igualmente hijos de Dios?", peguntaba el padre Barco en su misiva al arzobispo. "¿Acaso no comemos todos de la misma mesa del Señor? ¿Cómo hacer creíbles y en nombre de qué esas diferencias? Y lo malo es que desde el modelo de tu casa estás haciendo una Iglesia de tipo imperial. Con mucho respeto, y con mucho amor a Iglesia de Santa Cruz de la Sierra, te pido que salgas de la casa en la que vives. Y si esto te resulta muy difícil, entonces deja de hablar con los pobres".
Necesariamente, el religioso español, de cuya entrega y generosidad en la cárcel y en los barrios a su cargo supo este corresponsal en sus viajes a Bolivia, había de chocar contra los báculo y anquilosadas mitras cruceñas, porque es mayormente rojo, no es fingidor, y sus homilías escuecen. La primera irritación de la curia local, mayúscula, llegó con un artículo titulado Pueden los ricos participar en la Eucaristía, en el que cuestionaba la bendición de arzobispo Terrazas al Palacio de Justicia: "Un verdadero signo de injusticia". Se le prohibió escribir, pero Barco prosiguió después con el seudónimo de Tácito. De nuevo contra los abusos policiales en las prisiones, contra la corrupción oficial, contra las estructuras eclesiales arcaicas o contra la pobreza. El obispo auxiliar, Nino Marzoli, le comunicó su partida: "Hemos pensado que te vayas. Tus artículos nos han humillado". Otras fueron las razones esgrimidas públicamente: no se inserta en la iglesia de Santa Cruz, en la "pastoral de conjunto", no está en comunión con la jerarquía y una parte del clero.
La vida del padre Barco es coherente con su palabra y no hay comunión posible con sacerdotes que palmean sumisamente a su arzobispo o disfrutan de vacaciones en Estados Unidos o Europa mientras la grey se muere de hambre. "Predicas acerca de la justicia a voces", le dice el religioso al presidente de la Conferencia Episcopal "pero, como en todas tus predicaciones, lo haces de puertas para afuera".
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