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FERIA DE COLMENAR

Se acabó el turrón

A la que hacía última se cortó la racha de toros buenos en la feria de Colmenar. O sea, que se acabó el turrón. Ya lo dice la sabiduría popular: poco dura la alegría en la casa de los pobres. A la que hacía última, empezaron a chorrar por chiqueros toros feísimos, además inválidos, y si a alguno le quedaba resuello, se encargaba de liquidarlo la acorazada de picar, fiel al mando, terne en su brutalidad, virtuosa en la técnica de abrir toros en canal mientras interpreta a su alrededor la danza macabra de la carioca.No eran los mandones de la fiesta quienes anunciaban los carteles pero sí toreros con proyección -que gusta decir a los taurinos-, aspirantes a figuras, y a fe que lo parecían, viendo aquellos toros inútiles que sacaron para su provecho. Si los aprovecharon, ese es distinto asunto. Unos sí, otros no.

Puerto / M

Sánchez, Tato, J. I. SánchezToros de Puerto de San Lorenzo, muy desiguales de presencia, inválidos. 5º, devuelto. Sobrero de El Chaparral, escurrido, flojo. Manolo Sánchez: media caída y dos descabellos (aplausos y también pitos cuando saluda); pinchazo, otro perdiendo la muleta y dos descabellos (silencio). El Tato: bajonazo (silencio); estocada atravesada contraria y descabello (palmas y saluda). José Ignacio Sánchez: estocada corta ladeada, rueda vertiginosa de peones y nueve descabellos (vuelta protestada); estocada ladeada (dos orejas con algunas protestas). Plaza de Colmenar Viejo, 31 de agosto. 6ª corrida de feria. Dos tercíos de entrada.

El de sí fue José Ignacio Sánchez, que cuajó al tercero una faena pletórica de compostura, fino porte, mando y templanza. Corría la mano en los redondos, ligaba impecablemente los de pecho, y se le hacían agua los paladares a la afición. Pudo haber sido miel, mas para eso habría hecho falta allí toro. Y no lo había. Antes al contrario, el especimen no paraba de caerse patas arriba o patas abajo y, de tan sumiso, parecía sansirolé.

Así, cualquiera, se oía comentar en los sectores donde se ubica la sesuda afición. Y sentó muy mal que José Ignacio Sánchez diera una vuelta al ruedo por su cuenta. Colmenar no es Bilbao, protestaban por allí. El sexto toro, en cambio, lució trapío, y pese a su inevitable invalidez, sacó esa castita propia de los toros bravos que dan mérito a las faenas.

Una tanda de redondos la ligó José Ignacio Sánchez según mandan los cánones, fracasó estrepitosamente en los naturales -lo cual sorprendió- y desarrolló en tono mediocre el resto de la faena, excepto un excelente pase de pecho. Sin embargo se entregó en la estocada, salió derribado y hubo petición de oreja que el triunfalismo del concejal-presidente convirtió en dos, con gran escándalo de la afición sesuda.

Manolo Sánchez instrumentó a su primero par de tandas de derechazos con el pico, sufrió un acosón del que salió despedido y trastabillando lo menos diez metros, y dio respuesta a la intolerable intemperancia del toro macheteándolo vigorosamente. Al cuarto estuvo cinco minutos de reloj pegándole pases, y el pobre toro se desplomaba con sólo oler el pico de la muleta. A veces, sin olerlo siquiera. Ese toro debía de estar en un permanente frenesí.

Nobles toros -e inválidos- se le fueron sin torear a El Tato. ¿Será posible? Los castizos madrileños -muy numerosos en la plaza, prefieren quitar la e: ¿Será posibl? Igual que sorprendió la imprericia de José Ignacio Sánchez para torear al natural -su fuerte-, era difícil de entender esa obsesión pegapasista que le entró de repente al cesaraugustano diestro cuyo buen arte es sobradamente conocido.

De muestra, se embraguetó en las verónicas, ciñó chicuelinas y, con la muleta, ligó naturales hondos a su primer toro, redondos al sobrero. Mas eso fue en los principios de las respectivas faenas, mientras el grueso de ellas lo pasó pegando derechazos a destajo, hasta aburrir al personal.

La verdad es que faltó emoción. La técnica lidiadora -capotes, muletas, caballos, puyas, banderillas, estoques- concebida para dominar toros, si no hay toros constituye un esperpento. Algo que no había ocurrido en toda la feria, con aquel hermoso ganado de casta y trapío. El consuelo es que fue bueno mientras duró. Y el público se sentía safisfecho, porque a nadie amarga un dulce.

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