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Un razonable equilibrio

Con El ocaso de los díoses, jornada final de EI anillo del Nibelungo, el Festival de Bayreuth recuperó en la noche del martes el pulso de la tetralogía. En El ocaso el entrelazado de motivos conductores adquiere una extraordinaria y virtuosa complejidad Mejoraron globalmente las voces respecto a Sigfrido, entre otras razones porque Hanna Schwarz matizó y llenó de calor el personaje de Waltraute, E. Halfvarson hizo un Hagen dramáticamente convincente y el coro ofreció otra demostración de fortaleza y expresividad. También fueron hacia arriba D. Polaski (Brunilda) y W. Schmidt (Sigfrido), sin que sus prestaciones deslumbraran, pero alcanzando al menos un nivel de discreción en sus endemoniadas partituras.Se creció Levine en la ingente tarea de desentrañar los entresijos del anillo: dosificó. planos y dinámicas, clarificó texturas y motivos, se lució en momentos de espectacular brillantez como la música fúnebre tras la muerte de Sigfrido y consiguió un discurso tan unitario como contrastado. En El ocaso hay mucho que explicar y Levine lo hizo con una delectación que reforzaba el equilibrio teatral.

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Uno de los grandes méritos del director de escena A. Kirchner y de la escenógrafa y figurinista Rosalie ha sido el de saber contar con imaginación plástica y narrativa una historia musical como la del anillo. Kirchner aportó el dominio teatral, Rosalie la fantasía creadora de unas imágenes a veces rozando con la audacia. Juntos cautivaron. En El ocaso dieron una pincelada futurista al primer acto, se centraron en una plataforma rectangular donde movieron con orden los cors. en el segundo, y sintetizaron en el tercero los diferentes elementos de su lenguaje escénico: fantasía, color, fuerza plástica, estructura de cuento. Lo fundamental fue, no obstante, que no utilizaron la música para realzar un trabajo exclusivamente personal, sino que integraron éste al concepto musical sin retórica y con respetuosa libertad.

Se cerró, pues, el monumental ciclo de El anillo del Nibelungo en clima cercano a la apoteosis. El público perdonó sus limitaciones a los cantantes y los ovacionó reiteradamente. Los aplausos incluyeron a la soprano G. Jones, presente en la sala como espectadora. Se reconoció sin fisuras la realización musical de Levine y la orquesta del Festival, así como la de Balatsch y el coro.

La polémica se centró exclusivamente en el equipo escénico, capaz de generar adhesiones apasionadas y rechazos frontales. Kirchner y Rosalie aguantaron con decisión el chaparrón, viendo que también una parte de la sala les apoyaba con entusiasmo. Con todo ello, el gran triunfador fue el propio Wagner. Su ópera El anillo continúa generando una atracción magnética. La fascinación viene del particular sentido del tiempo o de las propias leyes constructivas con el encadenamiento de motivos que definen desde personajes hasta sentimientos, o de otras muchas cosas. Fascinante es, así, mismo, verlo y escucharlo en Bayreuth, un lugar óptimo para recrear el mito e integrarse en un clima excitante y asombroso.

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