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Tribuna:CRISIS MONETARIA INTERNACIONAL
Tribuna
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La soberanía usurpada

Cuando un Gobierno como el de González decide sin mediar fundamentos económicos devaluar la moneda para calmar los mercados, parece inevitable admitir que este mundo se ha vuelto surrealista. Pero no hay que flagelarse. En todos los países, el éxito de un político o de un partido se ha medido siempre por los parados existentes. Pero ahora, en EE UU, cuando se registra una caída del desempleo, cunde la alarma por el erecto inflacionista que supondrá un reforzamiento de la demanda. El punto en común entre dos casos extremos como los de González y Clinton es éste: ambos reflejan el punto de vista de los mercados financieros. Y en términos relativos, estos mercados se han vuelto, por las ingentes sumas de dinero, en el principal y más poderoso lobby de la economía contemporánea.Existe un maniqueísmo a la hora de atribuir una variación de una divisa a una razón o hecho local, como podría ser en el caso español la sucesión de escándalos políticos. Aunque tales acontecimientos tengan un porcentaje de influencia, las dudas de los mercados no surgen del manejo de la bola de cristal sobre un episodio político nacional, sino de la observación de hechos de más largo alcance.

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Los agentes que manejan grandes sumas de dinero confiadas por fondos de pensiones, aseguradoras y otras instituciones, para ser canalizadas hacia las bolsas, divisas, materias primas e instrumentos financieros, forman un pequeño grupo de actores privilegiados. Muchas veces sus actos carecen de racionalidad y coherencia, (véase la especulación desatada sin éxito contra el franco francés en las elecciones legislativas de 1993), pero suelen ver realizada su profecía, ya que tienen los recursos suficientes para apostar e influir en los acontecimientos, a la espera de que las autoridades se rindan. A partir de la liberalización de los movimientos de capitales, esos mercados han usurpado, por así decir, la soberanía política en los países industrializados.

Lo que caracteriza a los operadores es la obsesión por la liquidez, lo que genera un estado de inquietud o especulación permanente. Esta psicología de la acción se explica por un doble fenómeno: los operadores temen a que se les evaporen billones de dólares o marcos que les han sido confiados y, al mismo tiempo, desean ganar en sus apuestas.

El problema de las instituciones financieras y de los mercados es la inflación. Aunque ésta es perjudicial, sus efectos no son idénticos. Los bancos y los inversores que prestan o ponen su dinero en bonos, acciones o divisas, se preocupan por el alza de precios porque erosiona el valor de los créditos que le son devueltos o del dinero que han invertido. De ahí que prefieran hablar de tipos reales (los nominales menos la inflación). .

Y cuando canalizan sus inversiones hacia las divisas tienen que vigilar la evolución de los tipos de cambio. Los tipos nominales varían según la inflación prevista y, normalmente, aquellos países que despiertan mayores expectativas inflacionistas suelen experimentar una depreciación más fuerte respecto a los demás. El cálculo económico, pues, lleva a mover unas ingentes cantidades (en 24 horas sólo en el mercado mundial de divisas se negocia más de 1 billón de dólares) que conducen a hacer realidad la apuesta. Es la profecía que los operadores ayudan a cumplir. Y en el cuadro de un economía frágil, cada vez más esa gestión de recursos se desarrolla como una batalla para imponer posiciones.

El comportamiento mimético de los operadores es una constante, así como su cambio de humor y la utilización incoherente de argumentos económicos. Pero, en lo esencial, llevan ganada una batalla contra la moneda única decisiva: aquélla que llevó él 2 de agosto de 1993 a reemplazar las bandas de fluctuación reducidas dentro del SME por la de flexibilidad del 15%.

Cuando se mira la estrategia de los operadores en el caso español es evidente que cuentan con ventajas elementales. Su visión de las políticas económicas es un batido que mezcla los ingredientes de la economía de la oferta y unos criterios macroeconómicos' más o menos clásicos. Ven que la inflación se sitúa en los niveles de 1989 (el 4,5%), por encima de la media de la UE. También saben que dicha tasa se ha reducido por una política monetaria restrictiva y que su reverso ha sido un avance de seis a ocho puntos en la tasa de paro hasta el 24%. A la vez, han tomado nota del clima de desagregación política tras una larga etapa de estabilidad.

