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Tribuna
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La culpa es del Estado

No es nueva la canción pero cada época la entona con su propio ritmo: el Estado en España no goza de buena fama. De todo lo que nos pasa, entendiendo por lo que nos pasa la serie de infortunios que llenan nuestra historia, la culpa la. tiene nadie más que el Estado. Si no hay empresarios, algo habrá hecho el Estado para conservarlos como flor de invernadero al resguardo de la saludable competencia; si la Universidad es un desastre, alguna ley habrá por ahí sobre la que cargar toda la responsabilidad; si los médicos no atienden como es debido a los enfermos, alguna cuenta tendrán pendiente con el Estado que les obliga a, tomarse la revancha por su mano; si el cine va mal, seguro que Cultura tendrá algo que ver en el asunto.La cosa viene de lejos y hasta constituye un signo de distinción. No es que España sea el único país en que haya crecido pujante la planta del anarco-aristocratismo, pero si parece el único de Europa que sigue celebrando esa actitud del espíritu que consiste en llamar la atención sobre uno mismo a base de dirigir diatribas contra el Estado. Así ocurrió ya con aquel puñado dé políticamente irresponsables a quienes hemos dado en llamar la generación del 98, la de escala cerrada y amortización de vacantes, que decía Azaña. No les costaba nada bramar contra el Estado. ¡Qué no les costaba! Más bramaban, más atronador el aplauso que recibían. Grandes literatos como fueron, lograron hacerse un nombre como pensadores políticos a base de marcar cuatro ideas sobre la estupidez congénita del pueblo y la maldad intrínseca del Estado.

Verdad es que el Estado español: no había hecho gran cosa para merecer mejor prensa, pero si otra hubiera sido la actitud de aquellos anarco-aristócratas a quienes ahora nos aprestamos a festejar con la debida pompa, tal vez su suerte no hubiera sido tan desventurada. En todo caso, hace como 20 años nos decidimos a iniciar un nuevo proceso constituyente del que ha salido el, Estado que tenemos; nuestro Estado. Como decía Menéndez. Pelayo de la unidad nacional, qué le vamos a hacer, no tenemos otra. Pues lo mismo, no tenemos otro; pero podemos barruntar, al menos, lo que significa emprender alegremente, como quien va de romería, la obra de su demolición.

Por eso, no deja de sorprender la reiterada traslación de la responsabilidad por todo lo que pasa al Estado o a sus funcionarios. La elites dirigentes del País Vasco han cultivado desde 1978 un. prejuicio de ilegitimidad contra el Estado que les ha impedido situarse, desechando cualquier ambigüedad calculada frente a las estrategias de violencia y terror surgidas en su propio suelo. A Egibar y a Setién les ha faltado tiempo para afirmar el uno, insinuar, el otro que un joven detenido tras asesinar a un funcionario público había sido torturado durante cinco días por la policía. No se conoce que hayan pedido excusas ni reconocido su error después de que forenses e instructores concluyeran que las lesiones del detenido no demostraban la comisión de tan repugnante delito. No había por qué: al cabo, haya sido o no torturado ya sabemos que el Estado tiene la culpa de todo lo que pasa en Euskadi.

Más admirable es lo que está ocurriendo con la sentencia de un tribunal de la Audiencia Nacional contra Mario Conde. ¿Quién podría ser el Culpable de la pena impuesta sino el mismo tribunal? Unos aseguran que fue condenado porque los Jueces se dejaron llevar de envidia cochina al verle aparecer con. una toga de diseño; otros, porque no aguantaron su tono chulesco y desdeñoso y se dijeron para sus adentros: ahora te vas a enterar; otros, los más ecuánimes, porque la defensa se equivocó de estrategia; y otros, en fin, porque en este Estado que nos hemos construido se celebran juicios como el de los grandes sacerdotes y escribas. de Jerusalén que condenaron al más inocente de los acusados al grito de: ¿qué necesidad tenemos de testigos? El caso es que Conde tampoco ha hecho nada. La culpa, como no, es del Estado.

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