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52º FESTIVAL DE VENECIA

Alex de la Iglesia arranca largas ovaciones con su película 'El día de la bestia'

Isabelle Huppert y Sandrine Bonnaire realizan grandes creaciones en 'La ceremonia'

El británico Kenneth Branagh presentó ayer en el concurso In the bleak midwinter, una comedia endeble, de las que buscan las líneas de menor resistencia y el chiste fácil. Está resuelta con oficio, en el sentido rastrero de la palabra. Por el contrario, La ceremonia, de Claude Chabrol, derrocha oficio noble y contiene dos excelentes actuaciones de Sandrine Bonnaire y, sobre todo, Isabelle Huppert, que borda su personaje. Fuera de concurso, la española El día de la bestia fue interumpida por varias ovaciones, y en ella el joven Álex de la Iglesia da un gran salto adelante y resuelve con desparpajo y brillantez un guión deficiente.

ENVIADO ESPECIALAcción mutante era un embarullado y torpe trabajo de aprendiz con ganas de llamar la atención. De la Iglesia absorbió en él como una esponja sus errores y en El día de la bestia ha aprendido a convertirlos -a su discutible, pero divertida, brillante y eficaz manera- en aciertos. La sesión para la prensa fue interrumpida por tres ovaciones, que celebraban la original y llamativa capacidad del cineasta para resolver visualmente con seguridad y con gracia situaciones de difícil salida; e incluso para mantener en pie, durante casi dos horas, con gracia, con buena cadencia, con trepidación a lo heavy y olfato para graduar lo inesperado, un guión hilvanado sobre una elemental secuencia de comic.La endiablada habilidad de Álex de la Iglesia para encubrir con inventiva visual su falta de astucia verbal -un ejemplo entre muchos: "Ése es mi abuelo, que le ha dado por ir desnudo", explica el protagonista, cuando si se hubiera limitado a señalar al anciano con un escueto "Es mi abuelo" hubiera multiplicado la gracia de su evidente manía de ir por ahí en cueros- da resultado y se intuye que este gran salto adelante del director vasco tiene potencialmente audiencia segura, abundante y merecida.

Credibilidad

Kenneth Branagh tiene en su equipaje una buena película, Los amigos de Peter, dos regularcitas, Enrique V y Mucho ruido y pocas (muy pocas) nueces, y dos bodrios de mucha consideración, las espantosas Frankenstein y Dead again. Su nueva comedia, In the bleak midwinter, está más cerca de las regularcitas que de los espantos, y tiene toda la pinta de amaño habilidoso, hecho con cuatro cuartos, para sacarse con lo contrario la opulenta espina del estruendoso fracaso de Frankenstein. Es presumible que recupere algo de la credibilidad que le proporcionó Los amigos de Peter, pero su manera de mandar aquí a Hollywood a freir espárragos es poco convincente, por demasiado indulgente consigo mismo. Por otro lado, su ausencia de la pantalla en un filme que tiene un personaje escrito para él es un indicio de inseguridad que choca con la (probablemente balsámica) seguridad de su rechazo. Nadie, en efecto, le dictó la retóríca vaciedad con que interpreta al doctor Frankenstein; y su orgullo profesional parece herido a causa del revolcón que, por contraste, le proporcionó la sobriedad interpretativa de Robert de Niro en su recreación del monstruo.Si Branagh saca adelante su comedia con oficio marrullero, Claude Chabrol da en La confesión lecciones de ese buen oficio que Jean Renoir consideraba -coincidiendo, desde un punto de partida opuesto, con Alfred Hitchcock- la mecánica y la fuente de la inspiración ese caldo de cultivo que es la precisión de cineasta artesano para que de él surja el cineasta creador. Logra Chabrol una de sus buenas películas, que gracias a dos mediaciones impagables, las de Sandrine Bonnaire y (mucho más) Isabelle Huppert, consigue volar por todo lo alto. Filme de superficie calmosa, pero durísimo en sus fondos, nos devuelve al Chabrol más radical: "La película trata de la lucha de clases, por eso es actual. ¿Quién es el ciego que dice que la lucha de clases se ha acabado, cuando no ha hecho más que comenzar?", dijo ayer. Su obra va de eso y a fondo, sin barreras de cautela y sin otro endulzamiento que el de la ironía mortífera de dos muchachas francesas sublevadas.

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