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Argelia, el escenario norteamericano

Tahar Ben Jelloun

Mientras Francia reconoce su impotencia ante la tragedia argelina, a la vez que prevé varios panoramas diferentes, EE UU se interesa cada vez más por el Magreb e imagina un cierto número de hipótesis. plausibles en cuanto a la evolución de la nueva guerra de Argelia a plazo más o menos largo. El semanario The Economist del 24 de febrero de 1995 dedica su portada al conflicto entre el Gobierno argelino y el movimiento islamista, y estudia en el mismo reportaje la cuestión fundamentalista en Pakistán y Afganistán. Este interés se inscribe en la perspectiva de una nueva angustia que está ocupando el lugar del comunismo en las mentalidades y en la imaginación de los occidentales. ¿Acaso no ha afirmado el secretario de la OTAN que "el fundamentalismo musulmán es tan peligroso como lo era el comunismo"? Y otro alto responsable, portavoz de la Cámara de Representantes de EE UU, pide a ese país que establezca "una estrategia coherente para combatir el totalitarismo musulmán".Seguro que ya hay equipos de técnicos de predicción poniendo en marcha una estrategia así. La confusión semántica entre el fundamentalismo (retorno a los fundamentos del pensamiento islámico) y el integrismo (totalitarismo ideológico y político) es general, lo que abre la puerta a las amalgamas y a una forma generalizada de re chazó y de racismo. Estados Unidos y sus aliados occidentales no se dan todavía cuenta del daño que hicieron a los pueblos árabes y musulmanes durante la crisis, y posteriormente la guerra, del Golfo. Los símbolos fueron tan importantes, si no más, que los elementos concretos de la crisis. Todos los pueblos árabes -salvo el kuwaití, agredido- se pusieron del lado de Irak, más por un sentimiento de pertenencia comunitaria que por una decisión ideológica. A partir de esta solidaridad es pontánea, y que no siempre fue provocada por el Gobierno (por ejemplo, en Marruecos), la ruptura entre dos mundos, entre dos culturas, era inevitable. El odio hacia Occidente no es nuevo, pero con la guerra del Golfo recuperó una legitimidad, más que sentimental, política. El recurso al integrismo se dirige contra varios blancos, y Occidente es uno de ellos. Pero lo más urgente para los movimientos islamistas es tomar el poder para aplicar un programa que imponga una visión del mundo inspirada en el islam, y que frecuentemente ha sido despreciada o pasada por alto. La ruptura debe ser consumada,aunque se esté dispuesto a reconsiderar el problema después de que "los pueblos humillados se hayan tomado la revancha".

Pensar en el otro e integrarlo en su visión del mundo: eso es lo que Occidente no ha sabido hacer y no desea hacer. Antes, la relación con ese otro era la del dominante, del que está seguro de sí mismo y cree firmemente en la superioridad de una cultura sobre otra, de una raza (aunque las razas no existan) sobre otra.

El país que ha sido tratado de forma más brutal por la historia, el que ha conocido las heridas e injusticias más profundas, el que ha visto su alma despedazada por sus diferentes ocupantes -los otomanos y los franceses-, es Argelia. La guerra que enfrenta en la actualidad al Gobierno con los islamistas es una guerra de identificación: se trata de darse, o de recuperar, una identidad, unos puntos de referencia culturales, unas referencias a una historia en la que el pueblo luchaba por su dignidad. Curiosamente, los términos y los medios utilizados por el Gobierno en su lucha contra los islamistas recuerdan los del ocupante francés: "pacificar", "erradicar", "limpiar"; torturas, ejecuciones sumarias, represalias indiscriminadas, etcétera. El último informe de Amnistía Internacional observa que, para la policía y el ejército, "matar a una persona parece convertirse cada vez más en una alternativa preferida a detenerla. ( ... ) Las autoridades no realizan investigaciones a raíz de los testimonios de torturas o ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas de seguridad, que continúan perpetrando actos graves con aparente impunidad". El Estado, al no garantizar la seguridad de sus ciudadanos, renuncia cada vez más a ser un Estado de derecho y pierde con ello su legitimidad. El Estado no puede aplicar la ley del talión. Sin embargo, lo hace, y es el pueblo quien paga con su vida esa desviación.

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La violencia que reina en Argelia está tomando unas proporciones que sobrepasan. la capacidad de comprensión. Ya nadie se aventura a dar una explicación a los asesinatos más abyectos y la represión más brutal que se deriva de ellos. Ya no se comprende. Ya no se razona. Se asiste al desarrollo de la tragedia más cruel y se reconoce la propia impotencia. Esta violencia insensata viene de lejos. Está inscrita en una memoria profunda y particularmente golpeada, que se remonta a varias décadas atrás, tal vez más de dos siglos. ¿Quién se acuerda de la matanza perpetrada por el Ejército francés en Sétif y Guelma, el 8 de mayo de 1945, que provocó millares de muertos? ¿Quién se acuerda de los cadáveres de inmigrantes argelinos tirados al Sena por la policía francesa la noche del 17 de octubre de 196l? ¿Quién se acuerda de tres décadas de partido único, de socialismo totalitario y de quiebra económica? La memoria argelina está muy cargada. En la actualidad ha caído y estallado.

The Economist titula 'Es hora de ayudar a Argelia'. Es una hipótesis que no es imposible. Incluso es probable, sobre todo después del éxito estadounidense en Haití, la primera isla negra independiente y territorio francófono que está olvidando el francés. El Pentágono mantiene vínculos con el ex Frente Islámico de Salvación y sus componentes. No da su apoyo al Gobierno argelino. Pero ¿cómo intervenir? ¿Negociando un compromiso entre ambos clanes? Es poco probable que la intervención sea de carácter militar. Sería más bien diplomática. Si EE UU consigue restablecer la paz en esta región del mundo, no sólo aumentará su prestigio, sino que además habrá pisoteado los arriates de la influencia francesa. La visita de Fidel Castro a Francia es un signo de pequeña venganza que la diplomacia francesa ha lanzado en dirección a EE UU, igual que el intento de acercamiento a Irak en un momento en que Washington mantiene con todo su rigor el embargo sobre el pueblo iraquí.

Tahar Ren Jelloun es escritor marroquí, premio Goncourt de novela.

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