Con esos datos, la ofensiva contra la peseta debe ser situada en un nuevo y muy diferente contexto al de 1992 y 1993. La obsesión por la liquidez ha vuelto al primer plano a raíz de la crisis de México, lo que ha reforzado la depreciación del dólar y fortalecido al marco como reserva internacional, a lo que se han sumado los avatares especulativos del banco Barings. Otra vez la compulsión llevó a la vigilia a los operadores. La peseta sufrió un doble castigo: por estar vinculada a. un dólar desfalleciente y por su, vulnerabilidad. Pero lo importante es que más allá de los factores coyunturales, los operadores actúan por las tendencias a medio y largo.

En esta crisis, el marco ha oficializado como nunca su papel como moneda de:-referencia ante, el abandono voluntario del dólar: y las dificultades del yen. De moneda de referencia eucopea, el marco se, ha convertido en un instrumento básico de las transacciones internacionales, lo que ha provocado un estado de revaluación permanente de la moneda alemana ;y de depreciación permanente de las demás divisas.

Si la idea de los operadores ea que resulta muy difícil creer que España mantendrá un control ff;rreo sobre la inflación -principal obsesión- no es menos cierto que desconflan también de la posibilidad de mantener la guardia sobre otra de las fuentes de la inflación: el déficit público. Las mercados ven que el Estado español tiene que emitir deuda para financiarse ya que la presión fiscal ha alcanzado su techo. En realidad, paradójicamente, es el endeudamiento español, y de la mayoría de los Gobiernos, la firme base para el gran movimiento especulativo en curso.

Felipe González ha considerado como la catástrofe una eventual salida de la peseta del mecanismo de cambios del SME. Otras personas, como Alfredo Pastor, secretario de Estado de Economía, declararon, con cierta ingenuidad, dado su cargo público, que no lo sería. El equívoco es evidente: mientras para Pastor, el mundo no se acaba con el mecanismo de cambios, para González era la estocada foral a su existencia política, que, hoy por hoy, se reduce al objetivo de presidir la UE desde julio.

El problema es que la depreciación, y más una sin fundamentos, no calma la sed de los mercados, la retroalimenta, en la medida en que persisten los problemas de largo plazo y sobre todo cuando los representantes españoles solicitaron una devaluación del orden del 10%. Los mercados quieren, también, esos tres puntos de diferencia.

En las tres devaluaciones anteriores, el entonces vicepresidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, pidió que la peseta saliera del mecanismo de cambios y resolviera sus problemas fuera. Finalmente, el contubernio político permitió una devaluación. En la reunión del 5 de marzo, hubo un debate duro, pero ningún país propuso la expulsión de la peseta. Alemania quería incluso, según uno de los primeros borradores, un compromiso más explícito de España sobre una subida simultánea de los tipos, versión que, tras consultas Bruselas-Banco de España-Moncloa, no fue aceptada. Con todo, se aceptó que utilizarían los tipos ante cualquier rebrote inflacionista. Los holandeses atacaron salvajemente a España porque a, su juicio, no ha hecho sus deberes, pero no exigieron la expulsión. Francia, en cambio, se opuso a una depreciación mayor para no quedar como la moneda más débil. Y mientras los españoles no consiguieron la revaluación del marco, los portugueses obtuvieron algo parecido: la depreciación de la peseta frente al escudo, algo sin precedentes. Pero todo ha sido posible porque el SME ya no es lo que era, un sistema de paridades rígidas.

Puesto que los mercados siguen sedientos, cabe preguntarse: ¿existe alguna alternativa para este Gobierno o el que le suceda? Ante esta pregunta existe casi una certeza: el trayecto re-emprendido con la cuarta devaluación es un viaje a ninguna parte. Porque incluso aquéllos que podían simpatizar con la medida exigirían un programa completo: acompañar la depreciación con una baja de tipos para acelerar el crecimiento asumiendo que habrá que tolerar algo más de inflación a cambio de acelerar la creación de empleo. Pero en el clima intelectual totalitario imperante en los mercados, ` sería una herejía. Será necesario asumir todos los inconvenientes de la depreciación.

Karl Otto Póhl, ex presidente del Bundesbank, dijo una vez que los especuladores tienen una memoria de elefante y son temerosos y ágiles como las liebres. Parafraseándole, podría ahora decirse que Felipe González, a la hora de defender su presidencia europea, ha sido tan temeroso y ágil como una liebre al precio de iniciar una etapa de devaluación permanente. Perdón: una fase de realineamiento permanente.

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