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Tribuna
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El Atlético hace agua

Tal como ocurrió con el Deportivo, ni uno solo de los expertos que a comienzos de temporada pronosticaron el desenlace de la Liga se atrevió a descartar al Atlético de Madrid como aspirante al título. ¿Por qué iban a hacerlo? En una actividad tan incierta como el fútbol, siempre ligada al estado de ánimo, la confianza era un valor adicional; así que, montado en sus dos copas, investido como doble autoridad del bicampeón, el nuevo Atleti sería el peor de los enemigos posibles.Para empezar, Antic apostaba por el mantenimiento de los equilibrios. Decidido a evitar la tentación de modas pasajeras, se salvaría de la fiebre mercantilista y seguiría recomendando los fichajes estrictamente necesarios. Para el juego vertebral de Pantic, ningún complemento mejor que la sagacidad de Caminero; para el empuje criollo de Simeone, ningún contrapunto mejor que la picardía flamenca de Kiko; para el riesgo de una defensa adelantada, ningún antídoto mejor que el sentido común de Molina. Por si acaso, más como un retoque que como un auténtico refuerzo, Prodan, con su bate de béisbol, y Esnáider, con su sentido de la orientación, -se encargarían de completar el cuadro.

Había, sin embargo, varias otras razones para apostar por el flamante campeón. A primera vista tenía todos sus perfiles asegurados: la permanencia de su entrenador acreditaba la continuidad de un estilo, y la permanencia de sus jugadores garantizaba la exactitud de los mecanismos. Resortes de equipo tales como el achique de espacios o la fluidez en las salidas o el orden de los repliegues o el automatismo en los relevos eran ya recursos archiconocidos. Uno por uno se habían incorporado a la vida familiar del equipo y, por tanto, serían interpertados de memoria. ¿Quién podía dudarlo? Con el uso diario y el estímulo de los éxitos conseguidos, aquellos trucos y movimientos habían dejado de ser un formulario profesional y se habían convertido en un acto reflejo. Nadie se atrevió a poner objeciones a tanta sensatez: puesto que sus figuras sumaban a un año de experiencia un año de convivencia, sólo cabía esperar una compenetración todavía más profunda.

Y, a pesar de todo, nada ha vuelto a ser igual. Quizá esté falto de la tensión del pretendiente, quizá haya sufrido la depresión del buscador de oro que se convierte de pronto en millonario. O quizá esté aquejado de algún mal menor.

Pensándolo bien, tal vez sea tan simple como éste: a Pantic se le aflojaron las neuronas y al equipo se le aflojaron los tornillos.

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