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El fantasma de Canterbury

Hay ecuaciones, en apariencia poco conflictivas, que después de ramificarse concluyen en un resultado inverosímil. Así eran aquellas historietas de infancia en las que un hombre se casaba con la cuñada de su padre, prima a su vez del sobrino de alguien, viudo de no sé, quien, y así, sucesivamente, hasta que el protagonista acababa convertido en nieto de su propio hijo. O al revés. Pero también la vida real nos ofrece piruetas de carne y hueso, alguna tan vistosa como la dedicada por varios obispos a cierto sujeto que trabaja en España como vicepresidente. Por algo de un adulterio y de una boda irregular, tengo entendido.Caramba, con los curas. Gente importante, y la prueba está en que su oficio (salvando naturalmente a los militares) es el único que cuenta con palabras exclusivas para designar a quienes no pertenecen al gremio: profano, laico, seglar y pagano; cuatro, nada menos, y seguro que se me escapa alguna. Imaginemos de repente el término "gamusín", que podría significar "no bailarín", "no quincallero"-, "no lampista", "no registrador de la propiedad". Pero hagámoslo a fondo, profundizando en detalle, y no tardaremos en bajar la cabeza con humildad: las "antipalabras", definitivamente, son un privilegio reservado sólo al alto mando. Y por eso sorprende que los banqueros, incluidos los del Ambrosiano, no tengan las suyas. En fin.

Reconozcamos, no obstante, con deportividad, que los curas están muy bien pensados y que su capacidad de gestión supera con creces la de un mortal al uso. Lógico, porque están acostumbrados a combinar asuntos muy vaporosos (el bien, el mal, la conciencia o la eternidad) con menudencias de tipo más casero: a cómo está el bautizo, por ejemplo, o a cuánto asciende su tajada anual en Hacienda. Y este interés tiene mérito, considerando que su reino no es de este mundo. Ellos recurren a sus propios libros de contabilidad, y de biología, y de astrofísica comparada, y no es recomendable cuestionarlos, ya que en su calidad de mensajeros celestes los curas usan munición invisible y te pueden aplicar castigos eternos sin redención. Glub.

No es de extrañar, en consecuencia, que durante siglos y siglos hayan hecho morder el polvo a individuos insidiosos, tales como Servet, Darwin o Galileo. Al primero, por cierto, se lo cepillaron de muy mala manera, a la plancha, digamos, y todo por descubrir lo que no debía en el cuerpo humano. "Denle grados", como decía un personaje de Walter Prieto. Con respecto a Galileo, un herejillo de habas, la Iglesia se limitó a ajustarles las tuercas: le encerraron, le acojonaron, le obligaron a desdecirse, y varios siglos más tarde, en nombre de Torquemada & Asociados, se disculparon por el desliz. Pelillos a la mar. Y hablando del amigo Darwin, conviene puntualizar que la Iglesia únicamente reconoce errores tácticos en el caso: descendemos del mono, vale, pero sólo en el aspecto físico. Lo espiritual es coto privado y su estudio no está al alcance de cualquier mequetrefe. Se deduce, pues, de todo lo expuesto, que estos personajes de sotana se guían por la intuición y que sus errores no son definitivos, sino subsanables en siglos posteriores, lo que les capacita para seguir manejando el mundo. A su entender.

Da igual cómo les llamen: si ayatolás, si curas, si talibanes o pastores. Todos están en el ajo. Y en concreto uno de ellos, George Carey, arzobispo de Canterbury (una especie de papa en versión anglicana), acaba de mostrarse partidario de abofetear de cuando en cuando a los niños; siempre, eso sí, que se haga con amor. Y estoy de acuerdo: precisamente con amor, y mucho además, daría yo una tobita en la oreja al fulano éste de Canterbury, sin olvidar tampoco a los obispos ibéricos que ahora me fuerzan a solidarizarme con Francisco Álvarez Cascos. Dios (con perdón) me asista. La gran voltereta, el caos, el fin de la autoestima. La revolución. Yo: hijo de mi propio nieto. O viceversa.

Y que no me regañen en la oficina. En realidad, y considerando que los curas trabajan en todas partes, estoy hablando de Madrid. Como Sabina, a quien un ser diminuto que yo conozco llama El Mochuelo. Otro misterio.

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