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LAS VENTAS

La tronada

, Llovió en el primer novillo y en el último. ¿Capicúa? Pues no, porque en el primer novillo hubo aguacero y en el último gran tronada. Parecía que en el cielo estaban cambiando los muebles de habitación; como cuando le da por ahí al vecino de arriba. Pero nadie se movió. Cada cual estaba en su sitio.Al romper el aguacero en el primer novillo se produjo la desbandada. Cada vez que caen cuatro gotas en un tendido parece el bombardeo de Guernica. La gente corre despavorida, los avisados escalan a las grada, que es cubierta y se tiran de cabeza a la desesperada. Las mujeres también. Algunas prefieren salvar la barandilla levantando la pierna y entonces se puede comprobar que por dentro van muy curiosas. Las francesas, no tanto.

Palomo / Córdoba, Calvo, Ortega

Novillos de Palomo, Linares, bien presentados, mansos, aborregados, excepto 4º que sacó casta.Sebastián Córdoba, de Linares, nuevo en esta plaza: cinco pinchazos -aviso- y estocada (silencio); dos pinchazos, estocada corta atravesada, rueda de peones y tres descabellos (silencio). José Calvo: dos pinchazos, estocada atravesada trasera que asoma, dos descabellos -aviso- y descabello (silencio); cuatro pinchazos, estocada trasera -aviso- y dobla el novillo (silencio). Chamón Ortega: pinchazo y estocada (petición minoritaria y vuelta); media y descabello (petición insignificante y vuelta). Plaza de Las Ventas, 8 de septiembre. Media entrada.

Sebastián Córdoba, que debutaba en Madrid, se empeñó en torear fino y le habría dado lo mismo irse al bar. La gente estaba en otra guerra. El buen corte del debutante apenas si se advirtió y pues manejó mal la espada, su actuación quedó prácticamente en el anonimato.

No pudo mejorar en el cuarto. Ese cuarto tenía trapío y hechuras de toro. Quiere decirse que sacó el sentido propio de los cuatreños y para un novillero nuevo aquello constituía un problema insoluble. Sebastián Córdoba pretendió torearle igual que si fuera uno de los novillos de siempre; apenas tanteó ya ensayaba el natural. El novillo-toro se le vino encima con genio y a partir de ahí no pudo darle ni un pase a derechas. Recrecido el novillo-toro, el novillero-nuevo macheteó según pudo y lo mató a la última.

Paco Calvo también mataba a la última, con menor justificación ya que sus novillos desarrollaron una bondad infinita. Los novillos de Paco Calvo tenían alma de borrego. Al primero de ellos le instrumentó suaves verónicas en los medios y le embarcó bien por redondos y naturales, aguantando los continuos parones del animalito, que se quedaba en la suerte con síntomas de somnolencia. Al quinto le hizo asimismo el toreo aunque muy fuera de cacho, alargando el brazo cuanto podía; y así no es.

Chamón Ortega trajo mayor disposición que, en la tauromaquia clásica, se demuestra toreando hondo y ceñido. Chamón Ortega, que entró a quites, lidió igualmente un lote aborregado y le cargó la suerte, con perdón. Eso de cargar la suerte es tan marginal en la tauromaquia contemporánea, que si uno lo menciona, ofende. Y, sin embargo, ahí está la belleza, la verdad y la emoción del toreo.

La primera faena de Chamón Ortega discurría lánguida hasta que presentó la muleta en la izquierda y toreó al natural cruzadito, sencillamente porque cargaba la suerte, con perdón. No era faena de oreja, pese a lo cual una pequeña parte del público la pidió, después de que matara de pinchazo y media. La pidió gritando desaforadamente, según es moda, y así daba la sensación de que esa oreja la estaba pidiendo España entera.

Saltó a la arena el sexto y sobrevino el meteoro. Galopaba despavorido el toro manso huyendo de las plazas montadas, caía la noche, rugía el trueno y se reproducían en el embarrado redondel estampas solanescas. Nadie se movió de sus asientos: los que par de horas antes habían tomado al asalto la grada, permanecían allí, tan serranos; los del graderío descubierto, tenían paraguas.

Unos y otros pudieron gustar el toreo de estilo que se traía Chamón Ortega, ceñido también -en un acosón sufrió un pitonazo-, aunque no demasiado porque el manso corretón y violento en el tercio de varas se fue aborregando y si dura aquello un poco más le da el síndrome. En lugar del síndrome, Chamón le dio media estocada, y palmó. Y arreció el aguacero. Y Chamón Ortega se mojó al dar la vuelta al ruedo. El público, no: ya se había ido.

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