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TOUR 96

"Sales, sales"

Miguel Induráin recorrió los últimos tres kilómetros deshidratado, reclamando líquido

Carlos Arribas

Mal día eligió la emigrante gallega que se apretujaba contra la furgoneta azul del Banesto con una niña de cinco años en una mano y una cámara en la otra "Miguel, Miguel", gritaba. Induráin, silencioso, la mirada fija en el vacío, se sentó en el interior de la furgoneta, mientras un ayudante cerraba las puertas con las ventanillas tintadas. "Llevo cinco años intentando poder ver a Miguel y cuando más cerca lo tengo no me dejan", se quejaba la buena señora, ajena a lo que había pasado, al significado histórico de lo que pasaba a medio metro de ella. A los últimos tres kilómetros de la suave subida a Les Arcs. Al cuarto de hora de tormento y sed que había pasado Miguel lnduráin, quien, solo en su mundo, aislado en la furgoneta, se saciaba en esos instantes de tanta agua y comida como podía.A tres kilómetros de la meta, Induráin se descolgó irremisiblemente. Con la mano derecha empezó a hacer gestos de beber. "Sales, sales", decía. Los coches pasaban como una exhalación a su lado, persiguiendo a los elegidos, entre los que por primera vez en el Tour no estaba Induráin. El director del Gewiss le tendió un botellín que el navarro despachó en un segundo. "Estaba como una esponja, sólo quería agua", dice José Miguel Echávarri. Por esa bebida, los jueces le comunicaron al final de la jornada que había sido multado con 200 francos suizo (20.000 pesetas) y una penalización de 20 segundos que se le descontará al final de la etapa de hoy) por tomar agua en los últimos 20 kilómetros. Gewiss y Banesto fueron multados con 500 francos suizos cada uno.

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Luego, alcanzaron otro botellín al navarro, y lo mismo. Clavado en el asfalto, sólo el instinto de tantos cientos de horas sentado sobre un sillín hace que sus piernas se muevan y pedaleen. "En cuanto le vi quedarse, enseguida supe que era una deshidratación, una crisis de hambre, lo que vulgarmente se llama una pájara. Que se le había acabado la gasolina, vamos". Echávarri disimula e intenta sonreír, casi hace chistes. "¿Que si se me desplomó el cielo sobre la cabeza? Claro, ¿no os fijastéis que el día, que estaba claro, de repente se nubló?". El director del Banesto daba ánimos.

La de ayer no es la primera pájara que sufre Induráin, ni siquiera en el Tour. En 1992, curiosamente se vistió de amarillo después de morirse de sed en Sestriere. El Giro de 1994 lo perdió desfalleciendo, quedándose ciego, en la llegada a Aprica. Ayer la sufrió después de una etapa modélica de su equipo y de él mismo, cuando nadie lo esperaba, aunque el ojo agudo de algunos directores ya le habían visto en dificultades antes. "La última subida ya no la empezó bien", dice Juan Fernández, director del Mapei. "Se le veía escondido en el grupo. No era el Miguel de otras veces' . De hecho, primero Rominger y luego Olano, los Mapei fueron los primeros en acelerar la marcha al ver quedarse a Induráin. "Ya subía tirando mucho de riñones", apunta Javier Míngüez. La gasolina, las reservas enérgeticas, lo que da la comida, se le estaba acabando. Tuvo que agotar su depósito de glucógenos y su organismo se agotó en nada.

Poca comida

"Cuando hay lluvia y frío, es difícil que un corredor sienta hambre y es fácil que no coma lo necesario", explica Sandro Quintarelli, director del Carrera. "En ese sentido, lo que le ha pasado no significa nada. Es algo pasajero". Tanta agua como ha caído y morirse de sed. "Lo que ha fastidiado la historia ha sido el cambio del tiempo", continúa Echávarri. "Miguel salió abrigado como para conquistar el polo, como el día del Stelvio. Entonces nevó en la subida y en la bajada salió el sol. En esta etapa, en vez de nieve, agua y frío en La Madeleine; después, sol en Les Arcs. Ha sudado más de la cuenta y se ha deshidratado. No ha recuperado el líquido y el alimento que ha gastado". Ya en la salida, Induráin era consciente de ese problema. "Me voy a abrigar lo justo", explicó.Los que le rodean están convencidos de que psicológicamente Induráin no se resentirá del golpe. "Ahora todo depende de la máquina de recuperación", explica el masajista Joan Pujol. "Todo depende de su organismo". La solución a la duda no tardará mucho en llegar. Hoy mismo nadie se puede esconder, es la cronoescalada de Val d'lsere. "Que nadie entierre a Induráin", dicen todos los técnicos y corredores.

La furgoneta azul pasa volando al lado Induráin va camino del hotel. Del masaje, de los sueros glucosalinos, de todo lo disponible para que hoy haga historia de otra manera en su Tour. Para que la emigrante gallega pueda hacerle una foto.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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