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Policía y política

Si Margarita Robles hubiera tenido a su mando una policía eficaz y hubiera fracasado en el empeño, a lo mejor estaba cualificada para decir que el denominado problema vasco carece de solución policial y que sólo nos queda ponernos a la escucha de un obispo nacionalista para emprender juntos la senda del diálogo, la reconciliación y la paz. Pero es el caso que Robles dirigió las Fuerzas de Seguridad del Estado en momentos confusos y se fue sin realizar su gran proyecto político, que era reformar la Guardia Civil. En tales circunstancias, más valdría un poco de cautela a la hora de contraponer una imposible solución policial a una hipotética salida política.Porque, después de 20 años, una cosa al menos debía estar clara: sin eficacia policial no hay solución política. Por ahí tendríamos que comenzar a pensar, antes de repetir, con el aplomo típico de quien descubre el Mediterráneo, que "Ias respuestas policiales no son suficientes". Llevamos años escuchando de los responsables políticos vascos y españoles la misma cantinela: la respuesta policial no es suficiente. Muy bien. ¿Y qué más? Porque si después de tal afirmación no hay nada más que decir, salvo que oigamos a un obispo, entonces no queda más remedio que responder con otra trivialidad: que en todas partes del mundo y en todos los tiempos de la historia la policía es una condición inexcusable de la política; que no hay política posible sin una policía eficaz.

Policía eficaz: se dice pronto, pero se tarda años en montarla. El Estado español no la ha tenido nunca. No la tuvo la Monarquía, que fió el orden público al Ejército; no la tuvo la República, que abusó de los estados de excepción y utilizó masivamente a los militares en la represión de huelgas e insurrecciones obreras; no la necesitó el franquismo, con sus métodos brutales y expeditivos. Pero una policía eficaz, actuando en el marco de un Estado de derecho, nunca la hemos tenido; si un personaje como Amedo ha podido ser policía de confianza para el más grave problema con que se ha enfrentado el Estado, ya se comprende sin más que no hay solución policial.

Ahora bien, incluso en el caso de que dispusiéramos de una policía eficaz podría suceder que no se dieran las condiciones para que actuara eficazmente. No puede haber eficaz actuación policial si detrás de la policía no hay un acuerdo firme de los responsables políticos sobre algunos supuestos básicos para hacer frente a una agresión armada. Si tal acuerdo no existe, si las fuerzas políticas no se sienten comprometidas hasta el final con los pactos que firman y cada una de ellas tira por su lado ante la menor dificultad, o intenta apuntarse un ilusorio tanto a la primera oportunidad, entonces el único mensaje que se envía a los agresores es que la violencia, además de resultar barata porque no hay solución policial, es rentable porque rompe todos los acuerdos políticos. Es lo que hace cada día el PNV con sus contradictorios mensajes, pero es lo que hizo también la secretaria de Estado de Interior al recibir a un Nobel disfrazado de patético cartero portador de un sobre vacío.

Euskadi es una sociedad atravesada por conflictos internos que dificultan el cumplimiento de los acuerdos para garantizar la convivencia pacífica. No se trata de una sociedad limpiamente cortada en dos, sino fragmentada política y territorialmente, en la que nadie, solo o en coalición, es capaz de gobernar con autoridad y poder suficientes para marcar unos objetivos y hacerlos cumplir. En esas sociedades, cuando un grupo armado se convence de que el recurso a la violencia es una buena inversión de futuro, no hay solución policial. Pero sería un espejismo suicida creer que, porque no la hay, sólo queda la política, pues el derrumbe de la policía es la prueba inequívoca de que se han bloqueado todos los caminos para encontrar una salida política. Lo que queda entonces, fracasada la policía y cegada la política, es una larga y larvada guerra civil.

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