_
_
_
_
_
Tribuna:TRAVESíAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los administradores del miedo

Antonio Muñoz Molina

En el mismo periódico en el que Stanley G. Payne dice que el fascismo no puede volver viene la crónica,del apaleamiento salvaje al que sometieron veinte cabezas rapadas a dos chicos de dieciséis años que se paseaban por una calle tranquila de Madrid. No he leído aún el libro de Payne, pero leí hace años su historia de la Falange, y recuerdo que me irritó mucho el aire como de suficiencia ecuánime que adoptaba, esa ficción de objetividad fría que también encuentra uno en los escritos de Hugh Thomas sobre la guerra civil española, y que en el fondo oculta una desagradable indiferencia anglosajona hacia os avatares tristes de nuestra historia de pobres. Payne y Thomas, cuando escriben sobre la guerra española, parece que están escribiendo Sobre insectos, o que son antropólogos observando desapasionadamente a una tribu. Uno de los pocos historiadores en los que puede notarse calor humano y simpatía civil hacia el pueblo español es Gabriel Jackson, quien nunca olvida la diferencia entre el fascismo y el antifascismo ni oculta su toma de partido rigurosa en favor de la libertad.El fascismo no vuelve por la simple razón de que ya está entre nosotros. El fascismo es que veinte individuos jóvenes, rapados, con ropas paramilitares, bates de béisbol y barras metálicas se paseen libremene por una calle de Madrid y provoquen la vileza del miedo con su sola presencia y puedan cebarse con ella sabiendo que tienen muy poco que temer, entre otras cosas porque los expertos los clasifican enseguida en el apartado de tribus urbanas' lo cual les concede como una especie de dignidad antropológica, más cercana a la sociología que a la policía. El fascismo es la impunidad de los administradores del miedo, la provocación diaria, destructiva, perfectamente calculada, la invasión tiránica de los lugares públicos y la infección secreta de las conciencias. Javier Gurruchaga, que acaba de volver de San Sebasián, me cuenta que el miedo está creciendo de nuevo en Euskadi, que la gente tiene miedo de mostrarse en favor de a libertad de un hombre secuestrado, de asistir a un concierto contra el terrorismo o de salir a la calle para mostrar a cuerpo limpio el asco por tanto fanatismo y tantos crímenes.

La técnica es exactamente la misma que aplicaron los nazis alemanes después de las elecciones de 1928, en las que habían perdido muchos votos: un asalto calculado y permanente contra la normalidad, una ocupación vociferante y agresiva de los lugares públicos, con la doble intención de, enardecer y radicalizar a los más fieles y de aterrorizar a la mayoría de los pusilánimes.

Los administradores del miedo se mueven con igual sagacidad en el descaro de la provocación abierta y - el secreto de la conspiración y el chanataje. Sin taparse la, cara toman por asalto el salón de plenos de un ayuntamiento, destrozan las urnas y amenazan de muerte a quien no les gusta, pero también saber usar el sigilo del teléfono para extorsionar a alguien o envenenarlo de terror, y adoptan modales de personas decentes para viajar a Madrid y sembrar con regularidad la muerte y el desastre en sus calles más céntricas.

Salgo temprano hacia el Retiro en la mañana del martes, en la mañana fresca y nublada de los primeros días del verano, y mientras disfruto de los olores a tierra húmeda y a vegetación de las avenidas del parque empiezo a escuchar sirenas distantes y luego las palas de un helicóptero que vuela en círculos por encima de mí, ese sonido rítmico de amenaza y alarma que a veces viene acompañado por vendavales concéntricos sobre las copas de los árboles. Al volver a casa la radio me cuenta el motivo de las sirenas y del vuelo del helicóptero sobre el Retiro, la calle de Alcalá y la plaza de Cibeles: a un empleado de Correos la explosión de un paquete bomba le ha amputado los dedos de las manos.

Ir a Correos a recoger un certificado o un paquete parece la cosa más habitual y más tranquila del mundo, la ocasión de un paseo holgazán a media mañana por una ciudad que justo en las proximidades de ese edificio se vuelve inusualmente civilizada y arbolada. Yendo a Correos, como a tomar un café y a comprar el periódico, uno disfruta de eso que el poeta norteamericano Randall Jarrell llama "the daliness of life", lo diario y usual de la vida, la prosa de los actos comunes. De pronto estalla una bomba y todo eso que parecía tan sólido se convierte en infierno y terror, y un hombre que hacía honradamente su trabajo se queda sin manos, sin porvenir, sin vida, aunque sobreviva, porque las manos son las herramientas de nuestra humanidad, y perder las manos es tal vez más grave que perder los ojos o las piernas.

Dice Payne que en el origen, del fascismo hay una urgencia de rebeldía física contra el aburrimiento de las democracias, y que algunos genocidas de las SS tuvieron problemas psicológicos ocasionados por el ejercicio continuo del asesinato. En el País Vasco se fomenta ahora mismo entre la gente más joven un culto a la fuerza bruta y a la barbarie patriótica que es idéntico al que practicaban en la Alemania de Weimar las milicias lumpen de las SA, pero no es probable que ni los ejecutores de los crímenes ni sus familiares y allegados padezcan los sobresaltos de con ciencia que Stanley Payne atribuye a algunos SS. El domingo pasado, en un reportaje excelente de Pablo Ordaz y Francisco Peregil, la madre de un etarra culpable de doce asesinatos declaraba que de su hijo nunca tuvo nadie nada desagradable que decir. Yo me pregunto qué sentirá ahora mismo, en esta misma ciudad en la que yo estoy escribiendo, el patriota vasco que preparo cuidadósamente el paquete que dejó sin manos hace unas horas a un trabajador de Correos. Miro mis manos moverse sobre el teclado del ordenador y pienso en sus manos de asesino. El fascismo no sería nada si sólo militasen en él las bestias rapadas de Madrid o las cuadrillas de vándalos que destrozan escaparates, incendian autobuses y profanan tumbas en San Sebastián. El fascismo es el terror administrado con las manos limpias, bendecido, entendido, explica do por personas ecuánimes que afectan un aire evangélico o profesoral de objetividad.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_