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Crítica:XXXII FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un arranque volcánico

Puede que en Sevilla la lluvia sea una pura maravilla, pero San Sebastián luce aún más vistosa cuando se apunta al tiempo seco y templado que disfrutó en la volcánica jornada inaugural de su Festival de Jazz. A media tarde del jueves, la Tomado Brass Band convocaba curiosos a la vera de La Concha y, más tarde, el funcionariado integrante de la Solid Rock Auburn Jazz & Swing Band vestía llamativos uniformes de color azul eléctrico para ejecutar con rutinario oficio un valioso repertorio tristemente teñido de rosa desvaído.Recién llegado de la cada vez menos utópica aldea global, Groove Collective salió con la mecha sonora encendida. Entre los 10 miembros que componen esta desbocada banda neoyorquina, hay ratones de antro vanguardista, genuinos hijos del Bronx e iconoclastas varios. Entre todos forman un grupo de alto voltaje que disfruta agarrando la música por los cuernos y desarrollando un concepto rabiosamente urbano que hace gavilla con los aires afrocubanos, el hip-hop, el jazz, el pop y todo lo demás. En sus filas milita algún instrumentista de mérito como el vibrafonista Bill Ware.

Tornado Brass Band / Solid Rock Auburn Jazz & Swing Band / Diana Krall Trio / Groove Collective / Tito Puente Latin Jazz Ensemble

Salón de Plenos del Ayuntamiento, plaza de Oquendo y plaza de la Trinidad. San Sebastián, 24 de julio.

Bajo un encantador desaliño formal, llegó hasta el oído una formidable avalancha de materiales diversos: los saxos sirvieron frases incisivas como punzones mientras las percusiones acosaron por doquier y los teclados despegaron propulsados por timbres galácticos que, a veces, recordaron al viajero cósmico por excelencia, Sun Ra. En resumen, Groove Collective hizo la música que gustan de hacer los músicos cuando quieren pasárselo bien, y en este caso el público quiso ser un músico más.

Pero a la concurrencia todavía le quedaba mucho por gozar. A Tito Puente no pareció amedrentarle el apabullante despliegue de fuerza de los neoyorquinos y se dispuso a reconquistar San Sebastián (era su quinta visita) amparado en la experiencia que le otorgan sus 50 años de actividad musical ininterrumpida.

Con todo, le costó algo más de lo previsto sacar a bailar al público, en parte porque dedicó la primera mitad de su concierto a hacer salsa moderadamente enjundiosa sobre piezas de, entre otros, Tadd Dameron y Charlie Mingus, dos jazzistas de sustancia. Pero, como todo jugador experto, Puente se guardaba un as en la manga.

En realidad, resultó ser una exuberante reina de corazones. Con gestos pícaros a lo Harpo Marx, el rey de los timbales advirtió del físico de impresión que se avecinaba, pero se quedó cortísimo. La cantante Yolanda Duke avanzó poderosa hasta el borde del escenario con sus curvas desbordantes contenidas por un pantalón imposible y un deslumbrante corpiño perlado. Una diadema de hada buena competía en evidente desventaja con un trasero de pecado. Tan estimulante aparición enlazó con voz sabrosa y genuino vigor caribeño clásicos como Bamboleo y Frenesí, al llegar a Perfidia, ya había arrancado de sus sillas a la audiencia. Pidió que recordaran su nombre. No hacía falta. Alguien capaz de hacerle mover las caderas a un pingüino tiene garantizado un lugar en la memoria.

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