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Tribuna:ANTE LA REFORMA LABORAL
Tribuna
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Tres son multitud

Cualquiera que sea mínimamente experto en lo relativo al diálogo social sabrá que ni las prisas ni las pausas son buenas consejeras. Por eso la retransmisión, en vivo y en directo en sus distintos avatares, mueve a confusión, porque la aproximación de hoy puede ser el prólogo del desacuerdo de mañana y éste, a su vez, del pacto de pasado mañana. Es conveniente, por tanto, huir de esta ducha escocesa y dejar a los interlocutores que se lo monten como tengan por conveniente.Si queremos que haya acuerdos no cometamos la torpeza de hacer cotidianamente comentarios y sugerencias a las partes. Mucho menos, el presidente del Gobierno, porque cuando les advierte de sus deseos de tirarse a la piscina, lo que en realidad está haciendo es abrir nuevas incertidumbres en la negociación.

En el diálogo social tres son multitud. Hay que dejar que sean los empresarios y los sindicatos los que hagan las propuestas, las discutan, transijan y acuerden lo que tengan por conveniente. Sin interferencias y mucho menos aun haciendo comentarios que impliquen desconfianza hacia la autonomía sindical como puede endosar la responsabilidad del desacuerdo, cómo no, a Felipe González. Está visto que para muchos ha aparecido una nueva teoría monista de la historia según la que todo lo inconveniente que pueda ocurrir en España sólo se explica a partir del anterior jefe del Gobierno.

Pero, obvio es decirlo, aunque un acuerdo sea el mejor camino, eso no significa que cualquier pacto vaya por sí mismo a solucionarlo todo. Lo relevante en este caso es que empresarios y sindicatos consigan más y mejor empleo. Y para empezar es importante que sepamos analizar honestamente la realidad para así poder acertar en el diagnóstico.

Son tantos los tópicos que se han escrito sobre la presunta incapacidad de la economía española para generar empleo que sorprenderá a muchos saber que, desde que nos incorporamos a la entonces CEE hasta hoy, España ha sido el país de la Unión Europea en que más ha crecido el empleo: el 17,2%, habiendo experimentado simultáneamente una muy intensa modernización de su mercado de trabajo: disminución en diez. puntos del empleo agrario y aumento en casi nueve de la población activa femenina. Los datos de Eurostat son inapelables.

Lo que aquí ha ocurrido, aunque haya ojos que no quieran verlo, es un proceso de modernización económica y del mercado de trabajo que, en la mayoría de los países europeos, se produjo mucho antes que entre nosotros y en periodo más dilatados de tiempo. Tal proceso dio lugar a que, entre 1977 y 1984, se perdieran más de un millón y medio de empleos, como consecuencia del súbito re ajuste que se hubo de afrontar y a que, entre 1984 y 1991, el empleo aumentara en casi dos millones de personas, sin que ello apenas tuviera trascendencia sobre el nivel de desempleo, a causa de la pérdida de efectivos agrarios y de la incorporación de la mujer a la actividad productiva. Si aprendemos a distinguir entre cronología e historia y entre estadísticas y realidad social, será difícil seguir afirmando que nuestra economía tiene dificultades estructurales para traducir los incrementos de riqueza en crecimiento del empleo. España ha vivido unos procesos de transformación política, económica y social, tan acelerados y con tanto retraso sobre los otros países con los que vivimos asociados, que desatenderlos es condenar cualquier análisis al fracaso.

Hoy afrontamos problemas nuevos. Parece existir un amplio consenso en que la reforma laboral de 1994 y la moderación salarial han rebajado el umbral mínimo de nuestra, economía a partir del cual se puede crear empleo neto. Este dato, unido al diálogo que mantienen desde hace años empresarios y sindicatos, invitan al optimismo. Quedan muchos problemas por resolver. Uno de ellos, el elevado nivel de temporalidad de las contrataciones.

Es cierto que, en los últimos años, el porcentaje de empleos temporales permanece estabilizado en tomo al 34% de los asalariados, después de haber aumentado desde el 18% en 1987 al 33,5% en 1992. Pero, aunque la tendencia de crecimiento se haya amortiguado, las cifras absolutas son de tal entidad que recomiendan un análisis profundo de las causas y la adopción de medidas para solucionar el problema. Hay un peligro: que lo fiemos todo al cambio de las leyes; que nos dejemos seducir por la fascinación del BOE y pensemos que un simple cambio legislativo es suficiente para modificar la realidad.

