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CICLISMO

El tártaro que aprendió a ser malo

Carlos Arribas

Pável Tonkov lleva cuatro años viviendo cerca de Bérgamo y apenas habla italiano. Se pone colorado cuando le preguntan por su novia. Siendo un joven (27 años cumplidos en febrero) de la segunda migración de ciclistas del Este, la misma de los extravertidos Berzin, Gontchenkov o Svorada, ese rasgo no deja de ser una señal: apenas cambió su forma de vida con la mudanza. Es un hombre hecho a propósito para las durísimas cargas de entrenamiento de la escuela italiana. La autodisciplina la llevaba en la sangre. También la mantuvo cuando fue objeto de trueque: ganó la semana bergamasca de 1992 y de él se enamoró el fabricante de bicis Ernesto Colnago, quien le hizo firmar su primer contrato profesional con el Lampre a cambio de 16 bicicletas para la escuela de Samara. Su introversión le hizo ser un buenazo como ciclista. Siempre colocado (7º, 5º, 4º y 7º en los anteriores cuatro Giros) y casi nunca ganador. Le faltaba el espíritu atacante, se conformaba con ir en el grupo de los mejores. Un ánimo agravado por un accidente hace dos años que le costó dos operaciones de rodilla.El primer día que atacó en su vida, le sentó bien. Ganó la Vuelta a Suiza del 95, dejando a Zulle en la montaña. "Sé malo", le dijo su compañero Faresin al pie del Mortirolo el sábado. El inexpresivo ruso sabía qué significaba: búscate aliado y ataca en cuanto veas a Olano desfallecer. Después de casi morir en la contrarreloj no podía sino hacer eso para ganar un Giro hecho a su medida.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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