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44 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Pilar Míró sostiene con un alarde de gran oficio el lastre de un guión en exceso literario

'Tu nombre envenena mis sueños' da pie a una extraordinaria creación de Emma Suárez

Dos mujeres -Pilar Miró detrás de la cámara y Emma Suárez delante de ella- sostienen en Tu nombre envenena mis sueños un guión excesivamente dependiente de la novela de Joaquín Leguina en que la película se basa. El gran oficio de ambas, en sus respectivas parcelas de trabajo, desemboca en instantes de gran brillantez en la mecánica de rodaje, en la filmación, y también en la construcción de la mujer protagonista, que esta excepcional actriz logra dar, pese a la dificultad de una tarea que roza lo imposible. El resto es ilustración de una trama novelesca que no sobrepasa el estadio libresco.

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Pilar Miró sintetiza con exactitud la peripecia argumental de la novela de Leguina. Dice. "Está contada a través de tres personajes que van encajando las piezas de un puzzle. Para mí hay dos protagonistas, dos épocas, y posibilidades donde elegir el desarrollo de la trama... En definitiva, adaptar (al cine) una novela es hacer tuyo el punto de vista desde el que cuentas la historia. Hay cosas que eliminas, cosas que transformas y cosas que aportas".Desconozco la novela y no cuento con alguna razón aparente para poner en tela de juicio esta impresión de la directora acerca de su tarea de transformación de literatura en imagen. Pero su idea sobre el "punto de vista" de¡ relato, sin duda válida para ella, no hace falta leer la novela para deducir que no es exacta para el receptor. Esa indispensable precisión y claridad en el punto de vista de la cineasta no contagia al espectador, que se despista entre los recovecos arguméntales y no logra fijar un lugar en los desajustes entre los tiempos por donde transcurre el suceso desencadenador y la peripecia posterior de quienes lo perpetran y desentrañan.

La reconducción de la historia libresca hacia el soporte de una pantalla padece en Tu nombre envenena mis sueños un exceso de argumento, de modo que éste, al no caber materialmente en el metraje y en el encadenamiento visual, es contado y verbalizado entre los personajes, que en vez de representar tal suceso, lo dicen; y esto difumina el punto de vista del espectador, que -carente de un observatorio propio- está a merced, y en él se pierde, de un exceso de discurso verbal, de una reducción discursiva de los acontecimientos, a los que asiste más como escuchador que como cómplice y participante

Esta insuficiencia de guionización de la novela, la insuficiente conversión en escritura cinematográfica de la escritura novelesca, hubiera conducido a una película fallida de no contar ésta con dos alardes de oficio, que en buena parte palían la grave carencia. Uno está en la impecable, solventísima mecánica de rodaje, que una vez más reafirma a Pilar Miró como una realizadora expertísima, que aquí da otro curso de buen oficio, de sutileza y firme pulso en la creación de tiempos y de juegos combinatorios entre los tres que maneja. La película, en este sentido, se ve sin respirar y promete buena andadura en las pantallas comerciales. Pero, en ocasiones, canta su exceso de deuda a lo literario y esto se percibe en algunos diálogos que suenan campanudos y redichos en los filtros eléctricos de los altavoces de la pantalla, mientras (cerrando los ojos) se perciben perfectamente digeribles en las páginas de la novela, que así se evidencia insuficientemente tranformada, pese a la insistencia de la directora en afirmar lo contrario.

El otro trabajo redentor le corresponde de pleno derecho a Emma Suárez, actriz superdotada, auténtica salvapelículas -recuérdese por ejemplo el estremecimíento y la tremenda verdad que aporta a la endeble La blanca paloma- que, pese a su juventud, es ya una intérprete curtida dueña de su poderosísima fotogenia y de las inflexiones de la expresividad de .ésta. Todo lo que hace, todo lo que expulsa hacia la sala desde su esplendorosa capacidad para apoderarse de cualquier encuadre que se inunde de su magia, es, por decreto de su presencia, cine de verdad. Pilar Miró le ha orientado con precisión y la actriz no desaprovecha este apuntalamiento y galvaniza las imágenes por donde pasa, logrando hacer visualmente creíble lo que sólo tiene existencia libresca. Desde hace ocho o diez anos, Emma Suárez, embarcada en un escalada hacia la plena pose sión de sí misma, vive una progresión que parece alcanzar aquí una precisión de traza gestual difícilmente superable hacia la cúpula que alberga el puñadito de rostros que dan incontestable autoridad (y autoría) a las pantallas caseras españolas, que pueden así, catapultadas por el talento y la hermosura de intérpretes como ésta, romper y atravesar cualquier frontera aldeana y entrar en liza en los carriles más productivos del comercio internacional de cine.

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