Se oye frecuentemente que hay demasiados tipos de contratos y que esa es la razón de tanta temporalidad. La solución sería bien sencilla: suprimamos el número de platos del menú para que así la gente coma menos. El sofisma tiene un fallo bastante serio: la cantidad de comida que se ingiere no depende tanto del número de platos de la carta como del hambre que tenga el comensal. Puede que se vea obligado a dejar de comer lentejas, pero, si mantiene el apetito, aumentará su consumo de garbanzos.

En realidad los contratos temporales, por muchas formas que revistan, son sólo de dos clases: causales y no causales. Los segundos, se admitieron en 1984 como medida de fomento del empleo y, durante su vigencia, concentraron una cuarta parte de la contratación temporal. En 1994, con la reforma laboral, los contratos temporales no causales quedaron circunscritos a los parados de larga duración y su utilización bajó del 25% al 1%. ¿Significó esto una reducción de la contratación temporal en 24 puntos? En absoluto. Lo que ocurrió es que la imposibilidad de utilizar estos contratos de fomento de empleo se compensó con un mayor uso de las viejas fórmulas de contratación temporal causal: Los contratos eventuales, cuya utilización estaba en el 26,1%, han crecido hasta llegar al 39,5%; los de obra y servicio han pasado del 31,1% al 41,5% y los dé lanzamiento de nueva actividad, del 1,1% al 6,6%. Dicho de esta forma: ante la falta de lentejas los clientes se han comdo los garbanzos sin que eso haya repercutido en el volumen total de alimentos ingeridos. Seguían conservando su buen apetito.

Si atendemos al pasado más reciente podríamos obtener una enseñanza: reducir las modalidades de contratación produce una distinta distribución de los con tratos temporales sin conseguir reducir el número de éstos. Las cosas ocurren normalmente por otras causas y no es necesario ser un marxista impenitente para saber que la estructura económica ayuda más a comprender el problema que la superestructura jurídica. Volveré al principio. La economía española ha experimentado una transformación radical durante, los últimos 15 años. Tales cambios ayudan a explicar muchas cosas; también las que afectan al mercado de trabajo.

Desde 1986 se han creado en España más de 1.800.000 nuevos puestos, de trabajo. Si observamos dónde se han creado, advertiremos que lo que ha cambiado no sólo han sido las cifras del empleo, sino la forma en que éste se distribuye. Según puede comprobarse en las series de la EPA, desde 1996 se han perdido 821.000 empleos en la agricultura y 62.000 en la industria. Por el contrario, se han creado 403.000 empleos en. la construcción y 2.341.000 en el sector servicios. No es difícil advertir que este cambio en la distribución del empleo tiene que afectar a la naturaleza temporal o indefinida de éste. Al comenzar su periplo europeo, España tenía una distribución sectorial del empleo radicalmente diferente a la que tiene hoy: Un 17,6% del total estaba en la agricultura (hoy, el 8,5%); un 24,2% en la industria (hoy, el 20,1%); un 7,4% en la construcción (hoy, el 9,5%) y un 50,5% en los servicios (hoy, el 61,8%).

Esta distinta composición del empleo se ha acompañado, tal vez como consecuencia, de una diferente distribución de los puestos de trabajo según el tamaño de las empresas. Las grandes empresas no han creado empleo, en términos generales, desde 1990. Dicho de otra forma: los aumentos de ocupación se vienen produciendo de la mano de las pequeñas empresas que, al igual que les ocurre a los trabajadores, son víctimas de una incesante rotación. según los registros de la Seguridad Social, el número de centros empresariales inscritos en los regímenes General, del Mar y del Carbón ha aumentado en un 12,7% en los últimos seis años, en tanto que el de trabajadores afiliados ocupados en dichos regímenes únicamente ha aumentado en el 3,4%. Consiguientemente, la media de trabajadores afiliados ha pasado de 9,1 al 8,3.

Toda esta distinta distribución del empleo anuncia cambios en el conjunto del sistema productivo y, muy probablemente, nos advierte de que no es posible mantener el anterior modelo de relaciones de producción sin adaptarlo a la nueva realidad. ¡Qué duda cabe de que el Gobierno tiene una indiscutible responsabilidad en el. modelo económico que oriente con su política económica y presupuestaria y, por consiguiente, en conseguir con ello horizontes de estabilidad! Pero, si hablamos de mercado de trabajo, la responsabilidad es principalmente de empresarios y sindicatos que habrán de saber adaptar las reglas de juego tanto a las nuevas exigencias del sistema productivo como a los anhelos y expectativas de quienes tratan de conseguir un empleo. Están en ello, tengamos confianza.

José Antonio Griñán es diputado del PSOE y fue ministro de Trabajo del anterior Gobierno.

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