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Tribuna
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Fanáticos y maestros

Una doctrina razonable puede transformarse en arma mortífera; para ello tiene que dejar de ser razonable, incorporarse como convicción a un sujeto, obnubilarlo para que el mensaje se absolutice, el sujeto prescinda de matices y ponga su memoria, entendimiento y pasión al servicio de la doctrina, que así quedará envuelta en falsedad, histórica o no; el sujeto es ya, así, un fanático; en un estadio superior el fanático pone, en deseo o en acto, su propia vida al servicio de la doctrina, y está dispuesto a sacrificarse; en cualquier caso, ya estamos ante un héroe, anónimo o no pero hay un estadio más elevado, en el que el sujeto pone a los demás al servicio de su doctrina; en el caso extremo, la vida de los demás; el sujeto ha llegado ya a la culminación de su carrera, y es ya un asesino; es la perfección, la realización humana de la idea pura del fanático ejemplar, ya no cabe más.En este mundo que vivimos, como puede observarse a vista, hay mucha perfección encarnada; y también, por lo que sabemos, la ha habido históricamente. Y la fuerza atractiva de la doctrina hecha carne fanática es tal que no sólo se rodea de falsedad pretérita y contemporánea, sino que falsea el futuro; y por eso hay tanto antiguo asesino en ropaje de héroe venerado por gente en principio inofensiva.

Hay quien dice que el fanatismo desaparece leyendo, pero no estoy muy seguro; los fanáticos de buen cuño transforman en sustancia fanatizante todo lo que leen, aun lo más razonable y ecuánime, o más desmitificador; más aún, esa sustancia razonable les excita más, el pensamiento no ofensivo se transforma en ofensa recibida, estímulo de nuevos y más fulgurantes ardores; por esencia, el fanático es inasequible a la razón equilibrada, y, en el mejor de los casos, incorpora las ideas a su Arsenal, transformadas en dardos que matan.

Cuestión interesante es la de dilucidar si el fanático nace o se hace. Aunque día a día se observan personas con predisposición innata al fanatismo, quizá por determinación genética, hasta el punto de que sólo abandonan un fanatismo para sumergirse en otro más redondo, puede aceptarse como muy probable que el fanático se hace mediante el oportuno adoctrinamiento, al menos en muchos, muchísimos casos; es excepcional el self made fanático; el fanatismo, para qué vamos a engañarnos, se mama, no le es aplicable el dictum de que "quod natura non dat, Salmantica non prestat", los fanáticos pasan siempre por su Salmantica (mejor sería decir antiSalmantica) apropiada.

Precisamente en esta materia tienen gran importancia los maestros, porque sólo los maestros pueden construir los muros de falsedad que hagan doctrina, no ya inexpugnable, sino acicate de pugnacidad, hasta el asesinato; sólo los maestros pueden crear un ambiente intelectual confortable para el asesino, para el fanático que, en el ascenso devoto, se hunde en el abismo inhumano y deshumanizado, en la abyección más repugnante que consiste en considerar la vida (ajena) un instrumento al servicio del propio sentir y aspiración, en tratar al sujeto portador de vida, hombre (o mujer), como becerro sacrificable, y sacrificado, al absoluto de la propia convicción fanatizada.

En el fanatismo hay, como se observa, grados; pero no hay que engañarse, el fanatismo es un mal, porque el grado más leve lleva en sí el germen capaz de florecer en desastre, el fanático es siempre un portador de anticuerpos, que quizá no se desarrollen,- pero pueden hacerlo y, lo que es más grave, transmitirse. Una religión es una doctrina que puede hacer de los sujetos dechados de virtudes, ciudadanos ejemplarmente pacíficos, o peligrosos asesinos. La misma increencia puede llegar a ser causa de muerte ajena por obra del no creyente militante. El nacionalismo es otra doctrina que sirve para dar cohesión a sujetos dispersos, y para sembrar muerte, ajena, por supuesto. Me parece que todos los que tenemos alguna convicción capaz de generar un fanatizado sector correspondiente tenemos que tener un gran cuidado en no dar pábulo al fanatismo, del que, de otro modo, seremos responsables, aunque nadie nos exija la responsabilidad.

Por todo ello son especialmente dañinos los falseadores de la historia, los inventores de agravios colectivos recibidos, los que desfiguran la realidad, los que crean ámbitos de tranquilidad psicológica en quienes manejan la pistola, o el coche bomba, o la bomba sin coche. Cualquier doctrina puede arropar asesinos; y aunque el adoctrinador tenga las más puras intenciones, no puede ignorar la impureza que pueda alimentar, y, sobre todo, la que está ahí visible, en muerte tras muerte... de los demás. Detrás de cada terrorista hay al menos un maestro.

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