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Tribuna
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El cómico en casa

La televisión narrativa es el teatro más una técnica: la tienen que hacer, y la hacen, las gentes de teatro. Los que no lo son, y proceden de otras artes -Hermida, Fernando Schwarz-, se vuelven actores. "Más una técnica", digo: quizá demasiada. Unos técnicos -incluyendo realizadores:- o a partir de ellos- quieren insistir demasiado en las peculiaridades del género.Quiero decir que la regencia del actor y del autor se pierde. Incluso se dejan destrozar, como la pléyade que ha trabajado en Los ladrones van a la oficina. ¿Por qué? La respuesta más fácil es la del dinero: pueden recibir cantidades astronómicas. Nunca me parecerán excesivas: un cómico tiene derecho a vindicar a sus antepasados robagallinas de la edad media y el renacimiento.

Antes de esta era reciente de la programación extendida, o popular, algunos de los grandes actores, o de los talentos del teatro y el cine hicieron sus propias creaciones en televisión: escribieron, dirigieron, interpretaron. Estoy hablando de Marsillach, Fernán-Gómez, Armiñán, Rabal. Costó que dejaran el teatro: se fueron algunos de los mejores, como se han ido Lina Morgan, Concha Velasco, Jesús Puente, y otros.

Otras veces se les devuelve al escenario, como ha ocurrido con Larrañaga: pero ya el público quiere que en el escenario sean los de televisión, hagan comedias como hacen series y se deban más a un tipo que a sus creaciones. Quieren verles "en vivo y en directo", pero de forma que no dejen de ser "ellos mismos". Quiere decir que uno mismo es el de la pantalla, como el acontecimiento la vida, la creación, no son reales más que en la pantalla.

Los políticos, que en estos días multiplican sus apariciones, han complicado también sus rostros y sus latiguillos con el fulgor de los focos. Están interpretando la política. No digo que no haya sido siempre así: Hitler y Mussolini fueron probablemente los mejores tragediantes, los mejores intérpretes de una política, y la televisión no existía. Pero sí el cine, el teatro, la radio. Calderón y Shakespeare decían que la vida, teatro es; ahora la vida es televisión. Lo mismo.

Es lástima que la técnica convertida en realización, o la comercialidad en programación, se haya comprado a los actores, incluso para que no hagan teatro -Jesús Puente-, porque el medio, cuando es sensible y literario, cuando está en manos de artistas , puede hacer que el actor muestre una totalidad de talento que había comenzado unos pasos sirviéndose de la técnica: la luz eléctrica dio gesto y rostro a la máscara inmóvil del comediante en el escenario; la cámara aproximó su cara a nosotros en el cine: la televisión le mete en casa, a dos metros de nosotros, y le permite la interpretación total. Lástima que no vuelve a sus manos, y a manos de los escritores. Un retorno, como el que se hizo a Brideshead: la narración dramática más hermosa de este arte.

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