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El tapiz se jubila

Una fundación cultural es el único futuro de la Real Fábrica de Tapices

Rocío García

En poco tiempo, los tapices de Rubens, Goya o Velázquez serán joyas únicas. La Real Fábrica de Tapices, única de sus características en el mundo, se muere y no hay recambio. Los cuatro maestros del tapiz que quedan no tienen ya aprendices a quien enseñar. En realidad, no hay tiempo. El oficio del tapiz sólo se aprende al lado de algún maestro y por espacio de entre ocho a 10 años. A los enseñantes, la jubilación les llegará antes: Jacinto Peñas tiene 60 años y lleva en este taller de tejedores desde los 14; Francisco del Pino (61 años) entró como aprendiz hace 47 años, y los hermanos Manuel y Enrique Martín (61 y 58 años, respectivamente) también han crecido aquí desde que, casi unos niños, comenzaron a saber interpretar en tela a los grandes pintores. Antes, todos, con el orgullo y el gusto por un oficio artesano de prestigio -no en vano Francisco de Goya fue uno de ellos durante 17 años- Ahora, en el desánimo más absoluto. La crisis y deudas que arrastra esta empresa, de 275 años de antigüedad, no parece interesar, a nadie. La huelga que iniciaron a mediados de septiembre, sus 42 trabajadores, a quienes se les debe una paga extra, consiguió al menos crear en algunos sectores una cierta alarma que ya ha desaparecido. La semana que se impuso de plazo la ministra Esperanza Aguirre, que visitó la fábrica el 11 de septiembre, para dar una solución definitiva al problema ya va para dos meses. La reunión que se iba a celebrar el pasado lunes día 4, y en la que los trabajadores tenían puestas sus, casi últimas esperanzas, se ha aplazado indefinidamente. La pregunta que se hace el propietario y director de la fábrica, Livinio Stuyck, "¿por qué un problema que se suscita en una empresa privada la atención de los responsables de Cultura en lugar de los de Industria?", esconde buena parte de los secretos de este edificio vetusto, situado en un barrio de Madrid, y los telares del siglo XVIII con los que se sigue trabajando. Y la respuesta quizá está en que la Real Fábrica de Tapices, la única que sigue en pie de todas las manufacturas reales -porcelanas, paños, cristales, cerámicas- creadas en el siglo XVIII, encierra toda una historia y una cultura española de 275 años. "Como empresa no tiene futuro. El trabajo es artesano al 100%, con los mismos medios con los que se tejía hace casi tres siglos, y hoy eso es inviable desde el punto de vista de la rentabilidad económica. El único futuro es una fundación con unos fines de ámbito cultural sin dejar de hacer lo que se hace y con un a escuela que permita formar a la gente para continuar en este trabajo. Una entidad de 275 años de historia no debe estar en manos privadas, sino bajo el patrocinio del Estado" , dice Stuyck..

En 1995, a la Real Fábrica sólo le encargaron 13 metros cuadrados de tapiz y 560 metros cuadrados de alfombras de los que el 70% de ellos fueron de compradores extranjeros. Un metro cuadrado de tapiz sale por unos dos millones de pesetas, y el de alfombra, también realizado a mano, por 110.000 pesetas. Un artesano del tapiz, trabajando ocho horas diarias, hace unos cuatro metros cuadrados al año; en el sector de la alfombra, un trabajador realiza en una semana más o menos un metro cuadrado. Con estos datos en la mano, es difícil encontrar únicamente una rentabilidad económica. Y no será por los sueldos que cobran estos artesanos. Desde 1972 no ha entrado un solo trabajador. Aunque entraran, ¿cómo no se van a desanimar cuando se enteran de lo que ganamos?", dice Jacinto Peñas, con 46 años de antigüedad. Estos maestros -tres de ellos, porque el cuarto, al no haber suficiente trabajo como tejedor, se dedica a enseñar la fábrica a los turistas, atónitos ante los vetustos telares de madera- se llevan mensualmente a su casa 117.000 pesetas. "El tapiz es un artículo caro. Ahora, la gente que tiene dinero no se lo gasta en estas cosas", dice Peñas. El tapiz en el que están trabajando ahora es San Jorge y el Dragón, de Rubens. "Es lo único que queda en el mundo de estas características. Con nosotros se pierde una artesanía", señala Del Pino, cuyos ojos van del San Jorge que tienen colocado en la pared trasera a la urdimbre, donde se ha calcado con un grafito el dibujo del modelo a interpretar. Sólo en el tapiz de Rubens se emplean entre 1.500 y 2.000 tonos de colores de hilos de seda y lana, enrollados en canillas de madera. Trabajan los colores como el pintor que prepara la paleta, y voltean los hilos en la urdimbre buscando siempre el modelo del pintor, los brillos o los mates, las luces y las sombras. "Si no hay una institución que respalde este trabajo no hay salida", se lamenta Manuel Martín, mientras recuerda que cuando él entró a trabajar con 14 años a los maestros artesanos se les admiraba; era un oficio bien considerado y bien pagado. "Mejor que los fontaneros y electricistas". "Ahora lo único que nos queda en este oficio es ver que los clientes se van contentos", resume Peñas.

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